Arte Sacro
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El cardenal Amigo hace un llamamiento a la oración y la responsabilidad ante la escasez de agua.


 Arte Sacro. "Hace ya unos años, y con motivo de una visita al Rocío para suplicar la intercesión de la Señora, recordaba que mientras unos nos piden que hagamos milagros y señales portentosas, otros sugieren que olvidemos a Dios y busquemos otra protección y sabiduría. Pero nosotros creemos en Jesucristo, el Hijo de Dios. Él es nuestra fuerza y nuestra sabiduría. Y Él mismo nos lo ha dicho: pedid y se os dará, llamad y se os abrirá. ¡Abre, pues, Señor las compuertas del cielo y danos la bendición de la lluvia que necesitamos!

Si pedimos que lleguen las lluvias, no es sólo porque se agoten las fuentes del agua, sino porque tenemos fe. Y nuestra confianza en Dios nos lleva a pedir con perseverancia aquello que necesitamos.

1. En forma alguna buscamos, en el recurrir a Dios, una manera de evadirnos de las responsabilidades que nos corresponden a la hora de cuidar con esmero los recursos que la naturaleza nos proporciona. Nuestra oración no sería sincera si olvidáramos la obligación de conservar los dones y bienes que de Dios se reciben, particularmente, en este caso, el de la naturaleza, y haciendo, del cuidado del ambiente natural, una señal de reconocimiento a Dios Creador, y de solidaridad en beneficio de todos los hombres. Imploremos la lluvia y trabajemos en buscar nuevos recursos, así como en guardar, cuidar y compartir un bien tan apreciado como es el del agua. Que nuestra confianza en Dios vaya siempre unida a un verdadero y eficaz deseo de trabajar por conseguir el justo bienestar de todos los hombres.

2. Mucho es lo que se está hablando del agua y no pocos los estudios y proyectos técnicos especializados que se realizan. Menos, quizás, nos hemos ocupado del agua desde el punto de vista moral y como obligación en el ejercicio de la caridad fraterna. La situación tan preocupante en la que nos encontramos, debido a la sequía imperante, nos obliga a hacer algunas reflexiones cristianas sobre el agua.

Si no fuera un bien que tanto necesitamos, ciertamente que ni preocupación ni interés alguno habría en hablar de ello. Si lo primero que ha hay que decir es que el agua es un bien, también en primer lugar debe estar obligación de la gratitud a Dios, que es el creador y generoso dador de todas las cosas.

Un bien de Dios y para todos. Nadie tiene derecho a apropiárselo como si de una propiedad particular se tratara. Corresponde a la administración pública la justa distribución del agua, atendiendo a las necesidades, ciertamente distintas, que pueden tener unos y otros individuos, unos y otros pueblos. No es justo que unos despilfarren y que otros padezcan sed. Que unos campos puedan producir abundantes cosechas y otros tengan que permanecer en barbecho.

3. Si es algo tan necesario, no cabe la menor duda de que hay que prestarle al tema la atención que merece. Y de una manera permanente. Suele decirse que solo nos acercamos a Santa Bárbara cuando truena. Y del agua, precisamente al revés, cuando no hay atisbos de tormentas de lluvia. Si es un bien tan necesario, también una atención permanente.

 Más que lamentar la escasez, será por demás inteligente y oportuno el cuidar bien de lo que se tiene. Aquí podríamos traer el relato bíblico de los aljibes agrietados que no guardaban el agua. No echemos la culpa al cielo. Hay que tapar las grietas y restañar fisuras de la falta de responsabilidad en el cuidado y uso del agua.

Y buscar lo que se necesita. Abrir nuevos pozos y tener cuidado de que no vengan detrás intereses que tapen los manantiales que otros abrieron. También esto es una referencia bíblica: Jacob habría los pozos y los filisteos los anegaban.

Suele hablarse, especialmente cuando sube el precio del petróleo, de la búsqueda y utilización de energías alternativas. No sé si también había que buscar "alternativas" al uso del agua. Será responsabilidad de los investigadores y de los técnicos el pensar en ello.

4. Un capítulo sumamente importante es el de la educación. En las campañas que se emprenden para conseguir el ahorro en el consumo de agua, se insiste más en técnicas para reducir el gasto, que en educar el sentido de responsabilidad ante un bien tan necesario y apreciable. Hay que poner en marcha una auténtica pedagogía para educar una conciencia moral en uso del agua. Puede haber medidas coercitivas e incluso penalizaciones, pero siempre, a largo plazo, lo eficaz es una buena formación.

No es poca la diversidad de opiniones en la polémica sobre políticas hidráulicas. De lo que no puede haber duda es de que se necesita una justa y adecuada política sobre investigación, cuidado, reparto y uso del agua. Si del bien común se trata, nadie puede dudar que el agua está entre aquellos a los que mayor atención se debe prestar.

5. En la doctrina social de la Iglesia se habla del agua como uno de esos derechos humanos con una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes (SRS 42). "Como don de Dios, el agua es instrumento vital, imprescindible para la supervivencia, por tanto, un derecho de todos... El agua, por su misma naturaleza, no puede ser tratada como una simple mercancía más entre la otras, y su uso debe ser racional y solidario" (Cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, nn. 484, 485).

6. La lluvia es tenida en la Escritura como una de las grandes bendiciones de Dios. Escucha, Señor a tu pueblo y envíanos la lluvia (II Cron 6, 27). Dios abrirá para ti los cielos y te dará a su tiempo la lluvia necesaria (Dt. 28, 12).

El magisterio de la Iglesia también nos orienta y nos llama a conservar los dones que Dios nos ha dado. El hombre, llamado a cultivar y custodiar el jardín del mundo, tiene una responsabilidad específica sobre el ambiente de vida, o sea, sobre la creación que Dios puso al servicio de su dignidad personal, de su vida: respecto no sólo al presente, sino también a las generaciones futuras. Es la cuestión ecológica - desde la preservación del  hábitat natural de las diversas especies animales y formas de vida, hasta la ecología humana. El dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de usar y abusar, o de disponer de las cosas como mejor parezca. Estamos sometidos a las leyes no sólo biológicas sino también morales (Cf. EV, 42).

Así habla la Escritura y así nos lo enseña la Iglesia. Como lluvia se derrame mi doctrina, dice el Señor, caiga como rocío mi palabra, como blanda lluvia sobre la hierba verde, como aguacero sobre el césped (Dt. 32, 2).

El agua es una bendición de Dios y su uso una responsabilidad moral y un capítulo en el ejercicio de la justicia y de la caridad cristiana".

Con mi bendición,

+ Carlos, Cardenal Amigo Vallejo

Arzobispo de Sevilla

Septiembre 2005

Web relacionada: http://www.diocesisdesevilla.org

 

 










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