Disfruta, que ya llegará. Antonio Gila Bohórquez
Hace apenas unos días, en mi rutinario transitar por el centro camino de la Academia de inglés, vi una escena muy común en días de Cuaresma. Dos familias, con sus respectivos hijos, hacían elogios a una tarde esmerada, no en el buen tiempo, sino en la comodidad del ambiente. En pleno centro de Sevilla, sobre sillas de aluminio ruidosas y con camareros de pajarita en un devenir de paseos entre mesa y mesa. Vamos, lo que viene siendo una tarde de convivencia.
Aunque fueron sólo varios segundos -los que tardé en atravesar aquella escena familiar- pude percatarme de lo que muchos llaman "el síndrome Cuaresmal". Una actitud relajada, conformismo en sus palabras, conversaciones sobre Semanas Santas pasadas, y un revoloteo de niños adyacentes a éstos, jugando a imitar los pasos de nuestras cofradías. Sin embargo, todo giraba en torno a la misma premisa. Tanto la conversación como los juegos, se dirigían a la Semana Santa , como período de tiempo festivo.
No dudo en que todos, o hemos vivido ello, o hemos sido testigos de esta escena. Ahora bien, ¿qué esperamos nosotros, los cofrades, de este tiempo? ¿Hallamos el gusto sólo en el paso por Campana de nuestra Hermandad? ¿Ansiamos la salida de nuestras imágenes el día que nos corresponda? ¿Nos esmeramos durante cuarenta días en pulir el cartón de nuestro capirote (o enderezar sus rejillas...)? ¿En airear la capa, el esparto o la túnica? ¿En colocar escudos de una gama insuperable en el antepecho de nuestro hábito? ¿Nos dedicamos a contar los días restantes hasta que llegue la hora nona de nuestra Cofradía?
Todos guardamos una idiosincrasia que no podemos evitar. La de focalizar nuestros sentidos hacia la Magna Semana de nuestros sueños. Hacia el día y la noche en la que relucen los candelabros de nuestros pasos. La del olor de un incienso por la calle de nuestra preferencia. Un tiempo... que rápidamente pasará.
En Medicina tenemos un término utilizado en describir los síntomas premonitorios de una enfermedad: son los pródromos. Ahora realizaré una aberración y trasladaré este término a nuestro área de interés. Los Pródromos de la Semana Santa , que no vísperas. No me refiero a las horas previas, ni a la semana previa. Me refiero a los cuarenta (y pico largo, pues estamos en Sevilla) en los que se expone la antesala a la Semana Pasional del Nazareno. A cuarenta días de insostenible ajetreo en nuestras Hermandades, de reencuentros en la barra del bar con un papelón de “pescaíto” frito, de risas y conversaciones referidas a otro ámbito, pero siempre enmarcadas por el azulejo de un Cachorro despierto o un Gran Poder silente en el Duque.
Es esa otra Semana Santa en la que hemos de aprender a vivirla como si fuera la misma Semana Magna. A deprimirnos cuando igualmente se va, y a alegrarnos cuando regresa.
Sin perder el sentido cristiano de la Cuaresma , todo es igualmente perfecto en estos cuarenta días. ¿Quién no llora viendo surcar San Julián al Cristo de la Buena Muerte en su Vía Crucis? ¿Quién no siente ganas de arrodillarse ante la imagen del Cristo de la Salud de San Bernardo en su Besapié? Dime Hermano, ¿nunca te has quedado boquiabierto cuando ves pasar el Cristo de las Cinco Llagas un Miércoles de Ceniza por delante de la casita de Sor Ángela de la Cruz ? ¿O anonadado e inconsciente cuando, paso a paso, te dispones a entrar en la Cúpula Laureana en el Besamanos de la Soledad de San Lorenzo? ¿Y qué me dices del Besamanos de María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso? ¿Y el Quinario del Señor de la Sentencia ? ¿O la sobriedad verdosa de Cristo de la Vera +Cruz? Pásate por el Vía Crucis del Cristo Yacente, y empápate de incienso en su discurrir, porque eso, también es Semana Santa.
Así es todo: como el largo discurrir de una fila de nazarenos. Pasas entre ellos con el ansia de llegar hasta el paso, y sin embargo no percatas que cada uno de ellos tiene una historia que contarte. Es entonces cuando te digo: párate, observa, y disfruta.