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La vida consagrada de Sevilla se da cita en la Catedral


Arte Sacro. Las naves de la Catedral de Sevilla se llenaron la tarde de ayer de religiosos y religiosas procedentes de comunidades radicadas en diversos puntos de la diócesis hispalense, para celebrar el Día de la Vida Consagrada. El acto, Eucaristía precedida del rezo de vísperas, fue presidido por el cardenal arzobispo de Sevilla, fray Carlos Amigo Vallejo, y concelebrada por varios sacerdotes, entre ellos el vicario de Vida Consagrada, Antonio Alcayde.
 
En su homilía, el cardenal Amigo aludió a la reciente carta encícilica de Benedicto XVI, Dios es amor, para afirmar que "tendremsos que estar anclados en la contemplación, pues solo en esa atención será posible captar las necesidades de los demás en lo más profundo de su ser, para hacerlas como propias y hacerse capaz de ser todo para todos". En otro momento de la homilía, el cardenal Amigo destacó que "solamente identificados con Cristo podremos hablar de Cristo. Solamente llenos de su luz podremos iluminar el camino de nuestros hermanos".
 
En esta línea, subrayó que el amor se resume en "entrega en ayuda de los que sufren, inclinarse y ponerse a su lado, curar las heridas que dejará la injusticia y poner sobre ella el bálsamo de la misericordia para que ningún resentimiento las pueda infectar de odio".
 
Texto íntegro de la homilía
 
"Buscando sólo, y sobre todo, a Dios"

Hace cien años, junto a esta Catedral, moría el cardenal-arzobispo, hoy beato Marcelo Spínola. Un hombre que siguió en todo momento la máxima de San Pablo: "mi vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3).

Así lo repetía el beato Marcelo Spínola: Jesucristo es nuestra vida; en él está la verdadera sabiduría, la auténtica dicha, la razón de nuestra existencia, de nuestra consagración...

Benedicto XVI nos los recordaba: Si habéis encontrado a Cristo, adoradlo en vuestro corazón (Angelus 21-8-05). Pues nada se ha de anteponer al amor de Cristo (San Benito, Regla, 4).

Profunda y sublime experiencia de amor al Corazón de Cristo es a la que se nos llama como personas consagradas. Y solamente metiéndose y refugiándose en el corazón de Cristo se podrá llegar a nuestros hermanos, curar sus heridas y hablarles de Dios.

El itinerario de tan santo y evangélico camino, bien lo sabéis:

- Envío a mi primogénito, nos recordaba el profeta Malaquías, para que encontréis la luz. Si queremos estar en la luz, tendremos que amar a la Verdad. Es exigencia de contemplación. "Es cierto ‑como nos dice el Señor‑ que el hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva (cf. Jn 7, 37‑38). No obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios (cf. Jn 19, 34)" (DCE 7).

- Y, en obras y en palabras, anunciar a Cristo. San Pablo nos dice, en la carta a los Hebreos, que Cristo tenía ha hacerse en todo semejante a nosotros, para que en todo nos pareciéramos a él. Solamente identificados con Cristo podremos habar de Cristo. Solamente llenos de su luz podremos iluminar el camino de nuestros hermanos. "Con la luz y la fuerza de este don, es decir, del Evangelio que el Espíritu Santo no cesa de hacer vivo y actual, podemos anunciar a Cristo sin temor y podemos invitar a todos a no temer abrirle el corazón, porque estamos convencidos que Él es plenitud de vida y felicidad" (Benedicto XVI. A los Obispos 21-8-05).

- Ocuparse del otro es oficio de amor. "Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca" (DCE 6). Amor que es entrega en ayuda de los que sufre. Inclinarse y ponerse a su lado. Curar las heridas que dejara la injusticia y poner sobre ella el bálsamo de la misericordia para que ningún resentimiento las pueda infectar de odio.

A ejemplo de María, que presenta a su hijo en el templo y recibe el anuncio de que la entrega de su Hijo le va a traspasar el alma a ella misma, tendremos que estar anclados en la contemplación, pues sólo en esa atención será posible captar las necesidades de los demás en lo más profundo de su ser, para hacerlas como propias y hacerse capaz de ser todo para todos (Cf. DCE 7).

María, Madre del Señor es el espejo de toda santidad y el Magnificat el mejor retrato de su proia vida. "Proclama mi alma la grandeza del Señor (Lc 1, 46), y con ello expresa todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo... María es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a sí misma... Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios... El Magníficat ‑un retrato de su alma, por decirlo así‑ está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada" (DCE 41)

He visto a mi Salvador! Estas palabras, que se oyeron en la presentación de niño Dios en el templo, resuenan también ahora al ofrecer y recibir el pan de la Eucaristía. En verdad, nuestra vida está escondida con Cristo en Dios.

Sitio relacionado: www.diocesisdesevilla.org










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