Eternamente a tu lado. Fernando Jesús Romero Triguero.
Fernando Jesús Romero Triguero. La mañana estaba fresca y luminosa como la de un soñado día de primavera. Corría una leve brisa marismeña, que refrescaba cansancios y aliviaba fatigas. Todo parecía normal, como siempre, como cada siete primaveras. Después de una noche de rezos, de toda una noche en vela, de toda una noche soñando acariciarte, sentirte cerca, muy cerca, tan cerca…, tú, volviste de nuevo a mi lado, ese que es más tuyo que de nadie.
Desde hace algunos días creo que ya lo intuías. Por eso, te habías cambiado el vestido y te habías quitado todas tus joyas, pues querías, María, que te recordásemos como te fuiste hace tan sólo unos meses, para mí eternidades, sencilla, humilde y con esa tibia sonrisa siempre esbozada en tus labios.
Es algo que siempre me ocurre. No te enfades María, pues ya lo sabes. No es cosa nueva de ahora. Cada vez que, aunque sea por un solo instante, te alejas de mí y no puedo disfrutar de tu semblanza, intento recordarte en mi memoria, dibujar tu cara con mis recuerdos. Es entonces cuando cierro los ojos y… allí estás, tan preciosa como siempre, mientras yo, continúo soñando con que pronto vuelvas a mi lado, ese que es más tuyo que de nadie.
Bien sabes, María, que siempre te he servido como pañuelo de lágrimas y suspiros, como muda confidente de peticiones y promesas cumplidas, y como eterna guardiana de tus hijos, esos que, con tan sólo verme en la lejanía, corren aliviados a abrazarme. Por eso, no es nada extraño que hoy me sienta tan feliz, pues después de que te fueras hace tan sólo unos meses, para mí eternidades, hoy, al fin, podré volver a disfrutar de tu divina mirada.
Como cada Pentecostés de madrugada, hoy también acabaré sucumbiendo al amor de tus hijos, siendo de nuevo incapaz de contener tantas emociones, tantas esperanzas, tantas peticiones, tantos deseos de volver a sentirte cerca, muy cerca, tan cerca…, y hoy de nuevo abriré mis puertas para dejar pasar el arrebato de gozo que estalla cuando tú te encuentras próxima, pues hoy, María, volverás otra vez a mi lado, ese que es más tuyo que de nadie.
Hay que ver cuántos siglos llevo siendo protectora celosa del más preciado y precioso tesoro de estas benditas marismas. Cuántos años sirviendo de relicario para la flor de las flores. Tantos y tantos años que, cada vez que te vas de mi lado, María, aunque sólo sea por unos meses, para mí se convierten en eternidades.
Me forjé en el yunque de tu dulzura, ese donde los golpes de martillo se transforman en constantes y perennes rezos rocieros, que salen de esos miles de corazones que vienen a verte cualquier día, de cualquier mes, de cualquier año, de cualquier siglo. Me dieron la vida en una fragua de esperanza y pasiones, amoldando mi esbelta silueta con el calor desprendido por los hombres almonteños, cuando se apiñan a tus plantas para llevarte al cielo, siempre al cielo, eternamente a los cielos.
Yo, nací para ser la eterna frontera, entre la tierra y la gloria, del peregrino que no se olvida nunca de ti, y del almonteño que desde pequeño sueña con saltarme para sentirte sobre sus hombros, María, Reina de las Rocinas, Madre de Dios y nuestra, bendita Blanca Paloma, Rocío,… que más da cómo te llames, si después de tan sólo unos meses, para mí eternidades, has vuelto de nuevo a mi lado, ese que más tuyo que de nadie.
Foto: Raúl Ramírez Cano