Arte Sacro
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El Cristo Yacente pudo presidir el rezo del Vía Crucis en la Catedral a pesar de la lluvia


Arte Sacro. El Stmo. Cristo Yacente, de la hermandad del Santo Entierro, pudo ser trasladado finalmente ayer lunes, primer lunes de Cuaresma, a la Santa Iglesia Catedral de Sevilla para el rezo del Vía Crucis de las hermandades, salvando las inclemencias meteorológicas.

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Dos horas antes de la fijada para el comienzo del traslado, la corporación de la calle San Gregorio y el propio Consejo de Cofradías sacaron sendos comunicados indicando que las cruces de guía de las hermandades previstas no tenían que ir a la Catedral, ya que se utilizarían otras de madera facilitadas por la del Santo Entierro, y el recorte del itinerario hasta la Catedral, suprimiéndose igualmente los relevos previstos.

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A las 17,30 horas se abrieron las puertas de San Gregorio y el cortejo comenzó a salir con mucha celeridad. Tanta, que en 35 minutos se plantaron en la puerta de los Palos de la Catedral. 5 minutos despues de entrar, comenzó a llover en nuestra ciudad.

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El Stmo. Cristo Yacente fue llevado hasta las plantas de la Virgen de los Reyes, en la Capilla Real, y allí quedó hasta las 20 horas que comenzó el Vía Crucis, con la presencia del arzobispo de Sevilla, Saiz Meneses.

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El Vía Crucis se aplicó especialmente “Por los frutos del Jubileo 2025, que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con Jesucristo, nuestra esperanza”. El lema elegido por la hermandad para este rezo es “Esperanza que vence a la muerte”. Por ello se ha dado especial participación a las cruces de hermandades relacionadas con la Esperanza para las estaciones del Vía Crucis.

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Tras el rezo de las 14 estaciones, cerró el ejercicio piadoso el arzobispo, José Ángel Saiz Meneses con la siguiente alocución:

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"Un año más hemos recorrido el Vía Crucis, el camino de la cruz, en el inicio de la Cuaresma. Hemos meditado los misterios de la pasión y muerte del Señor presididos por El Santísimo Cristo Yacente, de la Hermandad del Santo Entierro. Hemos contemplado una vez más los sufrimientos y la angustia que Nuestro Señor tuvo que soportar cuando llegó la hora de su entrega en la cruz por nuestra salvación. Jesús muere en la cruz y es depositado en el sepulcro.

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Hemos recorrido el camino de la cruz en oración, con recogimiento y emoción. Con Jesús hemos subido al Calvario y hemos meditado sobre su sufrimiento, redescubriendo la profundidad de su amor por nosotros. No queremos ser espectadores, sino participar en su sufrimiento, acompañarlo compartiendo su pasión en nuestra vida, en la vida de la Iglesia, para la vida del mundo, porque sabemos que en la cruz del Señor está la fuente de la gracia, de la paz, de la salvación.

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Las meditaciones, los cantos y las oraciones del Vía Crucis nos han ayudado a contemplar este misterio de la pasión, para aprender la gran lección de amor que Dios nos ha dado en la cruz, para que nazca en nosotros un deseo renovado de dejarnos cambiar el corazón en esta Cuaresma, en este Año Jubilar, viviendo cada día el amor que de él recibimos, la única fuerza que puede cambiar el mundo.

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Hemos contemplado a Jesús en su rostro lleno de dolor, despreciado, humillado, desfigurado por el pecado del hombre, también por nuestro pecado. Pero sabemos que desde que el Señor fue colocado en el sepulcro, la tumba y la muerte ya no son un lugar oscuro, sin esperanza, donde la historia concluye con el fracaso más completo, donde el hombre toca el límite extremo de su impotencia.

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Jesús ha puesto su existencia en las manos del Padre, sabe que su muerte se convierte en fuente de vida, igual que la semilla en la tierra tiene que deshacerse para que la planta pueda crecer. Jesús es el grano de trigo que cae en tierra y muere, y por esto da mucho fruto. Desde el día en que Cristo fue alzado en la cruz, lo que era el signo del castigo, de la soledad, del fracaso, se ha convertido en algo nuevo, porque desde la profundidad de la muerte surge la promesa de la vida eterna.

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En el silencio de esta noche, en el silencio que envuelve el Sábado Santo, embargados por el amor ilimitado de Dios, vivimos en la espera del alba del tercer día, del triunfo del Amor de Dios, de la luz que permite a los ojos del corazón ver de modo nuevo la vida, las dificultades, el sufrimiento, la cruz. La esperanza ilumina nuestros fracasos, nuestras desilusiones, nuestras amarguras. El acto de amor de la cruz, confirmado por el Padre, y la luz deslumbrante de la resurrección, lo envuelve y lo transforma todo.

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Concédenos, Señor, llevar con amor nuestra cruz, nuestras cruces de cada día, con la certeza de que están iluminadas con la claridad de tu presencia. La contemplación del Santísimo Cristo Yacente nos augura la victoria del Señor sobre la muerte, el Triunfo de la Santa Cruz, el triunfo de la resurrección, el encuentro con su rostro radiante, luminoso, victorioso, y el encuentro con María Santísima. Así sea."

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Mientras volvía a llover en Sevilla, el cortejo se apostaba en la puerta de los Palos y las andas que portaban al Cristo Yacente, volvieron a la Capilla Real, hasta que unos 15 minutos después, sobre las 22 horas, comenzaron a salir velozmente, y en unos 25 minutos llegaron a su templo por el mismo recorrido que a la ida, salvándose milagosamente de la lluvia que volvió a caer con fuerza minutos despues de entrar.

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Fotos: Juan Alberto García Acevedo.









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