La Esperanza del joven. Juan Manuel Labrador Jiménez.
El recorrido se hace largo, duro, pesado… pero sólo Dios sabe por qué encontramos tantas espinas que se nos clavan en el alma, dañándola en lo más profundo de su sentimiento. Un joven muchacho atraviesa las calles de la gran ciudad, cuando el calor se adueña hasta de aquella esquina donde parece que reinaba la frescura de una sombra. Al final de su camino, atraviesa una vía que, antiguamente, con tan sólo cruzarla, ya se hallaría fuera de los muros que cercaban la urbe. Allí encuentra el joven una de las Esperanzas de su vida.
Mirada baja, mejillas sonrojadas, labios entreabiertos, lágrimas que acarician su rostro, suavizándolo y nunca envejeciéndolo. Y en sus manos, un corazón arrepentido. La Virgen conoce bien a ese muchacho, y sabe de sus inquietudes, de sus preocupaciones, y de las ilusiones que tiene. Se postra de rodillas, y le ruega, con todas sus fuerzas, que Ella nunca le abandone, pues sabe que mientras su vida siga rendida a sus plantas, la Esperanza no le habrá de faltar.
Sabe que peca, pero confiesa sus faltas el joven, las reconoce, y trata de aprender de los errores, ya que eso es lo único bueno que se puede sacar de éstos, el aprender a no volver a tropezar con la misma piedra. El muchacho quisiera llorar, pero no lo hace, ha de resistir y ser fuerte, por muy dolido que esté su ánimo.
A pesar del calor, y de la soledad veraniega del templo, el joven no teme a nada, y permanece en el recinto el tiempo que le haga falta, no para resguardarse del sol, sino para tratar de aliviar otras quemaduras, producidas por la impaciencia, quizás, y por lo difícil que se le hace aprender la lección más elemental de su existencia.
El joven, lógicamente, es cristiano, es humano, y como tal, imperfecto. Va madurando en su fe y en su vida, en este continuo peregrinar por la tierra. Muchas veces trata de demostrárselo a sí mismo, y a otros seres queridos que le rodean. Sabe lo cruel que es el mundo, lo egoísta que éste puede llegar a ser, pero tiene claro ese chaval quiénes son las personas a las que de verdad quiere, aunque pueda equivocarse con ellas, o trate de demostrarles, por el contrario, que son ellos quienes puede que hayan errado, pero no pretende hacérselos ver por rencor, no, en absoluto, sino que lo hace porque quiere a esas personas, y sólo busca su bien y su felicidad para él también poder ser feliz. La Esperanza parece que baja una de sus manos, y se la tiende al joven que, desde la reja de su capilla, le pide y le suplica porque todo se arregle.
Madre de la Esperanza, dale un poco de lo que lleva tu Nombre a ese muchacho, y hazle ver que todo es posible en la tierra después de verte, tal y como dijese el poeta. En Ti confía, y también confía en sí mismo, y siempre a la espera de que las personas que él quiere se percaten de su buena voluntad y de que, aunque cometa errores como todo el mundo, jamás hará nada por el mal de las personas a las que quiere, los seres que más le importan, y que le dan significado, rumbo y Esperanza a su vida.