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Manuel Castillo muere en su casa a solas y Sevilla pierde su referente clásico. B. Fernández / J. L. Domínguez. Diario de Sevilla.


El compositor sevillano Manuel Castillo, de 75 años de edad, fue hallado muerto ayer en su piso del barrio de Los Remedios, donde residía en solitario desde el fallecimiento de su hermana Isabel. El hallazgo del cadáver se produjo después de que una de sus sobrinas, preocupada porque el músico no respondiera durante días a sus llamadas telefónicas, se personara en el domicilio. Tras golpear la puerta sin obtener resultado, y con la ayuda de un vecino que conservaba una llave desde hacía tiempo, la familiar consiguió acceder a la vivienda, encontrando el cuerpo sin vida de Castillo en una butaca del salón. Probablemente el compositor sevillano, Premio Nacional de Música en 1959 y 1990, llevara ya tres o cuatro días muerto.

Un juez ordenó el levantamiento del cadáver, que fue conducido al Instituto Anatómico Forense, donde a primera hora de hoy le será practicada la autopsía. Posteriormente será trasladado al tanatorio de Servisa. Mañana, a las 11.00, se celebrará un misa corpore insepulto en la Parroquia de Nuestra Señora de Los Remedios y más tarde sus restos llegarán al cementerio de San Fernando, donde, probablemente, serán incinerados.

Figura fundamental en la vida musical andaluza durante la segunda mitad del siglo XX tanto por su labor compositiva como pedagógica, Manuel Castillo, nacido en Sevilla el 8 de febrero de 1930, padecía una grave depresión desde comienzos de la década de los 80, empeorada en los últimos tiempos, como apunta su amigo y antiguo alumno el director de orquesta Juan Luis Pérez. "En estos últimos años parecía que estaba muerto en vida. No quería recibir a nadie, aunque no decía que no, te pedía que lo llamaras otro día y luego no cogía el teléfono. A todos los que lo conocimos nos queda la sensación de que se podía haber hecho algo más, pero era muy difícil, y hubo gente que desistió", dice con hondo pesar el músico jerezano.

Llevado por su vocación religiosa, Castillo ingresó en el seminario en 1956, el mismo año en que ganó por oposición la Cátedra de Piano del Conservatorio Superior de Música de Sevilla, a cuyo frente se situaría como director entre 1964 y 1978. "Como el compositor que era siempre intentó que sus alumnos desarrollaran una personalidad propia y no una copia de la suya. Muchos de los grandes genios de la música han pecado de producir discípulos imitadores, pero la esencia de su enseñanza era conseguir que sus alumnos fueran ellos mismos", declara consternado por la noticia Francisco Javier Gutiérrez, antaño discípulo del maestro y hoy director de la Banda Municipal, agrupación que , a propuesta del Ayuntamiento, confía en poder interpretar durante el sepelio Reina de la Paz, única marcha procesional del compositor.

Castillo abandonó el sacerdocio en 1970 para dedicarse por completo a la música, decisión que provocaría en él una tensión interior de la que, dicen sus allegados, nunca llegaría a liberarse. No obstante, su reconocida producción musical crecerá pareja a una bien ganada influencia en la vida musical de la ciudad. "Su personalidad indiscutible se deriva de la autoridad que tenía en ese ambiente –explica su amigo Julio García Casas, presidente de Juventudes Musicales–. No ejerció cargo político alguno, pero sí esa autoridad en todo lo que tocó".

En ese sentido, Francisco Senra, ex gerente de la Sinfónica de Sevilla, recuerda que "Castillo fue la persona que desde los ambientes musicales validó el proyecto de la orquesta una vez que las administraciones tomaron la decisión de ponerla en marcha".

"Era una persona prudente y nada agresiva, pero firme –continúa Senra–. Tenía claro lo que quería para la ciudad y para la música y nunca dejó de expresar su opinión. Siempre estuvo detrás de la orquesta, de cuyo consejo asesor fue parte activa, nunca dejó de hablar con los responsables políticos y se ganó el respeto de todo el mundo".

En estas tres vertientes señaladas –como compositor, como docente y como agitador de la vida cultural– cultivará Castillo con encomiable dedicación un largo listado de logros y amigos, tantos que resulta paradójico, dice hoy Pérez, que "acabara encerrado en sí mismo, pese a todo el merecido reconocimiento que se le otorgó y que la enfermedad no le dejó disfrutar". El músico no acudía ya ni a los actos de homenaje que en los últimos años se sucedieron; tampoco al requerimiento de creación de nuevas obras por parte de instituciones como el Parlamento de Andalucía, que quiso contar con él en el reciente concierto en memoria de las víctimas del 11-M. "Una vez me dijo que estaba cansado de vivir, que no tenía la ilusión necesaria para seguir adelante", comenta el director jerezano.

Sin embargo, éste prefiere recordar que fue gracias a su labor docente como los alumnos del conservatorio sevillano accedieron en los años 60 y 70 "a todo lo que había pasado en la música después del Romanticismo, después de Falla y Turina: tenía partituras, grabaciones... Cuando en 1994 presenté su Tercera Sinfonía hablé de él como de el compositor necesario, una frase que le gustó, y creo que realmente fue así".

Igual opinión mantiene el biógrafo del músico fallecido, Pedro José Sánchez Gómez, para quien la muerte de Castillo "cierra una etapa de la vida musical sevillana, yo diría que casi la vida musical de Sevilla en el siglo XX: la primera mitad es Turina y la segunda es Castillo. Afinando incluso se podría decir que se complementaban. Turina plasmó la Sevilla externa, la que se ve con los ojos; Castillo, por contra, lo hizo con la más íntima y oculta, la que se ve con el corazón y el alma".










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