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La encíclica de Benedicto XVI "hace añicos la imagen fría y lejana de Ratzinger"


IVICON. “Un poeta de lo divino”. Así define a Benedicto XVI el presidente de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER), Alejandro Fernández Barrajón, tras la lectura de la encíclica Deus caritas est. “Cuando podíamos esperar una reflexión teórica y abstracta de un tema tan complejo como el amor, nos encontramos con una reflexión serena, que brota de un hombre profundamente creyente, y que no se queda atrapado en la inseguridad de los sentimientos sino que entra de lleno en una reflexión lúcida y creyente sobre el amor implicando todas las potencialidades del hombre”, señala el religioso mercedario, para quien el pontífice ha hecho “una reflexión al alcance de la calle”.

Barrajón explica que “la grandeza de esta encíclica es su sencillez. El Papa no quiere imponer o sustituir en sus propuestas a los gobiernos o a las distintas corrientes de opinión. Se acerca a la realidad con la humildad de quien se sabe limitado y sólo le mueve el deseo de iluminar la razón y la sociedad desde el pensamiento cristiano y, sobre todo, desde el valor más profundo de la fe que es el amor, en sus diferentes expresiones. Incluso el amor erótico, dice el Papa, tiene mucho que ver con la divinidad y por tanto se convierte en un camino de encuentro con Dios y de realización humana”.

En su comentario al texto pontificio, el presidente de la CONFER aclara que “efectivamente la palabra amor está en nuestro tiempo desgastada por el uso y abuso de ella. No todo da igual al hablar de amor. Con frecuencia cosificamos las palabras y las reducimos en su significado hasta dimensiones puramente materialistas. Por eso hablamos de ‘hacer el amor’ y hasta nos empeñamos en ponerle precio, como si el amor se dejara etiquetar. La sociedad se empeña en mostrarnos permanentemente un catálogo del amor. Pero el amor es incatalogable, sólo lo alcanza el que acerca a él con la sencillez de entregarse gratuitamente, olvidándose de uno mismo. El amor auténtico tiene mucho de entrega y de sacrificio”.

A continuación añadimos los siguientes párrafos de la valoración de la encíclica que ha realizado el presidente de la CONFER y a los que ha tenido acceso IVICON:

El amor tiende a la eternidad y se resiste a ser catalogado y aprehendido en la pura corporeidad aunque ésta es parte imprescindible para encarnar el amor. El Papa recupera, para regocijo de todos, la dimensión corporal del amor y el valor de la corporeidad como esencial para comprender al hombre en su totalidad. Se aleja así de vagos espiritualismos que acaban convirtiendo la fe en asuntos piadosos cuando en nuestras relaciones no prevalece el amor. Serían éstas unas relaciones “correctas” –dice el Papa- pero no auténticamente religiosas. El amor es el núcleo de la fe cristiana que nos lleva a Dios. Porque no llegamos a Dios por una decisión ética o una gran idea, sino que el camino para llegar a Dios es el amor, porque “Dios es amor”.

La Iglesia ha percibido este amor de Dios en la carne de Jesucristo, la palabra encarnada, el Dios hecho diálogo y encuentro. El amor sacrificado. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los que ama. Por eso la Iglesia se siente convocada al amor. El amor necesita también una organización. Desde esta perspectiva la Iglesia ha descubierto, desde sus orígenes, que el amor la lleva a  procurar que a nadie le falten los bienes necesarios para una vida decorosa y digna. La Iglesia no puede descuidar, pues, el servicio de la caridad –dice el Papa-. Entramos así en la dinámica más profunda de la Iglesia que supone el anuncio de la Buena Nueva (“kerigma”), la celebración de los sacramentos (“liturgia”) y el servicio de la caridad (“diaconía”).

¿Qué le interesa más a la Iglesia, el ejercicio de la caridad o la consecución de la justicia? Justicia y caridad no sólo no se oponen sino que se complementan maravillosamente. La Iglesia no puede constituirse en protagonista a la hora de propiciar una sociedad justa. Esa tarea le corresponde al Estado y la Iglesia no desea sustituirlo. Pero la Iglesia no renuncia a iluminar la inteligencia y la voluntad para el bien. La caridad -el amor- será siempre necesario incluso cuando se haya alcanzado la justicia. Porque la justicia llevada al extremo puede acabar siendo injusta, pero aderezada por el amor se convierte en fuente de gozo y de felicidad para los hombres. La justicia puede llegar a solucionar la necesidad material de los hombres, pero ¿cómo podrá serenar el interior inquieto, la búsqueda incansable de sentido, el cuidado del alma?

Destaca el Papa cómo los medios de comunicación pueden ser cauces muy valiosos para acercar la justicia y la caridad a todos los hombres, porque se han roto las distancias y nuestro planeta se ha empequeñecido acercándonos a todos. A esto se añade la abundancia de medios materiales y el surgimiento de un voluntariado muy generoso que rompe distancias, y que la Iglesia quiere alentar desde su reflexión y desde sus instancias de acción. La mejor defensa de Dios y del hombre pasa por el argumento del amor. Y desde aquí recogemos el objetivo central de la encíclica, que el Papa explicita: El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta Encíclica (n. 39).

Estamos, pues, ante una reflexión lúcida y realista sobre el amor. Sin espiritualimos trasnochados y sin reduccionismos materialistas. Se trata de una iluminación de la razón desde la sencillez de un creyente excepcional que quiere compartir su fe y desbrozar el camino humano para propiciar el encuentro con Dios. El Papa Benedicto XVI ha marcado un hito en el comienzo de su pontificado y nos ha sorprendido gratamente. Desde esta reflexión sólo podemos esperar un pastor cercano y solícito, un testigo de la esperanza y de la confianza en el hombre, un creyente empeñado se serlo cada día más desde la fuerza imparable del amor auténtico. Se hablaba de un Papa frío y rígido, guardián de la fe y de la tradición, y nos hemos encontrado con un Papa lleno de humanidad y de ternura religiosa. Un Papa amigo de la poesía y de lo humano. Y es de agradecer.









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