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Antonio. Carlos Colón. Diario de Sevilla


Tiene el genio vivo y el corazón de oro. Es una buena cosa, porque quienes tienen el genio blando y el corazón duro son de temer. En los primeros el enfado prende fácilmente, pero arde con limpieza y se apaga pronto sin dejar rescoldos. En los segundos nunca parece prender del todo, pero va quemando poco a poco con ese resentimiento que tan apropiadamente el castellano llama resquemor. Pero no es esta, siendo tan apreciable, la virtud mayor de este señor que, pese a la diferencia de edad, conocimientos, antigüedad de número y servicios prestados a la hermandad a la que ambos pertenecemos, me honra considerándome su amigo.

Escribo, sí, de un cofrade. Y no de uno cualquiera, sino de uno de esos que quedan inscritos en la historia de su hermandad con hechos y no con palabras, con fidelidad inquebrantable y no con gestos de relumbrón, hasta acabar convirtiéndose en una especie de estandarte humano y ambulante de ella; porque estos cofrades, a fuerza de estar siempre en su hermandad, de no conocérsele la solapa vacía de su insignia, de no hablar más que de ella y de no vivir más que para ella, acaban teniendo cara de su hermandad de la misma forma que para muchos su hermandad acaba teniendo su cara.

Es frecuente que estos cofrades no lleguen a hermano mayor, ni lo deseen. Es el caso de mi amigo. Tal vez su Cristo del Calvario, con quien tanto habla, le haya susurrado que ante él los últimos son los primeros. Tal vez su Virgen de la Presentación, a la que contempla con tan verdaderos ojos de hijo, le haya contagiado su disponibilidad y discreción. El caso es que con ser útil se contenta. La alcurnia de servidores de la hermandad de la que desciende, la antigüedad en el número, los años de permanencia en las juntas de gobierno o la honrosa tarea de ser el fiscal (y el más veterano de Sevilla) del paso de su Cristo son para él motivo de un íntimo orgullo del que nunca alardea.

A estos cofrades casi no se les conoce fuera su hermandad e incluso dentro de ella a veces parece que se les presta poca atención, como aquello de lo que no se duda o la salud que sólo se aprecia cuando falta. No les importa: su único orgullo es ser de allí y su único premio, estar allí. Como las coplas de Manuel Machado –"que hasta que las canta el pueblo, coplas no son"– más plenitud alcanzan cuanto más anónimamente se funden con su hermandad. Don Manuel, que nació a la vera de la casa de esta hermandad, escribió: "Tal es la gloria, Guillén, de los que escriben cantares: oír decir a la gente que no los ha escrito nadie... Que, al fundir el corazón en el alma popular, lo que se pierde de nombre se gana de eternidad". Lo que, traducido a lo cofrade, podría sonar más o menos así: Tal es la gloria, Antonio, de los que sirven a su hermandad: oír decir a la gente que no la ha hecho nadie. Que al fundir el corazón en el alma de tu hermandad, lo que pierdes de nombre lo ganas de eternidad.

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