Arte Sacro
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El verdadero Dios. Javier Ramos Sáez.


 Comte, padre de la sociología, definió en una de sus dos leyes fundamentales, la de los tres estadios sociales, que la teología era el paso o estadio previo de conocimiento individual para seguir un orden social progresivo, del que se pasaba de una adoración fetichista a hacer una idolatría monoteísta. Aquí aparece Dios en la sociedad.

Es curioso, pero a mi parecer, se asemeja mucho a lo que socialmente vivimos en nuestra ciudad en el ámbito cofrade, que no religioso. No confundamos.

Lo que nos describe Auguste Comte, pensador alejado de la religión católica en sus inicios, se da en nuestro tiempo, y por desgracia, se da muy frecuentemente en una gran parte de la sociedad. Tendemos a crear iconos, fetiches, sacralizar las cosas más insospechadas… que si un trozo de tela de un nazareno, que si una rosa marchitada de un paso de palio, qué decir de una flor de cera puesta en nuestro cuarto como una reliquia, miniaturas de pasos a los que le hacen falta solamente darle la venia para salir a la calle, fotografías a las que se rezan cada noche antes de dormir, incienso que se esparce como atmósfera divina por los espacios de nuestro salón, nazarenos y cristos de escayola puestos en las repisas de nuestro hogar formando un altar…

Confundimos el tocino con la velocidad, es decir, adoptamos una religión casera sin mirar en las pretensiones eclesiales, sin mirar, preocuparse, leer u oír lo que nuestra diócesis nos pide. Vivimos gratamente en nuestro agujero de ignorancia, sin saber exactamente lo que somos, lo que constituye nuestra identidad, lo que nos hacer ser cristianos, personas en el sentido tomista, de ser dignos.

Reemplazamos a Dios mismo por la comodidad visual de los fetiches que se compran en tiendas especializadas. Al principio fue Dios y se hizo la luz… hoy en día se hizo la luz para comprar a Dios.

Si ya tendemos a trivializar en esas pequeñas cosas, ¡qué podemos hacer con las imágenes procesionales!, esculturas en donde se tiende a profundizar más aún en nuestro espíritu, en las que la Iglesia proyecta comunicar a Dios con el hombre, sólo comunicar, ya que sólo uno se puede identificar con Dios en mutua reciprocidad en el ambiente más íntimo, en el de nuestro espíritu, en donde ya no existen formas cósicas, en donde la imaginería ya no nos sirve, en donde nos encontramos solamente con Cristo, en nuestra conciencia más introspectiva, alejados de falsos fetiches y meras esculturas mundanas.

El verdadero Dios reside en nuestros corazones, la escultura es sólo una mediación, una representación, como diría Guardini, una imagen de devoción, que representa más que una imagen de culto, en el que se eleva su significado más entitativo, en el que ya no es un producto del artista sino que ya pertenece a la vida del devoto. Pero sólo ahí se queda la imagen de devoción, ya que aparece un sentido más trascendental: donde termina la imagen empieza la verdadera experiencia con Dios.

La verdadera fe tiene que ser sentida en la cabeza y no en los ojos, el gran error de los cofrades de palabra, de los escaparatistas y de los críticos estéticos. Comte que fue siempre un reaccionario, es un ejemplo más de lo que los pensadores han advertido en contra de nuestra religión y nosotros le seguimos dando la razón. 

Correo: jramosaez@yahoo.es  










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