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Caminar en Comunión con la Iglesia. Miguel Andreu.


 Lo dijo Monseñor Asenjo en la Misa de Clausura de Curso ante los Hermanos Mayores de todas las Hermandades. Fue una de tantas frases que se me quedaron en la memoria, no por su exclusividad sino por su notoriedad, su rotundidad y por todo lo que encierra para algunos de nosotros.

Sea esta una reflexión que el verano me ha invitado a hacer, como una simple opinión personal de quien tiene el privilegio de dirigir una Hermandad, lejos por tanto de cualquier otra interpretación que no sea sólo aquella que afecte a una Hermandad de Gloria que radica en una Parroquia. El binomio Iglesia-Hermandad -léase por tanto también Parroquia y Hermandad- no deja de ser, a mi entender y a la vista de lo dicho por nuestro Pastor, indisoluble a pesar de que cada uno de los monomios encierre características especiales y distintas, aunque un último y común fin.

En la sociedad en la que vivimos es muy normal el espíritu individualista y de algún modo egocéntrico. He podido leerle a Eric Fromm, destacado psicólogo social y filósofo alemán, que “en nuestros días, no se puede encontrar mucho amor en el mundo, más bien lo que se lleva es una cordialidad superficial encubridora de la distancia, indiferencia y un sutil recelo”. Si trasladamos esta reflexión a nuestras corporaciones, hemos de preguntarnos por tanto desde el seno de nuestras Hermandades ¿cómo son nuestras relaciones con nuestra Iglesia? ¿y de nuestra Iglesia con nosotros? ¿cuál es la razón a estas respuestas? ¿podemos mejorar nuestra actitud para tener una mejor comunión los unos con los otros? Estas y otras preguntas son las que debemos plantearnos cuando estamos pensando en un tema tan importante como es el caminar de nuestras hermandades en comunión con la Iglesia.

Para ello, también podríamos rescatar una palabras del hoy Papa Benedicto XVI, que en su etapa de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, afirmó que “las Iglesias locales deben vivir sus especificidades culturales e históricas integrándolas en la unidad del conjunto, abriéndose a la aportación fecunda, de manera que ninguna entidad emprenda caminos que las demás no reconocen”.

Nuestro universo cofrade necesita de redes para cubrir el significado del mensaje, así como un soporte para esa comunión, que lleve a buen puerto los objetivos de nuestras corporaciones: el culto, la caridad, la evangelización, por citar algunos. Un sentido de preocupación mutua y compromiso mutuo que deriva de la conciencia de que, de alguna u otra manera, hace que nos necesitemos y pertenezcamos los unos a los otros. Aunque seamos muy pocos, pero que estemos muy unidos. Por tanto, sobre todo en el tiempo que vivimos en el que el cristiano no está de moda, la comunión con nuestra Iglesia, con nuestra Parroquia, debe ser absoluta, desde el respeto de una entidad a otra, que si bien son iguales tienen rasgos perfectamente diferenciados de historia, de tradición y por supuesto de formas de actuación desde el mismo e idéntico prisma de la fe. Una vida, por tanto, mutua de aceptación y de comunión.

El cristiano -y por extensión el cofrade- no debe ser un ente individualista que disfruta de una relación privada con Dios, sino más bien un miembro más de una comunidad, con un deseo de pertenecer a ella. Y ésta debe aceptarlo tal como es, con sus tradiciones y formas; con sus aciertos y defectos; con su peculiar forma de contribución para la construcción del Reino de Dios, que no hace más que abrir entre sus miembros verdaderos caminos de fe. Todo esto, al fin y al cabo, no resta sino que aporta. De nada sirve una Iglesia activa si sus fieles no encuentran la red que les lleve a Cristo. Y de nada tampoco unas corporaciones que vivan sin encontrar el calor de la palabra en su Iglesia más cercana.

No será nunca este hermano mayor, a pesar de poder verme esclavo de mis palabras, quien ponga cortapisas a lo que dicte mi Iglesia, de la que soy y me siento parte. Pero a la vez, también seré el que defienda los derechos históricos de mi Hermandad, porque así me creo en la obligación y porque así un grupo de hombres de Iglesia han confiado en mi para ello. Incluso el derecho a caminar en comunión con la Iglesia. Al igual que, a aquellos que aquí me pusieron, les exigiré en sus deberes como cristianos.

El pueblo de Dios, por tanto, constituye una sola hermandad, pues pertenece a una misma familia, la familia de Dios. La comunión con la Iglesia es el alma y la motivación profunda de la acción cultual, caritativa y evangelizadora de las hermandades, ya que son parte de ella. La comunión con la Iglesia no es, por tanto, un método o una técnica: es la manera de vivir en la verdad.










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