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Sevilla como Isengard devastada. Carlos Colón. Diario de Sevilla.


RECORDABA nuestro editorial del pasado lunes cómo bajo el mandato de este Saruman municipal que es el alcalde de Sevilla se han arrasado los naranjos del Palacio Arzobispal, la vegetación del muro del Alcázar, el ciprés de la capilla de la Puerta de Jerez, las moreras de la Exposición del 29 en el pabellón de Brasil, los plataneros de Reina Mercedes, la Florida, las avenidas de la Borbolla y de la Constitución, las palmeras de la Plaza Nueva, los naranjos de Placentines y Alemanes o los olmos de Santa María de Guía. Y cómo ahora se acaban de cortar 11 melias y unos 60 paraísos (árboles que pueden vivir un siglo y sólo contaban diez años) que formaban un bosquete en las calles Niculoso Pisano y Miguel Macías Márquez. A esto hay que sumar las palmeras ya condenadas a muerte en el paseo de 1929 al que dieron nombre o la evidencia, en toda la ciudad, de árboles enfermos o muertos, tocones y alcorques inadecuados o cegados que no absorben las aguas y –como en Alemanes, Placentines, el Salvador o Moratín– se convierten en charcos de infectas aguas estancadas que pudren las raíces o las matan, porque muchas veces esta aguas corrompidas contienen el jabón y la lejía que tiran en ellos quienes friegan zaguanes o comercios.

Saruman era el mago malo de El señor de los anillos que arrasó los bosques de Isengard provocando la ira de los Ents, los viejos árboles sabios, parlantes y móviles que se vengaron provocando la ruina del mago arboricida. Desgraciadamente, la vida no es una novela y no existe esa justicia poética que hace triunfar al final la naturaleza sobre quienes la profanan y la maltratan. Desgraciadamente, también, Sevilla no es una ciudad verdaderamente moderna, sino cateta y groseramente desarrollista; como tampoco es auténticamente europea, en el sentido de cuidado del patrimonio histórico, medio ambiental o antropológico.

Por eso, aquí se atreven a cortar cientos de árboles, desertizar plazas y avenidas, dejar los tocones a la vista durante años, no cuidar el arbolado para evitar su enfermedad y su posterior tala, olvidarse de los árboles secos y muertos sin sustituirlos y hasta cubriéndolos con bombillitas de Navidad (ya les conté lo de los naranjos de Tim Burton, versión sevillana de Pesadilla antes de Navidad, que pueden ver en Placentines). Muchas avenidas y plazas de Sevilla –en Triana, Los Remedios, Nervión, las rondas históricas, San Jerónimo, la Macarena o el Cerro del Águila: nadie se salva– son desiertos tercermundistas de asfalto, cemento y acero. Los ecologistas, los partidos de la oposición y los medios de comunicación independientes lo denuncian una y otra vez (mientras, por cierto, los ecologistas y rojiverdes de IU callan). Y como no pasa nada, porque a la mayoría de los sevillanos votantes los árboles les importa un pimiento, corta que te corta sigue este Saruman sin barba que está convirtiendo a Sevilla en una Isengard devastada.










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