Arte Sacro
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Antonio Castillo Lastrucci. XLV Aniversario de su muerte.


Este 29 de noviembre se ve cumplido el cuarenta y cinco aniversario desde que sus gubias reposaron para siempre, sobre el banco de talla en la sevillana calle de San Vicente nº 52. Rebasado este día, el tiempo extenderá sus manos en busca de un nuevo lustro, donde se verá cumplido el medio siglo. El eterno descanso de unas manos gubiadas sin descanso en lo recóndito de su alma. Allí donde mora el duende de su inspiración más impresionista, le debía de llegar ésta trabajando o ensoñando a  Cristo y a  su Virgen más castiza. El artista hombre con palabras salidas de su propia boca, afirmaba “sólo veo en mi mente a un sólo Jesús y lo represento en sus diferentes momentos de la Pasión”. Mientras que para el hombre artista tan familiar como emprendedor siempre impregnado de un acentuado sentido de la timidez para las vanaglorias del artista hombre, que sin embargo gustaba de relucir hacia los suyos, el esteta que afloraba a su estampa puramente sevillana, de recortadas proporciones físicas pero en cambio repleta de la grandeza del espíritu creador. Supo llevar a su obra todo el sentido escenográfico que su amor por el teatro desde muy joven le acompañó. Cofrade de sentimiento y de una profunda convicción religiosa. Si fuera un complejo – vivió introvertidamente su mundo interior en una  época de estrecheces pero lo supo soportar por su amor al oficio-  si por el contrario fuese una virtud- ésta le supo acercar más a Dios. 

Descansan sus  restos mortales en el Templo de San Julián, sobre un mausoleo de frío mármol, que se hace cálido al estar coronado por la piedad, que es consumada liberando el alma. Es donde su huella se magnifica, en una mirada tildada de un sublime iris encantado, de puro dolor donde se concentra en los llorosos ojos de una Virgen, que ella misma encierra el misterio del reluciente colorido de la retama de hiniesta en flor.

No muy distante, sobre una cruz, aparece la Buena Muerte, la del Buen Pastor, que se hace eco y a todo aquel que se sitúa a sus pies, le invita a abrir el corazón de par en par… para así darse uno cuenta que su muerte no fue en vano.
Desde la otra mitad del templo, sobre su hornacina, la Milagrosa contempla la belleza plástica de la Inmaculada de Alonso Cano, que materializa el milagro de poder contemplar al frente, en el altar, la advocación gloriosa del más absoluto NO& DO en el Corpus sevillano. Todo ello pasa sin pasar y, tras las columnas se asoma como presagio de la Resurrección de Nuestro Señor, una discípula privilegiada, a la que según narran los Evangelios fue a ella a quien se le apareció en primer lugar; ella misma clava su rodilla en la tierra del gólgota de una Sevilla, que en esos momentos se siente más cerca de Magdala; a su vez, se lleva una mano al centro de su pecho, cuando la otra adelantada se asoma junto a su elevada mirada, por el dintel de su ojiva, en el día de la palmas. 

Mientras esto ocurre en San Julián, por calle Santiago se alinea el Rocío tardío de la tarde para derretirse bajo los rayos solares que atraviesan el calado de su techo de palio, que si por Ella fuera tendría el azul del cielo como bóveda de su Redención.

En la otra orilla, la que une Sevilla con Triana, un puente guarda un secreto que hoy quedará revelado, para que a voces sea proclamado: Desde la Expectación del parto, un puente a dos voces simétricas lo proclama a los cuatro vientos, con letras de asombro y acero, lo emite de mayor a menor – O - hasta un número de seis veces, como estrofas de vísperas, la séptima estrofa , la pone el corazón del transeúnte que lo cruza desde Sevilla; porque al cruzarlo, para siempre ya su alma quedará anclada por la pureza de la más morena de las Esperanzas… y de la boca del que la cruza brotará:

“Oh sabiduría que brotaste de los labios del Altísimo”

En la Plaza donde a primera hora de la madrugada, los cantos de los ángeles se dejan escuchar por velar al mismo Dios hecho hombre… una cercana y lozana Madre que es orgullo de todos los hombres, que cuyo llanto no puede ser más sevillano y que toda Ella es la gracia bajo palio; respira con agitación cuando contempla a su Hijo que es abofeteado delante de sus pasos… no obstante, cuando desemboca al final de la calle Cardenal Spínola siente como el puñal de su pecho -que se esconde a la mirada de los hombres- se hunde hasta el infinito, al contemplar su bendita Madre como Pilato lo presenta al pueblo al que Es. No lo comprende, siendo todo en Él mansedumbre, entrega e infinito amor. 

Ha prendido en mi ánimo, este recuerdo ensordecedor por un artista tan cercano, que amó a Sevilla como lo sabe hacer el enamorado. Estoy convencido que acallaría desde lo alto cualquier elogio por su humilde discreción; pero igualmente estoy seguro que sería apostillado por la nobleza de aquel que dio un paso al frente en el huerto de Getsemaní, aquel que desde hace cuarenta y cinco años no dejan de ver sus ojos. 

Jesús Méndez Lastrucci.

www.mendezlastrucci.com










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