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El poder de la Esperanza. Ismael Ruiz Pérez


 Te miro a los ojos, y te noto como ese viernes por la mañana, de vuelta por Parras. Te miro a tus ojos, y no puedes en verdad estar más viva. Muchas horas escuchando, recibiendo besos, caricias, ruegos y súplicas. Pero aun así, lo pienso y lo sentencio, es imposible que puedas estar cansada, aunque tu cara así lo diga. No pueden ser desvelos lo que trasmiten tus pupilas, porque es Sevilla entera la que sin dormir y en largas colas, ha hecho suyas tus horas para visitarte y rendirte pleitesía, paso tras paso y con paciencia más que merecida, soñando con el momento de cada cual por un instante hacerse dueño de tu locura. No puedes estar cansada, por mucho que tus guardianes  lo repitan, pues hasta a una curia púrpura que al no, siempre está cogida, has arrebatado el conteo de las horas, para que nadie pudiera quedarse sin hacerte su visita. Ese es el poder de tu esperanza, de la espera siempre viva. La espera de una larga cola, con un fin de madera, de madera pero viva.

Dicen que no puedes escuchar, pero me niego a entender esas palabras. ¿Cómo no vas a poder escuchar, si das más respuestas que un hombre con razones sobradas? ¿Cómo no vas a escuchar, si eres dueña de mi habla? Fariseos de palabras y micrófonos, de mítines y charlas que se atreven a decirme que solamente eres madera. ¿Entonces, si es madera, por qué siempre me habla? Me siento delante de tu majestad eterna y pones orden a mi locura. Das el cauce a mis ideas, y mueves sola toda mi vida. Pero, ¿cómo van a decir que eres madera, si estás más que viva? ¿Cómo van a decir que estás cansada de recibir tantas visitas? Imposible, así te lo declaro, no eres madera, ¡eres vida! Eres la forma en la que el sevillano hizo a Dios mujer e hizo de madera a la fe y a la justicia.  De la madera dio forma a la dulzura, de la madera hizo posible que se desataran cadenas de amor desmedido y sin fin, contemplando eternamente la magia con que cautivas. Cuantas conversaciones habrás tenido Esperanza, sin tener esta vez que cruzar el arco que como puerta del cielo en tabernáculo de Dios te proclama, cuantas súplicas y lágrimas de rostros ancianos y jóvenes, de labios carnosos y blancas melenas. Cuantos bastones habrán rozado tu manto, y cuantas nuevas vidas habrás acariciado y bendecido hasta la eternidad eterna.

Eres tan grande, Esperanza, pastora de tantas ovejas y vidas, que sin buscarte me encuentras, aunque el gentío ver tus ojos me impida. Siento como me miras, siento como de amor y brasas me llenas aun sabiendo que no soy capaz de aguantar el examen que de tus pupilas mana, pupilas siempre serenas, pues merecedor de ello no lo soy, ni conocedor ser debiera, de las lágrimas que de ti brotan.  ¿Cómo cualquier humano, pecador desde la misma cuna, puede ser premiado con acariciar con sus labios a la que amamantó a Dios desde Belén hasta su sepultura?

Ancho espacio el tiempo esperando para verte, cansado y molestos los pasos hasta llegar a los pies de tal maravilla, pero todo se hacía nada, cuando la puerta era atravesada y manaba la luz de la cruz hasta la saya, de los encajes hasta la mantilla. Y es que Esperanza, ¿qué esperas si los segundos en horas los extiendes como tantas veces tiemblan en tu pecho, por la calle Feria tus mariquillas? Unas mariquillas que marcan el compás por el que las almas que te quieren, por ti tiemblan y permanecen siempre unidas, a sones de Braña o de Gámez, ganando cada año ese pulso a toda Sevilla.

Dicen que estábamos en el Sagrario, de una Catedral más que nunca de fe y amor llena. Pero creo que se equivocaban, era el primer sagrario, el de la nueva Eva, el que se daba al pueblo y a besar como si fuera cualquier doncella. Me encuentro sentado en un frío banco, y solamente me pregunto cuándo será una ocasión nueva en la que poder volver a encontrarme con este sosiego, esta paz, tu paz, que nunca nos niegas. Acaso Esperanza, ¿puede haber ante ti vista más bella? No sé cuantas horas ha pasado cualquiera ante tu tez morena. Solo se, Esperanza, que ni darte las gracias siquiera, serían capaz mis labios, después de todas tus respuestas.

Qué fácil es hoy en día para algunos, atacar y decir que solamente eres madera. Qué equivocados están, Esperanza. No saben que la madera, mejor que los humanos: habla, escucha y consuela.

Foto: Antonio Rendón.










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