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Una sapiencia de siglos. Jesús Méndez Lastrucci


A primeros de julio del pasado año, el Museo de Bellas Artes incorporó a su Exposición Permanente un cuadro al óleo sobre lienzo de 56 x 42,5 centímetros, que está fechado en 1851. Dicho cuadro ha sido donado en el 2013 por Alfonso Lasso de la Vega y Pedroso.

Si no me equivoco, he podido verlo en la Sala XI del museo, al lado de otros autorretratos como el de J Jiménez Aranda, J. Villegas, o el de Gustavo Bacarisas. Entre estos, podemos contemplar al protagonista de este artículo. Un cuadro que para la mayoría de los sevillanos su personaje pase sin pena ni gloria, pero este cuadro tiene su aquel.

El autorretratado corresponde al pintor sevillano Antonio Cabral Bejarano (1798- 1861), este pintor fue nada menos que al primer impulsor de dicho museo y su director allá por el año 1840.

Estoy convencido de que en nuestra escasa memoria histórica, la mayoría de los que lean este presente, puedan pensar que este pintor pasó de puntillas por el mundo artístico, pero la realidad es otra. Solo bastará recordar que este pintor romántico sevillano, tuvo mucho que ver en la creación y la formación del costumbrismo decimonónico andaluz. Fue igualmente profesor y un tiempo después asumió la dirección de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla. Llegando incluso a ocupar una plaza de Académico en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Su obra se centró en temas religiosos y costumbristas, recibiendo numerosos encargos, algunos tan populares como la decoración del ya desaparecido Teatro San Fernando de Sevilla, así también otras obras efímeras como los decorados del Abrazo de Vergara o la boda de Isabel II.

Creó escuela, llegando a tener como pupilos a numerosos artistas pintores, entre los más destacados encontramos a su propio hijo Manuel Cabral y Aguado Bejarano, a los hermanos Bécquer, tanto a Gustavo Adolfo como a Valeriano y a Manuel Barrón.

Hasta aquí dejaré varada la breve historia de la huella del pasado de este pintor; para darle paso a un episodio de nuestro pasado más reciente y próximo a nosotros. El pasado febrero se nos marchó uno de los referentes más preclaros del panorama de la pintura sevillana, el maestro Daniel Puch Rodríguez- Caso. Tuve la suerte de conocerle, y recuerdo habernos encontrado más de una vez en su barrio del Museo, como no podía ser de otro modo, donde a las puertas del Museo de Bellas Artes charlábamos de arte. Daniel fue uno de los más de cien artistas que participamos en la exposición homenaje a Bécquer en 2012, fue pedirle su participación y tan pronto presentó una acuarela de un primer plano de la mirada de la Esperanza Macarena, -la que hoy ve de frente-. Daniel era un artista tan seguro de su pulso, que cada vez que me enseñaba algún que otro trabajo salido de sus hábiles manos, me los enseñaba con una sencillez exquisita, como signo del maestro que era. Sin alharacas ni historias para adornarse, todo en él era la demostración fiel del fruto de la misma seguridad y confianza que atesoraba, del alquimista de los colores que almacena una sapiencia de siglos.

Por un momento, déjame que deje al descubierto tu secreto, de todos los parecidos que encierran ambos artistas, que por sumar detalles, ni la misma casualidad tiene tanto atino para saber sumar tan nítido. Amigo que estás en los cielos, seguro estás pintando de cerca el rostro del Gran Poder de Dios, con la fe que demostraste en tus numerosos trabajos para la Sevilla cofrade. Permíteme que tape con el damasco del olvido todas las casualidades y pueda creer, que estoy ante la respuesta a todas mis preguntas, las que me formulaba cada vez que hablaba contigo y te miraba a tus plegados ojos por captar todos los detalles, y que yo me preguntaba si tu talento tenía el peso y valía de más de una sola vida.










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