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Santa Catalina, al tercer año. Antonio Hiraldo Velasco.


Con la mirada puesta en la iglesia de Santa Catalina, ¿qué decir al cabo de tres años alentados por la esperanza, a pesar de todo? Son muchas las personas que esperan su pronta restauración. ¿Quién se resigna a verla cerrada otro año más? Todos aprecian su tesoro espiritual, histórico, artístico y social, y desean volver a frecuentarla vuelta a su propio ser. Hoy, aunque en estos años ha brillado poco el sol, la mirada sigue abierta a la esperanza.

Una mirada a su pasado y a su presente. Sólo Dios sabe lo que esta iglesia ha contribuido al bien del hombre, en sucesivas generaciones, y lo que proseguirá en el futuro. La historia no acaba con nosotros. Lo primero que llama la atención son los creadores del monumento, el empeño de quienes la construyeron y nos la legaron. Al hacer memoria de ellos, le brindamos nuestra gratitud. ¿Qué convicciones y sentimientos movían a aquellos hombres para que, en medio de las dificultades y de las múltiples necesidades, acometieran la construcción de este monumento? Ellos tenían claro que los templos son necesarios. Dieron cumplimiento al axioma: poder es querer.

Hoy se comprende  fácilmente, desde la sensibilidad social y democrática, que los templos forman parte del bien común. Entre las necesidades de los ciudadanos figuran la conservación del patrimonio monumental y el ejercicio del derecho a la libertad religiosa. También tributan para ello. Y la práctica del mecenazgo, actualizada, sigue vigente, en forma de patrocinio y de ayudas puntuales. Por otro lado, al carecer de agencia tributaria como es obvio, no se ve con fundamento sólido el equiparar a la Iglesia con la Administración Pública en materia de restauración de monumentos religiosos.

Y ¿qué dice ayer –29 de mayo de 2007- esta iglesia cuando la miramos en lista de espera, sin saber aún el momento de su intervención? ¿Echará en falta a aquellos hombres que la construyeron? Su lenguaje es claro. Necesita con urgencia contar con la sensibilidad, la responsabilidad y la solidaridad de personas e instituciones que la miren con buenos ojos. Hoy las administraciones públicas y las entidades privadas prestan atención a estas necesidades. Esto es motivo de reconocimiento y de esperanza. ¿No ha llegado ya la hora de Santa Catalina? ¿A qué esperar? Es cuestión de dejar de mirar hacia otro lado, y afrontar con decisión su restauración. ¿Es lógico esperar otro año más? Al iniciarse una nueva etapa, ojalá se ponga manos a la obra.

Antonio Hiraldo Velasco, Delegado Episcopal para la restauración de Santa Catalina.

Fotos: Juan Alberto García Acevedo










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