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Los Armaos 2011. Un pregón del que no nos vamos a olvidar. Rosa García Perea


 El pregón tuvo un "prólogo" magnífico por parte de Ernesto Sanguino, pregonero del 2010, con una coletilla que animó al personal y predispuso como los buenos entremeses al convite con mayúsculas que nos guardaba Juan Miguel Vega en los folios que sujetaba gravemente en sus manos: "Ahí es ná".

Escoltado por los mejores soldados que tiene esta ciudad, el Teniente Fernando Vaz y el Capitán Ignacio Guillermo, Juan Miguel subió al atril con un gesto que a todos nos dió pellizco: miró hacia la capilla del Señor de la Sentencia, El de las manos "atás" que así le llaman sus soldados, y se santiguó, luego miró a Su Madre e hizo lo mismo. Y empezó el lío.

Con una breve introducción sobre ¿Quién es la Macarena? y cómo los armaos borran la tristeza que nos abruma la tarde del Jueves Santo, cuando ya empieza a terminarse todo, Juan Miguel levantó el faldón de aquel paso y llamó uno a uno para ver si estaban puestos, en un latín de la misma macarena, desde el Capitán hasta el Tenienti Guapi, pasando por el Chino del Pumarejo y la Mater que nos parió. La Basílica se caía abajo con los aplausos.

 Así poco a poco comenzó su estación de penitencia con momentos sublimes como el relato emotivo de ese armao que en la visita que hacen el Jueves Santo al hospital infantil, entró en la habitación de un niño moribundo, al que el Viernes Santo llevó unos claveles de la Virgen y que más tarde tuvo la gloria de verlo recuperado. ¿Casualidades? o como dice Juan Ruiz Cárdenas, causalidades, que es lo que ocurre del Atrio para adentro.

Vega supo atrapar la esencia verdadera del armao. El armao es armao los 365 días del año y un sólo día es el que se viste de romano. Le sirvió la anécdota de Emilio, el armao que recogió a ese viejecito (cirio verde) que vivía en el extrarradio olvidado por todos, para que volviera a ver de cerca la cara de la Esperanza. Estas son las historias que hacen grande a Roma.

Hubo espacio para todo, y para todos. Para Hidalgo, al que comparó con el batería de los Rolling Stones, Charlie Watts. De quien dijo que no se lo imaginaba vestido de armao, pero sin embargo si se imaginaba perfectamente a Hidalgo con las baquetas al lado de Mick Jagger. Para pagar una deuda personal, Vega le hizo la entrega simbólica de su "particular Llamador".

Y para las peticiones. Al hermano mayor, que se regulara en las reglas que los nazarenos pudieran salirse a desayunar, para seguir dibujando esa entrañable estampa. Guasa de la buena.

 Quizás el momento en el que pudimos ver que casi se quebraba la voz del pregonero, fue en el recuerdo a su padre, trianero en ejercicio como su madre, fallecido dos años antes, y el que le inoculó el amor por la Semana Santa. Sevilla no debe partirse en dos mitades, dijo Vega, pues en él mismo conviven Triana y la Macarena, y esa sangre mezclada es la que corre por las venas de su hijo Ignacio, proyecto de armao que ya ensaya bajo las órdenes del Charlie Watts macareno.

Mucha buena prosa, y pocos versos. Pocos, pero buenos, incluso con una sutil referencia a los ERE, y a las Setas de la Encarnación. Muy sutil, que allí se estaba a lo que se estaba, a pregonar el Mar de Plumas que ponen en las caras de los sevillanos, no una sonrisa, algo mejor, según Vega, pone la Esperanza.

El Melli, el Mono, Pepito García... todos estaban en los folios de Vega, los que parece que se fueron (que no se van, aquí no deserta nadie) y los que aún ganan batallas, Rogelio (al que hizo un emotivo recordatorio por el fallecimiento de su madre), el Bigote, Richard, Pepe el del Tanatorio (con la consiguiente guasa para la superstición del Bigote) el Falete y su maravilloso baile por bulerías mezclado con el desfile, hasta para esos aspirantes, que son realmente "armaos sin ropa" y muchos más que estaban como niños en la mañana de Reyes. El pregoneró terminó y la Basílica se puso en pie, mientras bajaba hacia el banco como no podía ser de otro modo, desfilando.

La noche terminó como sólo las plumas blancas saben hacerlo, con pescao frito en el Pumarejo y canalleo en La Tertulia, el bar que regenta en la calle Parra, Julio, el hermano del Capitán. Un sitio donde las paredes saben más que las de la Biblioteca de Alejandría.

Fotos: Francisco Santiago










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