Arte Sacro
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Opinión. Los directores espirituales. Juan Manuel Labrador Jiménez


 Nuestras Hermandades son Iglesia, y además, una Iglesia que está en camino, como se manifestaba en el lema del I Congreso Internacional de Religiosidad Popular celebrado en la Catedral de Sevilla en el mes de octubre de 1999. Al hablar de este tema, está claro que no sólo nos referimos al clero, sino también a los seglares, donde entramos los cofrades. A pesar de todo, los cofrades son seglares en su inmensa mayoría, puesto que también los hay que son sacerdotes, y algunos de ellos pudieron hallar su vocación, incluso, en el seno de nuestras corporaciones o a raíz de su vinculación con las mismas. 

Tristemente, en la actualidad, parece que existe cierta división entre el clero y las Hermandades, lo que da lugar a una situación muy delicada y, por qué no decirlo, penosa. En su día, se creó una figura que debe ser clave para el desarrollo de la vida de nuestras corporaciones, como es la del director espiritual, al cual se le llega a tratar como un miembro más de la propia junta de gobierno, teniendo que velar por la formación y la espiritualidad de los cofrades, aunque en muchas ocasiones, los sacerdotes ocupan este puesto de una forma “honorífica”, ya que no desempeñan realmente sus funciones.

¿En cuántos cultos de nuestras Hermandades vemos al director espiritual concelebrando con el orador invitado a predicar el quinario o el triduo? No vale como respuesta decir que lo hace cuando viene el Cardenal, porque claro, delante de su superior debe mostrar, al menos, que sí ejerce la labor que le fue asignada.

Entiendo que en muchos casos, el director espiritual es, a la vez, el párroco del templo en el que reside la Hermandad, o de la feligresía a la que ésta pertenece, y que tiene muchas tareas encomendadas, claro está. Pero igual que atiende a los niños de la catequesis de comunión, insistiéndoles en la idea de que han de ir a misa, al igual que está pendiente de la labor que se realiza en la extensión de Cáritas que tiene en su parroquia o de los grupos de liturgia o hasta del coro parroquial, debe estarlo también de la Hermandad.

¡Qué alegría me da ver, siempre a los pies de la Santísima Virgen de la Estrella, a don José Martín Pérez! Ahí lo tienen, ya mayor, apoyado en su bastón, alternando su colaboración con la Parroquia de la O, pero jamás dejamos de verlo en la capilla de la calle San Jacinto para atender a los miembros de esta corporación trianera. Si surge alguna duda, ahí está don José dispuesto a escuchar. Que necesito confesarme, ahí, a los pies de la Virgen, cerquita del Sagrario, está don José para confesarme. Y cuando tiene que dar un tirón de orejas, ahí está pendiente de todo para poder llamar la atención cuando sea preciso por conocimiento propio.

Ésa es la labor de un director espiritual, la atención a los hermanos, que esté siempre visibles ante ellos para poder atenderlos y orientarlos, decirles lo que está bien o lo que está mal, aunque tenga que bregar con ellos. Es cierto que nosotros mismos, muchas veces, nos complicamos las cosas, y que debemos ponerle las cosas más fáciles al cura, pero que no sea él quien se equivoque también, y permanezca atento a la tarea que le fue encomendada.

Hago, pues, este llamamiento a nuestros sacerdotes, a nuestros curas, y en especial a los directores espirituales, y si el padre Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp dijo desde el atril del Maestranza que ahí tenemos sus manos como miembros que son del clero, yo les pido que nos dejen ver efectivamente que las tenemos abiertas, dispuestas a abrazar al hermano, y ser nuestro confidente, como pecadores que somos, ante las imágenes titulares de la mayor de nuestras devociones.










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