Arte Sacro
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Boceto de la pena. Carlos Colón. Diario de Sevilla


Cuántas aventuras no ha vivido Humildad y Paciencia para llegar hasta nosotros. Hubo de fundarse en el siglo XVI una hermandad que daba culto a un Cristo Humillado –antigua y anónima talla en pasta de madera de grandísima expresividad– en el hospital de elefantiasis de San Lázaro en el siglo XVI. Hubo de fundarse en el mismo siglo otra hermandad en la parroquia de San Nicolás de Bari que diera culto a una antigua talla de la Virgen encontrada en una cueva del vecino barrio de San Bartolomé. Hubo de mudarse la corporación del Subterráneo a San Lázaro a principios del XVII y allí unirse a la del Cristo Humillado. Hubo de trasladarse la nueva corporación al convento de San Basilio y fusionarse con la de la Cena, que había sido fundada en Omnium Sanctorum a finales del XVI. Hubo de desaparecer el convento de San Basilio –y perder todos sus enseres la hermandad en los sucesos de 1868– para que iniciara una larga peregrinación por San Vicente y Omnium Sanctorum hasta desaparecer, exhausta, para renacer en 1912 en la misma parroquia de la calle Feria. Hubo de llegar la Guerra Civil y ser quemada Omnium Sanctorum para que los desdichados cofrades tuvieran que salir huyendo por segunda vez perdiendo, nuevamente, sus enseres. Hubieron de instalarse entonces en los Terceros para después irse a las Misericordias y finalmente –en 1973– volver a los Terceros, donde hoy vive felizmente.

Imagínense la pequeña talla traída y llevada de acá para allá a través de seis siglos, salvándose de las modas impuestas por los grandes imagineros del XVII, esquivando olvidos, sorteando revoluciones; y asómbrese de que haya sobrevivido, no sólo en su integridad física, sino como objeto vivo de culto. La perseverancia, la fidelidad, el amor de los cofrades, ya se sabe. Por eso hoy, otra vez, quiero desde aquí hacerles un homenaje. Ningún otro colectivo sevillano ha sido tan heroicamente perseverante a lo largo de seis siglos ni hecho posible la salvaguarda de tan importante patrimonio manteniéndolo, además, vivo.

Gracias a ellos todos los días del año en los Terceros, en su paso el Domingo de Ramos y hoy en besapié tenemos a esta copla de Manuel Machado esculpida –"para mi pobre cuerpo dolorido, para mi triste alma lacerada, para mi yerto corazón herido, para mi amarga vida fatigada..."– que baja la mirada y deja caer la cabeza vencida sobre la mano compasiva para recogerse ensimismado en el fondo último de su pena. Su elaborado esquematismo es la fuerza que lo convierte en un conmovedor, existencialista, kierkegaardiano, unamuniano y machadiano boceto de la pena. ¿O no le podría cantar un saetero de la estirpe de Caracol, a pie de calle, desde la puerta de Los Claveles, esta copla de Machado: "Como las raíces de la enredadera, se va alimentando la pena en mi pecho con sangre de mis venas"? Que se animen, y lo intente la Escuela de Saetas de su hermandad.

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