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Lo espontaneo como creatividad en la flamenca de Alfonso Grosso. Una ilustración de la revista la Bética.


José Fernando Gabardón de la Banda. El apunte espontaneo de un retrato concierne al ingenio de un artista, a la capacidad de concebir en un instante algo que en un momento determinado se nos ha podido pasar desapercibido. El retratado se queda inconsciente ante su mirada, sin saber cómo reaccionar, si aceptar el momento en que se encuentra o el rechazo. Se sienten quizás protagonista en una vida quizás de anonimato, en la que el pintor lo ha convertido en una modelo de su composición, sin ser ninguna mujer perteneciente a la alta alcurnia, ni de la vida política o social de este momento. No está posando en un taller, sino que lo ha concebido en un juego de pinceladas sueltas, un verdadero trazo del natural.

Es el trazo inconsciente, el que no está perfilado por cánones convencionales, academicistas, en la que el modelo se coloca en un interior para ser plasmada en un papel o cualquier soporte material. No se trata de una mera representación gráfica del retratado, sino que se concibe al modelo en su propio espíritu, en su propia alma. Ni siquiera es un dibujo preparatorio para una futura composición, sino que se trata de una elaboración en sí, es la propia obra creada. La espontaneidad como creación, como himno a la belleza, como explosión de un instante, sin ninguna cautela, en la que cualquier factor de limite creativo quede diluido.

Y el artista en su fluidez espontaneo, en su proceso creador se encuentra con la verdadera realidad, con su mero yo creativo, con su visión de la vida, la que palpita en su propia alma. No cabe duda que es cuando el artista se reencuentra con su propia obra, cuando converge en sí mismo su propia concepción del arte, su propia visión de la belleza. El artista acapara de esta manera con aire triunfante su propia visión de la vida, escogiendo aquello que le interesa, que le conviene en su trayectoria como artista. Lo espontáneo frente a lo convencional, su concepción de libertad frente al reguero de imposición estética, perjudicial para su evolución pictórica. No cabe duda que esa espontaneidad creadora del pintor de principio del siglo XX se fue generando en una larga lista de autores que colaboraron en las ilustraciones de las revistas y periódicos que se fueron incrementando a lo largo de los primeros decenios del siglo XX. 

Serían en esas ilustraciones donde el pintor llevaría a la espontaneidad a la convicción de su propia fuerza creativa, en la que incluso incorpora lenguajes estéticos ajenos a sus propios lienzos. En la ilustración que Alfonso Grosso realiza en 1916 para la revista Bética está impregnada de una espontaneidad creativa que resalta aún más su genialidad como creador, incluso recogiendo los sabores vanguardistas que impregnaban el mundo pictórico sevillano. Lo espontáneo como creatividad.

Sería en este año de 1916 cuando la revista la Bética se había convertido en uno de los exponentes más reveladores de las letras hispalense, una verdadera recreación literaria en lo que lo espontáneo como valor creativo llenaría sus páginas desde su fundación desde 1915 hasta su último número publicado en 1917. Una creación del Ateneo de Sevilla, la institución cultural que sin duda renovó la identidad cultural de Sevilla, incorporando las ideas regionalistas y modernistas de la época. A lo largo de sus páginas un gran número de escritores dejaron plasmadas su visión política, económica y por supuesto, artística y literaria.

El primer número aparecería en noviembre de 1913 y en palabras de Enriqueta Vila fue la primera revista artística ilustrada que alternó en sus momentos dibujos de los mejores pintores sevillanos del momento, incorporando con profusión la fotografía. Sería el notario Félix Sánchez Blanco su primer director y mecenas de la revista, al que se uniría Felipe Cortines Murube como administrador y Santiago Martínez, como redactor jefe artístico y Javier Lasso de la Vega, como redactor jefe literario.

A ella se uniría un amplio número de firmas entre las que se encontraban Joaquín Hazañas y La Rua, José Gestoso Pérez, Alejandro Guichot, José María Izquierdo, Rafael Laffón, Mariano Méndez Bejarano, José Gastalver, Blas Infante, a los que se añadirían artistas de la talla de Bacarisa, Martínez de León, Lafita, Santiago Martínez o Alfonso Grosso, que dejó plasmada su excepcional quehacer artístico en el precioso retrato de la portada de la revista de la Bética de 1916 Las fiestas primaverales de Sevilla encontraron en sus páginas una excepcional receptora, plasmación de la realidad cotidiana de una ciudad que intentaba emerger a la contemporaneidad, y que preparaba con ansia su Exposición Internacional Iberoamericana.

En sus páginas convivieron noticias de la Feria de abril, la Semana Santa e incluso un amplio recorrido de la vida social y cultural de la ciudad, sin olvidar las notas que hacían referencia al mundo taurino. Las ilustraciones dedicado al mundo festivo recogen un aire de modernidad en las composiciones, en la que se insertan unos aires vanguardistas que se apartaban en muchos momentos a la concepción clásica de la pintura. Y es que en algunas de estas páginas se puede apreciar la incorporación de experiencias vanguardistas que plasmarían en las escenas de la vida cotidiana del mundo festivo hispalense.

Cuando Alfonso Grosso realizó esta composición del retrato de una mujer con peineta, como portada de la revista en febrero de 1916, la ciudad se encontraba inmersa en un proceso de renovación cultural gracias a un gran número de intelectuales que en estos años se habían ido impregnando de nuevos aires emprendedores en las numerosas tertulias literarias, conferencias y publicaciones que intentaban agilizar a una sociedad inmovilista que intentaba superar las crisis políticas y sociales que se habían proyectado en los últimos años. Un miembro del partido liberal, Manuel Hoyuela y Gómez, ostentaría la alcaldía de Sevilla, e incluso llegaría a ser elegido senador por la Sociedad Económica del País, en la que la ciudad bajo su mandato viviría el programa de renovación arquitectónica y urbanística que iba acometiendo con la preparación de la Exposición Iberoamericana.

La Feria de abril se había convertido en uno de los atractivos más reveladores de la ciudad, una verdadera puesta en escena de una ciudad efímera, en la que se proyectaba la alegría de Sevilla al despertar a la contemporaneidad. Fue el año en que visitaría el Real del Prado de San Sebastián los reyes de España Don Alfonso XII y Doña Victoria Eugenia, dándole un matiz de solemnidad al antiguo mercado de toros.

En este año Rico Cejudo había realizado una preciosa composición para el cartel de Semana Santa y Feria, un precioso tapiz costumbrista, con un grupo de hombres y mujeres de gitanas en primer plano mostraban el lado humano de la fiesta, hombres con sombreros de ala ancha, mujeres con su característico moño recogido por una flor y algunas mujeres montadas en burro, tras los cuales dejaba plasmada una línea en diagonal en la que quedaba surcada las casetas y al fondo con todo su gracia la ciudad de Sevilla, realzada por la Giralda. Quizás Cejudo habría realizado un cartel muy clásico, aunque preciosista muy en la línea compositiva de su pintura.

En estos años Alfonso Grosso, era un pintor joven, había nacido en 1893, en el barrio de San Julián, por lo que cuando realiza esta ilustración para la revista la Bética, apenas contaba con veinte tres años de edad, un artista en plena efervescencia. Eran los años en Gonzalo Bilbao había ido concibiéndose como el pintor más alabado por la crítica artística, muy en la tónica de los gustos estéticos imperantes en amplios sectores de la ciudad. El joven pintor comenzaría a participar en las Exposiciones Primaverales organizadas por el Ateneo de Sevilla, en la que ya la crítica artística al igual que otros jóvenes pintores como Santiago Martínez empezarían a valorarlos.

En 1915 Alfonso Grosso participaría con un amplio número de obras entre las que se encontraban escenas sevillanas como “Jardín del Alcázar”, “Patio sevillano”, “Patio del convento de la Merced” e incluso una reproducción en cerámica del Descendimiento de Pedro de Campaña. Al año siguiente, en 1916, volvería a participar en la Exposición siendo ya elogiado por el crítico de arte José Francés, por el retrato de la señorita Ferragut, destacando a su vez la obra de Gonzalo Bilbao y Bacarisas, los consagrados y otros autores jóvenes como fueron el caso de Santiago Martínez con sus excepcionales retratos. Otro crítico Pedro de San Ginés llegaría a afirmar que era un artista con una personalidad muy marcada, que ve el color con una brillantez y lozanía que causan verdadera impresión. Supuso por consiguiente este año de 1916 un momento prolifero en la carrera artística de Grosso.

La revista la Bética le permitió mostrar su lenguaje propio en la ilustración de la mujer con peineta, insertado en el diseño que había realizado por entonces joven artista Santiago Martínez, articulado por las dos columnas salomónicas que flanqueaban el retrato, en cuyo fuste se discurrían las guirnaldas, que le daban un sentido festivo, sobre un basamento en cuyo centro a modo de marco aparecía inscrita el rótulo del nombre de la revista, con unos preciosos motivos decorativos de roelos.

La ilustración de Grosso era una de las primeras coloreadas de la portada de la revista, en la que irrumpía de esta manera un efecto más lumínico en la que el color se convertía en verdadero protagonista, aunque con unos tonos rojizos y negros que iba más allá de lo convencional. El artista nos mostraba una joven a medio busto, con la cabeza distorsionada a uno de los lados, tocada con peineta y un ramillo de flores insertado en el cabello negro.

No cabe duda que estamos ante uno de esos retratos femeninos que con tanto esmero e ímpetu realizaría Alfonso Grosso a lo largo de su carrera. Sería en esta ilustración, en muchos momentos ignorada por la crítica, podemos ya apreciar el germen de uno de los genios que mejor concibió el alma femenina en la pintura andaluza, como aquellas gitanas que en tantas ocasiones representaría a lo largo de su vida. No es una obra de taller, ni siquiera posiblemente es un retrato de pose, sino que nos encontramos ante una creación espontanea, fuera de todo convencionalismo que hacía perfectamente hueco en una revista de aires renovadores como era la revista Bética.

Alfonso Grosso huyó en esta ilustración de los convencionalismos propios a la hora de representar este tipo de escenas cotidianas. Tiene aire de picarona, de mujer abierta, en la que surca ese aire de liberación femenina que ya encontramos en las pinturas de Sorolla en este momento. Rebosa en si misma alegría, ganas de vivir, lozanía, muy en la línea de la esencia de la fiesta, que ya se proyectaban en las casetas o en los propios cafés cantante. No está concebida con simbolismo, sino que se mueve por una gracia innata de la mujer sevillana. Desconozco quien es la imagen femenina retratada, pero no cabe duda que Grosso supo resolverla con una familiaridad en la que la elegancia ensombrece al espectador.

El icono femenino de Grosso que plasmaría en esta ilustración al mismo tiempo se concebía en el contexto vanguardista en que estaba inmersa la propia concepción de la belleza femenina. Este retrato me ha tenido en consonancias las interpretaciones que un genio joven, Picasso estaba realizando en estos años, concretamente seis años después que este dibujo de Grosso, Femme a la mantille, la mujer con mantilla, una excepcional obra del joven malagueño que volvía al clasicismo, aunque dotándola de una fuerza expresiva en la que dejaba claro la genialidad de su arte.

A su vez me ha llamado la atención como otro de los genios de la vanguardia de estos años, Francis Picabia, dejara en una de sus amplias composiciones dedicada a la mujer, una mujer con una peineta, bajo la denominación de española. No cabe duda que otros autores andaluces como Romero de Torres o el propio Gonzalo Bilbao habían representados en estos años este icono representativo de la mujer a principios del siglo XX, aunque presentaban una concepción clásica a la hora de mostrar su esencia.

En la ilustración de Grosso concibo una frescura estilística que me recuerda incluso al propio Matisse, a la hora de utilizar las líneas negras para la silueta del contorno de la propia figura, o incluso los propios juegos florales del mantoncillo y las propias flores a modo de moño. Curiosamente el pintor francés visitó Sevilla entre 1910 y 1911, aunque no tengo noticia de que Grosso pudiera conocerlo personalmente. Quizás el cuello pronunciado de la mujer evocaría a Modigliani, cuya pintura se estaba poniendo en este momento de moda.

Lo cierto es que Grosso realizaría una de esas ilustraciones que pasan desapercibido en el análisis de su obra, una ilustración cargada de vanguardia, en la que lo espontaneo como creación juega un papel fundamental, una representación cargado ya de indicios de la grandiosidad de su carrera artística. Una ilustración en una revista la Bética, de una institución, el Ateneo de Sevilla que tan buen papel jugaría en estos años entre 1915 y 1917, en que la Feria de abril estaba alcanzado uno de sus momentos de esplendor. Y es que lo espontáneo es el móvil de la creación.

José Fernando Gabardón de la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 

A mi amigo Alberto Pérez Calero, presidente del Ateneo de Sevilla

Este artículo lo escribí el 25 de abril de 2020.  










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