Arte Sacro
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  • miércoles, 4 de diciembre de 2024
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El Padre de San Lorenzo. Manuel García Félix.


Mi túnica del Calvario hace que, en cada madrugada de Viernes Santo, no pueda ver tu zancada. Yo solo puedo imaginar que vas por la Catedral cuando en la sacristía de la Magdalena están nombrando los tramos de mi cofradía. Que pasas por Molviedro al tiempo que el antiguo cortejo de los mulatos lo hace por la calle Sierpes. Que tu breve transcurrir por Virgen de los Buenos Libros llega cuando vamos por el Postigo. Que tu poderosa imagen irrumpe en la plaza de San Lorenzo, con las primeras claras o sin ella, cuando volvemos por Doña Guiomar. Y que tu estancia definitiva en el Templo, con el canasto de Ruiz Gijón arriado sobre su suelo, ocurre a la misma hora en que la arbórea cruz de guía aparece por el antiguo compás de San Pablo.

En todo nuestro recorrido de vuelta hay algo de tu Gran Poder en la brisa del aire. Existe un halo de paz amorosa en toda la madrugada que hace que, a los que tenemos tu ausencia, nos acoja la grandeza de tus inmensas manos. Tú, que todo lo puedes, haces que el drama de la Pasión tenga el dramatismo de la espina que traspasa tu ceja, quizá esta puede ser también una razón por la que, en tiempos, se llamó tu cofradía la del Traspaso.

Aunque los artistas permanecen siempre en sus obras, a ti ya hace mucho tiempo que no te queda nada de Juan de Mesa. Porque como te ha dicho en estos días Paco Robles, no estás hecho de madera, eres una astilla que un día se nos clavó en el corazón. Es por lo tanto nuestro sentimiento el que ha sido atacado, nuestra emoción la que ha sido agredida, nuestra sensibilidad la que ha sido vilipendiada, en realidad es a nuestra alma a la que se le ha descolgado el brazo.

Te han ofendido en esa Calle de la Amargura que un día ideó para ti Miguel Lasso de la Vega, en aquel inigualable rincón de la plaza de San Lorenzo con forma de Panteón de Agripa. Te han despreciado, como hacen contigo cada Domingo de Ramos, desde San Juan de la Palma, sobre el paso que salió del dibujo de la peana de tu Madre. Te han pegado, Cardo de los versos del Padre Cué. Que cabreo han cogido Spínola y Juanito Cid y Manolo Bará… Lo ha hecho alguien al que le vendría bien una de las Epifanías de las tuyas, que no sabe ni del temor ni del temblor de Dios, esas sensaciones que sintió Rafael Duque del Castillo cuando te estaban sanando los doctores Cruz Solís en aquel improvisado quirófano y entre sus manos cogió tu cabeza.

No he querido ver tu altar hueco, desnudo de la gloria de tu divino rostro, solo con el dosel granate y la cruz que llevas en la amanecida. Por eso fui el viernes a verte a tu Templo. Como si nada hubiera ocurrido, como si no hubieras sufrido la afrenta y el oprobio, como si no hubiéramos tenido tu corta ausencia. Quiero creerme que nada ha pasado, aunque me atormenta el hecho de saber que alguien te ha alzado la mano y te ha ofendido, Gran Poder.

Yo no te veo en la madrugada porque debajo de la túnica, con mis certidumbres e inseguridades, voy abrazado al Calvario. Es el mismo ruán que llevan los que van contigo en tu negro y llameante cortejo penitente. Solo puedo imaginarme que vas por Zaragoza cuando pasamos por la Catedral. Pero no por ello dejo de sentir tu continua presencia en la brisa del aire de Sevilla. 

Foto: Eduardo Fernández.










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