Arte Sacro
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De Cofradías, Economía y Caridad. José Carlos Cutiño


 Se ha puesto de moda el discurso fácil –y presuntamente “social”-de reprochar a las cofradías el derroche en la ejecución de nuevas obras de arte para engalanar –aún más- sus cortejos procesionales. No es casual..., ha sido un ejercicio pródigo en esfuerzo de cofradías, algunas antaño consideradas humildes, por enriquecer su patrimonio artístico.

Obras como las bambalinas de Consolación, el manto de Dolores y Misericordia, los faldones de la Angustia de los Estudiantes o los de las Lágrimas, el paso de las Cinco Llagas, unidas a fastuosas restauraciones como el manto del Loreto, el palio de la Victoria o la magna obra realizada en el paso del Gran Poder, no suelen dejar indiferentes a nadie... Y menos aún a los exegetas de “la caridad” en su interpretación de que, en momentos de crisis, no cabe gasto suntuario alguno.

Vaya por delante que no voy a perder más de cuatro líneas en defender, ejemplificar o justificar la ingente labor social que –en una medida creciente desde el inicio de la crisis y muy superior a otras entidades con bastante más responsabilidad en el asunto- vienen realizando nuestras hermandades y cofradías. No es el tema ni requiere mayor esfuerzo que invitar a los advenedizos que desconocen esa realidad a que pregunten donde tienen que preguntar.

Corresponsablemente, tampoco me voy a recrear en el hecho de que un Ayuntamiento –por cierto poco sospechoso de beatitud- valorara en ¡¡¡240 millones de euros!!!! el impacto económico en la ciudad de la celebración de la Semana Santa al sevillano modo, con lo que ello supone para la generación de riqueza y empleo (cuéntenle a hosteleros, taxistas y demás como les descalabra el año una Semana Santa a medias como la de 2011 –toquemos madera-).

Por el contrario, me voy a centrar sucintamente en lo que supone que las hermandades no hayan renunciado a seguir alabando y glorificando a las imágenes de su devoción con la mejor producción de la artesanía tradicional sevillana, arañando de sus presupuestos, haciendo ingeniería financiera, sableando a los incautos y recurriendo al chantaje emocional para que sus hermanos, más capaces o menos en precario, aflojen la mosca para mayor lucimiento de su Virgen y su Cristo.

Gracias a esa labor ingente, que a nadie perjudica, pues nadie da lo que no tiene, y que difícilmente sería igualmente productiva con el mero argumento de la caridad (pues la caridad bien entendida empieza por uno mismo y bien saben las mayordomías de lo que hablo), ha habido muchas familias que han tenido un sueldo –a veces el único de su casa- de los talleres de Caro, Bernardino, Santa Bárbara, Borrero, Grande, Rosado, Ríos, Carreras, Caballero.... y tantos y tantos otros que no sólo mantienen artes tradicionales que de otro modo se hubieran extinguido, sino que ofrecen trabajo, salario y sustento a mucha gente.

Escuchar a voces tan autorizadas decir que hay que hacer menos encargos artísticos y dar más limosna, no deja de ser una provocación inintencionada pero dolorosa para esos honrados obreros y artesanos de la Fe, a los que –haciendo mucho caso a tal consejo- terminaríamos viendo en nuestras casas hermandades pidiendo una bolsa de comida o el pago de un recibo de alquiler. La limosna salva la coyuntura, pero genera dependencia, y en ella no hay ni más futuro ni más dignidad que la de la beneficencia.

Obviamente, no es función de las hermandades generar riqueza y empleo –aunque personalmente entiendo que el ejercicio de la caridad así lo demanda-, pero es una consecuencia muy loable de nuestra forma de expresar nuestras creencias, en un momento en que crear un puesto de trabajo es la mejor forma de ejercer la caridad.

Piensen que en estas obras, más de la mitad del precio corresponde a mano de obra, que redunda en salarios estables que facilitan vivir honestamente a un número considerable de familias, y díganme si debemos quitarle la caña de pescar para darles un pescado de cuando en cuando. Piénsenlo bien y a lo mejor terminamos cayendo en la cuenta de que en los bordados, dorados, tallas y cincelados, brilla algo más que el oro y la plata: brilla la dignidad del trabajo de los que se estremecen y sientes escalofríos cada vez que algún prócer pide “más austeridad”.

Foto: Francisco Santiago










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