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Gloria nazarenorum. Carlos Colón. Diario de Sevilla


Ese año Inglaterra y Francia estaban enfrentadas en la Guerra de los Cien Años; culminaba la era de las catedrales góticas; reinaba Pedro I el Cruel –para Sevilla el Justiciero–. Ese año todavía era posible la Sevilla fernandina y alfonsina de las tres culturas, aunque sobre la judería caía la sombra del antisemitismo que 39 años más tarde, en 1391, desataría la matanza de los judíos de Sevilla tras las predicaciones del Arcediano de Écija. Ese año moría Clemente VI y era elegido Inocencio VI, los papas estaban en Avignon; la Iglesia se descomponía hasta romperse 22 años más tarde en el Gran Cisma de Occidente; y crecía el misticismo germánico en las obras de Eckart, Ruysbroek, Tauler o Seuse, y por su influencia nacía la Nueva Piedad o Devotio Moderna que tanta influencia tendría en la religiosidad íntima y sentimental –frente a la fría racionalidad escolástica– que influirá en los ejercicios de imitación de Cristo –Kempis, Via Crucis– que, a su vez, serán decisivos en la recuperación de la figura de Cristo sufriente, la representación pasionista de su figura y la proliferación de asociaciones piadosas dedicadas a rememorar la Pasión. Era 1356.

Guiados tal vez por esa sensibilidad, en una España que habría de esperar aún un siglo para unirse con la boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, en una Sevilla en la que aún faltaban 50 años para que se empezara a construir la catedral gótica y siglo y medio para que don Fadrique Enríquez de Ribera creara el Vía Crucis que nacía de su Casa de Pilatos, en la madrugada del 14 de abril de ese año de 1356 se echaron a los campos que rodeaban la ciudad los hermanos de la congregación del Dulcísimo Nazareno para ir en estación de penitencia desde la ermita de San Antón, en la que residían, a la de San Lázaro.

Este 2006 se cumplen 650 años de aquella primera salida procesional que fundó nuestra Semana Santa y nuestra Madrugada. Les podrán disputar documentos, pero no que las cinco cruces que los guían abran la noche distinta a todas las otras noches. Les podrán pedir papeles que no se han conservado, pero no quitarles la gloria de ser los primitivos nazarenos de Sevilla, los que dieron su nombre a los penitentes sevillanos por salir, hace seis siglos y medio, vestidos con túnicas de angeo de color morado, cubiertos con pelucas y coronas de espinas, descalzos y portando cruces en perfecta imitación –eran, ya se ha dicho, los años de la imitatio Christi– de Jesús Nazareno. Desde entonces han dado ininterrumpidamente culto privado –desde 1579 en la capilla que el gran escritor Mateo Alemán, su hermano mayor, compró para ellos en la calle de las Armas– y público –siempre en la Madrugada– a sus sagradas imágenes con el mismo esplendor con que hoy, día de la función del Dulcísimo Jesús Nazareno –gloria nazarenorum–, lo hacen.

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