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Jueves pastoreños. La procesión extraordinaria del dogma de la Asunción en 1950. Francisco Javier Segura Márquez


En la gloriosa jornada del Miércoles 1 de Noviembre de 1950, Su Santidad el Papa Pío XII proclamaba, en virtud de la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus”, en calidad de Dogma de Fe, el hasta entonces Misterio mariano de la Asunción de Nuestra Señora al Cielo en Cuerpo y Alma. Las palabras del Pontífice resonaron con especial hondura en las tierras del antiguo Reino de Castilla, conquistadas para la fe en el siglo XIII, es “el siglo de la Virgen”, cuando la devoción mariana se asentó con más fuerza y de cuya cronología nacen las advocaciones más señaladas y los templos más importantes dedicados a la Madre de Dios.

Sevilla, cuya mezquita aljama había sido consagrada al Misterio de la Asunción de Nuestra Señora tras la entrada solemne de las tropas del Rey Fernando, no podía permanecer ajena a la jubilosa Proclamación Dogmática, compartida en muchos templos de la Ciudad y que fue celebrada, en la noche de aquella misma jornada del 1 de Noviembre de 1950, con una Procesión extraordinaria de la Imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, Titular de la Hermandad de las Tres Caídas, con sede en la Parroquia de San Jacinto, la cual recorrió las calles más señaladas del arrabal trianero haciendo estación durante toda la noche en la Parroquia de Señora Santa Ana durante la víspera del grandioso día.

A la vuelta de dos semanas, la Ciudad había preparado, bajo la batuta inimitable del Cardenal Segura y Sáenz como propiciador, una extraordinaria Procesión en la que, reunidas las Imágenes más vinculadas con la devoción asuncionista de la Ciudad, se contemplara, a modo de catequesis plástica, la importancia de su culto y la importantísima efemérides de la proclamación, como Dogma de Fe, de uno de los privilegios más importantes de la vida de la Bienaventurada Virgen María. 

Como sabemos, la Asunción de Nuestra Señora había sido siempre piedra fundamental de la devoción de nuestra Hermandad a su Titular, la Divina Pastora. Fray Isidoro de Sevilla, proclamándola en sus obras “La Pastora Coronada” (1705) y “La Mejor Pastora Asunta” (1732), había encendido en los corazones de los Corderos del Rebaño de la Iglesia de Santa Marina, antecesores nuestros, la llama de la devoción a María en su Asunción al Cielo, expresada en la consabida elección del 15 de Agosto como Fiesta Principal de la Hermandad hasta que, a finales del siglo XIX, con la extensión de la Fiesta de la Madre del Buen Pastor a la Archidiócesis, por gracia de León XIII, en 1883, la celebración fue ubicándose lentamente en la cercanía del mes de Septiembre.

Hoy sabemos que, pasados los años, la intervención del Consultor Canónico de la Hermandad y Canónigo, don José Sebastián y Bandarán (1885-1972), fue también trascendental para que la celebración de la Novena y Fiesta Principal se alejara lo más posible del día 15 de Agosto, en el cual, desde 1946 por privilegio pontificio, la Archidiócesis celebraba la Procesión de Nuestra Señora de los Reyes como su Patrona Principal. Amén de las dificultades surgidas tras el estallido de la Guerra Civil, y la errática itinerancia de la Titular por diferentes templos de Sevilla, la Hermandad llegó al año 1950 en un estadio intermedio entre la añoranza de Santa Marina y la necesaria renovación de sus anhelos, poniendo la mirada en un futuro todavía desconocido.

 

En aquellos años, el Cardenal Segura había celebrado extraordinarias Procesiones bienales para conmemorar el mencionado Patronato Canónico en 1946, así como el DCC de la Conquista de Sevilla por el Rey San Fernando (1948), mostrando a la Ciudad interesantes iconas de la etapa tardogótica. Ante la Proclamación Dogmática de la Asunción, en 1950 era preciso honrar a la Madre de Dios con una nueva Procesión, la arriba mencionada que se convocó para el día 12 de Noviembre, presidida por Nuestra Señora de los Reyes, con la participación de las Dolorosas de las Hermandades penitenciales de Montesión, El Calvario y Tres Caídas de San Isidoro, así como la Titular letífica de la Hermandad de la Carretería, titulada Nuestra Señora de la Luz. Las glorias fueron representadas con las Imágenes de Nuestra Señora de la Alegría, de la Parroquia de San Bartolomé, y nuestra Divina Pastora, con sede provisional en San Martín. Curiosamente las dos imágenes letíficas eran las devociones más queridas de nuestro fundador, Fray Isidoro de Sevilla, adalid adelantado de la causa asuncionista en medio del fervor rosariano del siglo XVIII.

De todas las andas procesionales se conservan interesantes fotografías que han sido ampliamente difundidas por las Corporaciones que les rinden culto. Es momento de recordar cómo nuestra Corporación se unió a esta organización llevando a la Divina Pastora portada sobre el antiguo paso de Nuestra Señora de la Esperanza Divina Enfermera, al que se le surmontaron, a modo de canastilla, las antiguas mallas bordadas, presumiblemente por el taller de Rodríguez Ojeda, que han demostrado sobradamente su versatilidad. A los cuatro candelabros de cinco luces, propios entonces de nuestra Hermandad, se sumaban dos de tres luces, probablemente de orfebrería, que auxiliaban en su labor lumínica, a modo de “mecheros” a los que ocupaban cada esquina.

 

Las andas, exornadas con flores blancas con predominancia de crisantemos -flor propia del mes de Noviembre en la Ciudad- que aparecían también en cuatro jarras sobre los costados del paso, presentaban a la Divina Pastora a la sombra de su granado y rodeada del Rebaño, una de cuyas ovejas se guarecía bajo el manto protector de la Madre. Los atributos de orfebrería eran los que se empleaban para los Cultos, en plata sobredorada, y en el pecho de la Imagen aparecían las joyas más emblemáticas de su ajuar.

El cortejo que la antecedía, como vemos en las fotos que acompañan a esta publicación, estaba formado por las insignias habituales, destacando el Estandarte de Gran Gala, donado por el Duque de Osuna, que en esta ocasión fue portado por el religioso de coro Fray Pablo de Madrid, O.F.M. Cap.  Continuaban un grupo de cinco niños zagales, que la prensa elogió con encendidas palabras, describiendo su atuendo: “escarpines, medias y calzones blancos, de seda; pellica de armiño con cinturón dorado; manta polícroma con largos flecos; sombrero y cayado pastoriles...Uno de los pastorcitos sólo contaba quince meses de edad y se atraía la atención del público con su apostura y sonrisa angelical”.

 

Los zagales precedían a la Bandera Asuncionista, portada por Fray Juan Bautista de Ardales, encendido defensor de la primacía espiritual y devocional de esta Primitiva Hermandad. Los próceres de la corporación y miembros de la Junta de Gobierno portan los faroles de escolta y las varas de la presidencia, junto al Padre Fray Claudio de Trigueros. El paso aparecía escoltado por los seis faroles del Rosario que ya tuvimos ocasión de estudiar. El recorrido, que incluyó la Avenida de la Constitución y Plaza Nueva, nos regaló estampas de gran belleza, que hoy conservamos gracias a la pericia de fotógrafos que las captaron para la eternidad.

Hoy nosotros honramos la memoria de aquel puñado de fervorosos Corderos de la Divina Pastora que, aguerridos y sin temer las dificultades de aquel tiempo, lo dispusieron todo a mayor honra y gloria de María, nuestra Divina Pastora, mostrando a toda Sevilla, congregada en torno a las calles principales de su viario, la representación más fidedigna que Fray Isidoro pudo conseguir para plasmar la Glorificación de María Asunta al Cielo. A ellos nuestro homenaje y, por su eterno descanso, nuestro sufragio y oración.










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