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Gravísima cogida de Luis Mariscal. La sangre de un valiente. Álvaro Pastor Torres


 Faltaban muy pocos minutos para que el reloj de la plaza de toros marcara la medianoche y correteaba por el iluminado albero “Peluco”, un señor toro –un tío en el argot taurino- de la ganadería de Peñajara, marcado con el número 158, de 524 kilos de peso y que hacía quinto en la tradicional corrida que se organiza en Sevilla el 15 de agosto para honrar a la Patrona de la ciudad, la Virgen de los Reyes. Salvador Cortés, su matador, que ya había cortado una oreja a su primero, lo dejó crudito en varas, a pesar de que el astado había corneado la mano derecha del caballo durante el primer encuentro con el picador, por lo que el varilarguero que guardaba puerta sólo tuvo que señalar con la puya en el segundo envite.

Luis Mariscal, de blanco y azabache -premio de la Real Maestranza por la mejor actuación en banderillas durante la feria de abril de este añocuadró en la cara y colocó un gran primer par con la profesionalidad, solvencia y exposición que le caracteriza. Su primo Pedro Mariscal, tercero de la cuadrilla, también se lució con los palos en su turno. Luis inició en los terrenos de un inexistente sol la carrera para cerrar el tercio por el pitón derecho, con el toro algo cerrado; sobre la marcha decidió hacer algo que no está al alcance de muchos rehileteros: cambiar de pitón y parear por el izquierdo con la carrera ya iniciada. A favor de querencia el toro arreó con fuerza y el peón, que se asomó al balcón apurando mucho las distancias, salió prendido del embroque con un certero derrote que lo lanzó hacia arriba. Sin llegar a caer al suelo el toro le metió el pitón por el muslo y el subalterno giró muy despaciosamente sobre la astifina asta, para quedar colgado boca abajo unos interminables instantes que a todos los presentes se nos hicieron eternos. Ya en suelo intentó incorporarse pero apenas pudo. Recogido rápidamente por las asistencias, entre ellos su hermano Salvador, fue dejando un tremendo reguero de sangre hasta la cercana enfermería. La gorra de un empleado del callejón, lanzada a modo de desesperado quite, marcó durante unos minutos el sitió donde había caído el bravo banderillero.

La sensación de tragedia sobrevoló desde el primer momento los tendidos, pues hay cornadas que no esconden su extrema gravedad y la de esta se vio desde un principio. Los primeros en salir de la enfermería fueron el servidor de banderillas y el ayuda de mozo de espadas, que en una bolsa negra llevaba seguramente el traje sanguinolento del peón.Las camisas de ambos, empapadas en sangre, y sus caras desencajadas, delataban que algo gordo estaba pasando.

El resto del festejo trascurrió sin pena ni gloria. Al término de la corrida la puerta de la enfermería, custodiada por una pareja de la Policía Nacional, era un hervidero de familiares, aficionados y periodistas aún muy impactados por lo sucedido en el ruedo. El rumor más extendido era que tenía una cornada muy fuerte pero que “la cosa estaba controlada”. Pasadas cuatro horas del percance, aún a pie de enfermería, su padre confirmaba a mundotoro.com que tenía una cornada con cinco trayectorias y que la intervención iba para largo, aunque los médicos le habían tranquilizado. Poco antes de las cinco de la madrugada la sirena de la ambulancia que esperaba aparcada en la calle Adriano rompía el silencio de la noche sevillana para trasladar al herido hasta la UCI del hospital Sagrado Corazón. Dentro iba un valiente que siempre sale a darlo todo: Luis Mariscal.

Foto: Álvaro Pastor Torres.










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