Arte Sacro
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  • sábado, 4 de mayo de 2024
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"Per me reges regnant". Juan Manuel Labrador Jiménez


 Nuestra Señora de los ReyesSe disipa el negro manto de la agosteña noche sevillana, el trinar de los pájaros anuncian el nacimiento de una nueva mañana que Dios nos regala, y el aire nos trae la fragancia de los nardos que la escoltan a Ella en las esquinas de su paso como si de las de su propia casa -la Catedral- se tratase.

La madrugada ha sido larga, Sevilla ha velado a su Reina y Patrona, tres solemnes celebraciones eucarísticas han tenido lugar ante sus benditas andas. El cielo bosteza entre las recoletas nubes que están haciendo acto de presencia este verano, y se asoman los primeros rayos de luz, dotando a la ciudad de vida y magia ante el esperado gozo de la salida de tan excelsa Señora.

Bajo las naves catedralicias, corazones agolpados tratan de acercarse a la Madre, y el Divino Infante imparte la bendición a todos los presentes desde las rodillas de María con su gesto infantil y picarón. Quedan escasos minutos para las ocho en punto de la mañana, y la procesión comienza a salir por la Puerta de los Palos. La Giralda permanece atenta y despierta, pues en cuanto vea que el capataz cruza el dintel, habrá de iniciar el repicar de sus campanas para anunciar que la Reina de los Reyes está en las calles de la que es, sin duda alguna, su urbe hispalense, aquella misma que la hizo suya desde que San Fernando nos la dejase como delicada ofrenda a los sevillanos, porque el Santo Rey ya presagiaba en 1248 que siete siglos después, el municipio adoptaría entre sus títulos el más genuino e irrepetible de todos: Mariana.

El Sol la saluda, y le da un beso en las mejillas en nombre de los sevillanos, porque el Sol hispalense también es único y, por tanto, nuestro. Brotan en las almas los tres deseos: el primero, la paz para el mundo; el segundo, el fin de la pobreza; y el tercero, que el cielo no sea muy distinto a la belleza de Sevilla.

Desbordada de devoción está la plaza que lleva su nombre, y cuando la vista quiera percatarse, ya se abrá perdido entre el bosque de naranjos de la calle Placentines. La primera esquina, alcanza Alemanes, y la Virgen se gira por primera vez para ser incensiada por el Cardenal. Cantos corales inundan la calle, y toma la recta para desembocar a la Avenida por la eternamente llamada Punta del Diamante -y seguirá siendo denominada de esta forma mientras pase por ella la Virgen de los Reyes-.

 Nuestra Señora de los Reyes y su Divino InfanteAvenida de la Constitución, la Reina se siente cómoda, y se nos muestra, más que nunca, más Reina de los Cielos y la Tierra, más Reina del Universo por ser la Madre de Dios, Cristo Rey, y parece que se oye una voz de ultratumba que dice: "Per me reges regnant". Todas las miradas concentradas en un mismo punto al pasar por la Avenida: su Rostro (¿serán, quizás, nuestras miradas lo que desgaste la madera divina de su óvalo facial?).

Ya se acerca al lugar más significativo, el momento justo en el que la Patrona se enfrenta al monumento inmaculista, hermosa simbología la de ver a María sobre tan alto pedestal cuando la Virgen de los Reyes se ubica en la Plaza del Triunfo, pareciéndonos que se va a iniciar el rito de la Asunción gloriosa en la jornada en la que, precisamente, se celebra su festividad litúrgica.

Y otra vez llega a su plaza, la Giralda, enardecida, echa al vuelo sus campanas, y contagia de alegría a la espadaña del Convento de Santa Marta, los sevillanos se emocionan con intimidad, porque otro año habrá de esperar para verla de nuevo bajo su tumbilla. El año es largo, y su procesión, un suspiro de amor. Por qué pasa todo tan fugaz cuando la Reina de los Reyes está por sus calles. ¿No podría detenerse el tiempo eternamente, y que siempre fuese mañana del 15 de agosto?

El corazón se contrae, el pecho se sobrecoge, y la Reina dice adiós, hasta el año que viene, aunque Ella nos lleva a todas horas bajo su manto... Menos mal que nos queda el agridulce consuelo de verla entronizada en su Capilla Real, desde la que, como Alcaldesa celestial de la urbe, está pendiente de sus hijos.

La Patrona de Sevilla

es la Virgen de los Reyes,

y así lo dicen las leyes

de esta ciudad tan sencilla

que le labró una capilla

en la Iglesia Catedral.

Qué dulzura maternal

a la ciudad cautivó,

pues ésta la concibió

sin Pecado Original.

Fotos: Joaquín Corchero y Fernando A. Morillo










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