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Opinión. De Rey, Fernando II el Católico a Procurador Romano en Judea. Jesús Méndez Lastrucci.


Lavarse las manos en el paraninfo de la historia, es cosa inútil cuando es la misma historia quien las crea para que luego  el inexorable paso del tiempo, sea  quien las saque a relucir; máxime cuando lo que traemos entre manos nos situará delante del arco de inspiración, que es corriente de esperanza. Y toda corriente de historia en cualquier momento puede sacar de sus aguas profundas, tras la observación y una mirada clavada que la hace emerger,  para abrir el libro de la historia por una de sus páginas.

En uno de los claustros del antiguo  Convento de la Merced Calzada, convertido en pinacoteca para el deleite de los sentidos estéticos y del alma, empotrado en una de sus  paredes se expone en la quietud del tiempo y bajo un remanso de paz monacal, un relieve de grandes proporciones fechado en 1893, donde su autor reproduce  una escena acaecida justo cuatro siglos antes que salieran de sus manos; precisamente cuando Cristóbal Colón es recibido por los Reyes Católicos en Barcelona en 1493.

El relieve expuesto en el Museo de Bellas Artes de Sevilla es una copia de uno de los relieves, parte final de la zaga realizada por el insigne escultor sevillano D. Antonio Susillo Fernández para un monumento bajo concurso ganado, con ocasión del IV Centenario del Descubrimiento de América. Dicho monumento  se iba a instalar en el parque Central de la Habana, pero la pérdida de aquellas tierras,  y diferentes avatares, hicieron que la monumental obra recalase en Valladolid, tras un periplo de circunstancias, quedando inaugurado en las fiestas patronales del año 1905.

Volviendo la atención al relieve broncíneo fundido en París, -al igual que el resto de las distintas partes que configuran el monumento  por parte de  Thiebaut Frères, Fondeur-  tras  la huella de su creador, la cual respira bajo  la epidermis del metal, donde aún resuena el dúctil material  de sueños y  anhelos. Se presenta repleto de detalles expresados con la espontaneidad del genio sin caer en relamidas superficies que alejan los sueños, en cambio todo el pulso del artista se concentra  en levantar la mano cuando el mensaje queda posado en la materia. En eso su autor era diestro sin secretos, donde la poesía se recreaba en sus manos por donde corría por sus dedos los versos mejor entonados, desde la inspiración de un  corazón consagrado al modelado.

En una visión total de la escena, recaba la mirada en la actitud de Colón que inclinando su cabeza en señal de respeto ante la presencia de los Reyes sabedores del hallazgo por carta del propio Colón, dan la bienvenida al almirante. Se observan diversos núcleos compositivos,  donde el contenido de matices dan lectura y hacen reconocibles detalles esparcidos con un claro sentido. Detalles como  las barras de Aragón la centran en Barcelona, los trajes con que están ataviados con ricos bordados y tocados con sus coronas soberanas. Donde la Reina en un primer término pretende coger con su mano enguantada la de Colón, los solios de los Reyes labrados como filigranas hacen dibujar un doselete, así como una alfombra que ocupa el suelo de la estancia.  Se observa un  mobiliario estudiado, destacando una silla de tijera con sus montantes en forma serpenteante propia del siglo XVI, ataviadas con terciopelos y guadamecíes sujetos con clavos y adornos. Igualmente no pasan desapercibidos los pajes portadores de una maza que aportan solemnidad a la escena. El macero principal aparece vestido con un sayón decorado con los escudos de armas de Castilla y Aragón. Un grupo de mujeres que cubren sus cabezas con paños forman un grupo en la parte menos exenta, donde una balaustrada a base de arcos conopiales sirve de apoyo para las que se sitúan en la parte delantera. Tal como escudos y diversos motivos geométricos remarcan las actitudes de asombro de este grupo de mujeres.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En la parte izquierda de la composición una pareja de indígenas aparecen arrodillados y portando una corona vegetal haciendo referencia a  su título de reyes indígenas, cuyos productos exóticos venían a confirmar la conquista  de las nuevas tierras y prueba del Descubrimiento. Toda la composición está estudiada, donde tanto la más de una veintena de figurantes comulgan perfectamente con elementos arquitectónicos propios de la época como los arcos apuntados de estilo puramente góticos y la destreza de los ropajes que cada personaje adopta. Enjambres todos de detallada factura los estandartes, los escudos, los tocados y la diversidad de vestimentas.

Entre tanta destreza técnica someramente descrita, he dejado voluntariamente sin mencionar la figura del propio Rey Fernando, de tal manera que este excelso escultor tan poco legó al mundo de la Semana Santa,  vino a ocurrir  que tan sólo tres años después de realizar esta obra, contando con 42 años de edad, voluntariamente dejó este mundo. A pesar de su juventud su obra civil es tan extensa como buena, tuvo tiempo para crear escuela en la ciudad donde su arte era reconocido, teniendo en su nómina y satisfacción autores que al pasar de los años llegaron a ser maestros en sus lidias. Nombres entre lo que destacamos a  Lorenzo Coullaut Valera, Viriato Rull, Joaquín Bilbao, y el más joven Antonio Castillo Lastrucci. Siendo éste en su condición de menor edad, contaba 18 años de edad cuando perdió a algo más que  a un  tutor artístico. Este hecho no sólo marcó su personalidad, sino que en medio del vacío de la ausencia de su maestro, en recuerdo de su legado y el sentido homenaje que brotaría de manera innata de sus entrañas, le hicieron en repetidas ocasiones mirar a la fuente más saludable del legado de Susillo. De tal manera que ya lo hiciera en su proyecto de monumento para la glorieta de la ciencia y las artes en el Parque de María Luisa, donde bebió directamente de Susillo, precisamente de la escultura que simbolizaba “El Estudio”, y que el joven Castillo la interpreta en su otra obra  “El genio” que presentó para la maqueta de la mencionada glorieta. 

Cuando Castillo Lastrucci inicia su segunda etapa, centrada en la imaginería, y concretamente en la concerniente al misterio de la Sentencia Macarena en 1928, tiene aún presente a su maestro y vuelve a mirar a él  con devocional admiración, aquella  que siempre  le supo acompañar durante su dilatada vida.

Inmerso en la concepción del misterio de la Sentencia, su subconsciente rastrearía los códigos que subyacen en las señas de identidad de su igualmente idolatrado como frustrado maestro; tomando como modelo el rostro del Rey Fernando II el Católico. Y para ello tomaría  lo que necesitaba y se  despojaría de aquello innecesario como la corona y el cabello largo, para su nuevo modelo de Procurador romano, en la personalidad de Poncio Pilato.

 El resultado a pesar de la diferencia de escalas y materiales –siendo la del Rey de bronce y de reducido tamaño, mientras que la P. Pilato es de tamaño natural y madera policromada; queda demostrado la similitud y fuente de inspiración en un semblante pensativo, cuyo contorno se identifica en ambos casos, con una mirada baja, de ojos rasgados, levantamiento de cejas, personalísimos rasgos en la  nariz, pómulos, mentón, boca y barbilla.

Quizás quiso el destino, que el Rey, testigo presencial de los presentes regalos que le presentaron, donde se encontraban  plumas exóticas traídas del Nuevo Mundo, para su nuevo modelo de Procurador, fuesen otras plumas blancas de una centuria de esperanza la que no dejaran de acompañarlo como recuerdo de un reinado.

Jesús Méndez Lastrucci

www.mendezlastrucci.com










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