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Bellísimo artículo del periodista Carlos Navarro Antolín en el último boletín de la Esperanza de Triana


  

ME HABLAN LOS QUE ME HABLABAN DE LA ESPERANZA 


Cuanto mayor sea el poder evocador de una cofradía para cada uno de nosotros, con más entusiasmo e interés iremos a su encuentro cada año. Recibir en Reyes Católicos a la Esperanza equivale a recordar a Fernando Morillo, su eterno vestidor, el que hablaba de Ella como de una persona en carne y hueso cuando llegaba a su taller de la calle Pureza y mi madre y yo le esperábamos para recoger algún encargo. “Perdonad el retraso, pero he venido de vestirla y está preciosa, realmente preciosa. Y hoy está alegre, muy contenta”, nos comentaba mientras trababa la puerta con una tranca a modo de vara terciada y se perdía en el fondo del taller para buscar la mercancía. Aquel niño de entonces no entendía bien las palabras de ese señor. Y mucho menos que mi madre le siguiera la corriente y le preguntara por Ella con total naturalidad. Cualquier forastero lo hubiera tomado por loco. Pero él hablaba con absoluta convicción de su Madre de forma espontánea. Lo mismo decía que estaba alegre o que tenía algún disgusto por algún motivo concreto. ¡Cuántos Viernes Santos no hemos sorprendido a Fernando siguiendo el paso de la Virgen entre la bulla! De lejos, bien abrigado y mezclado entre el gentío. Y qué privilegio el de verla vestida hoy, gracias a su discípulo, como él la concibió: la gracia en el vuelo del manto de camarín, el tocado de una pieza, la postura de las manos más dulcificada y señalándose a sí mismo (“Yo soy vuestra Esperanza”) y el rostro mucho más despejado. Muchos pueden rezarle hoy a la misma Esperanza a la que le rezaron sus padres y abuelos. Y con el paso del tiempo hemos ido comprendiendo el Código Morillo, cuya clave no es otra que las imágenes, si las personas quieren, tienen vida, poder, comunican. Y tanto. Por eso cada vez que la Esperanza deja atrás el puente, como en aquella Madrugada en soledad de 2004, recordamos al hombre que le hablaba a la Esperanza, al de la silueta enjuta que al niño de entonces le parecía como de personaje de billete antiguo, al que concibió a la Esperanza más dulce que nunca, al fino joyero que creó escuela en el arte efímero y no escrito de darle vida a una talla de madera. Hoy, cuando oímos los villancicos de Manolo Garrido, del que gracias a Manuel Cardenete aprendí la más hermosa metáfora por la que la cintura de la Esperanza es un barco que lleva un lindo pasajero, estamos viendo esa Esperanza de finales de los setenta y principios de los ochenta.

Y de la Esperanza de Fernando a la Esperanza de Juan Moya Sanabria, un fin de raza de las cofradías convencido de la alianza entre la cultura y la fe; la Esperanza de Manuel Pérez Carrera, El Triana, embajador del arrabal que personifica la gracia y la espontaneidad de las que está tan necesitado a veces el muy sofisticado mundo de las cofradías; la Esperanza de José Jorge García, el trianero al que le duele su hermandad y que en los encuentros en los autobuses municipales me da el teletipo de la priostía sobre cómo está vestida la Virgen y me hace sus particulares crónicas de la Madrugada y de la Velá de Santa Ana. Cuando recuerdo a Juan, el caballero de los lirios morados a los pies de la Buena Muerte, despidiéndose de la Esperanza en el último besamanos de su vida hace casi dos años, cuando conecto el cd de los villancicos trianeros que me regaló Manuel Cardenete, caballero de abrigo azul en la entrañable noche prenavideña de la capilla de los Marineros para oír al coro; cuando me tropiezo a Manuel Garrido cualquier mañana laborable en la Campana y me improvisa una soleá o me evoca cómo llegó de Morón a Sevilla y descubrió el calor de la hermandad trianera, cuando El Triana me habla de cómo le explica a su nieta quién es la Esperanza o cuando veo a mi amigo José Jorge, el trianero de Tussam, cuidando con tanto mimo, respeto y tacto de las personas mayores a las que asiste cada día, cuando todo eso ocurre surge con fuerza la identificación absoluta entre las personas y la hermandad. Cuando voy a ver la cofradía voy a reencontrame con ellos. Ellos, sus recuerdos o sus vivencias actuales, son para mí la cofradía de la Esperanza de Triana, la de la Virgen que recibí en Reyes Católicos una noche intempestiva de principios de siglo. La que le dijo a mi amigo Juan Moya en diciembre de 2006: “Yo soy vuestra Esperanza, yo soy tu Esperanza”.

Foto: Mariano Ruesga Bono.










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