Arte Sacro
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El Atado a la Columna de Hinojos (Huelva), antiguo Cristo de las Cigarreras


 Pedro Béjar. El 7 de marzo de 1892, el arzobispo de Sevilla, D. Benito Sanz y Forés, concedió en calidad de depósito a la Hermandad de las Cigarreras, esta imagen del Cristo atado a la Columna. Dicho simulacro, procedente del extinguido convento hispalense de agustinos del Pópulo, recibía por aquel entonces culto en la iglesia parroquial de Santa María Magdalena.

Tan hermosa escultura, atribuida al círculo de Pedro Roldán, se convertía así en el tercer titular de esa corporación penitencial. En 1916 fue sustituida por la nueva talla de Joaquín Bilbao. Entonces, gracias a la intervención del célebre escritor y canónigo de Sevilla, D. Juan Francisco Muñoz y Pabón, natural de Hinojos, el cardenal Almaraz ordenó el traslado de dicha efigie cristífera a la parroquial de la mencionada villa.

Esta imagen del Flagelado puede relacionarse con otras del mismo tema de fines del siglo XVII y principios del XVIII. En este sentido, nos recuerda el Cristo atado a la Columna de la iglesia de San Juan de la Orotava (Tenerife), encargado a Pedro Roldán en 1689. En ambas versiones, el cuerpo se inclina hacia adelante mediante una curvatura de las cervicales y ligera inflexión de las rodillas, estando atadas sus deliciosas manos a una columna de fuste bajo y separando las piernas para conseguir una mayor estabilidad. Tan sólo un escueto paño de pureza, artísticamente plegado, cubre la desnudez de su cuerpo.

Similares características formales e iconográficas presentan las esculturas conservadas en la parroquia de Santa María de la Mesa, de Utrera, atribuida a Francisco Antonio Gijón; y en el convento de Santa Isabel, de Écija. Esta última fue efigiada en 1700-1701 por algún miembro del taller Roldán.

El Cristo de Hinojos, restaurado en 1993 por Ricardo Comas, hace gala del acabado naturalismo y acertado movimiento del pleno Barroco sevillano. Su realismo es patente en la interpretación de las heridas y traumatismos producidos por la flagelación. Su piel, de atinada encarnadura, queda manchada de sangre a causa de los múltiples latigazos, insistiendo en la nota cruenta del martirio. Su desfallecida actitud, teñida de humilde aceptación ante el sacrificio supremo, expresa con la mayor elocuencia la súplica del texto sagrado: “Oh, pronto, respóndeme, Yahveh, el aliento me falta; no escondas lejos de mí tu rostro. Pues sería yo como los que bajan a la fosa” (Sal. 143).

Foto: Pedro Béjar










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