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Puerta Osario. Los Alba. Álvaro Pastor Torres


 Menos la jaqueca de los Alba, de la que hablaba con no poca ironía el exquisito Jesús Aguirre, duque consorte de Alba de Tormes, de Berwick, de Liria y Jérica, y hasta conde-duque de Olivares por su matrimonio con Cayetana –aquí no vale ese chiste fácil de duque “consuerte” pues en este caso la agraciada fue la casa nobiliaria con el exjesuita, que puso al día los estados señoriales y sacó todas las pelusas que había debajo de las alfombras-, decía, que menos la jaqueca, en la muy visitada exposición del museo de Bellas Artes –lo que hace “el tomate” y el boca a boca entre el vecindario, porque no creo yo que Andrea Vaccaro y Luca Giordano congreguen por sí tales colas-, está buena parte de la historia de tan aristocrática familia: la mirada penetrante del III duque, don Fernando, con el que aún asustan a los niños en Holanda cual coco, sacamantecas o tío del saco católico; la enigmática Pilar Teresa Cayetana señalando, según unos sus tierras, según otros el nombre del pintor con el que tuvo amores: Goya; la hermosura decimonónica de Paca de Sales, la mujer del XV duque, sublimada por el exquisito Winterhalter -da miedo pensar lo que han sido los consortes de esta casa, y lo que pueden llegar a ser si la cordura no se impone-; la tristeza reflejada en los ojos claros de Eugenia de Montijo “que pena, pena, que te vayas de España para ser reina, por las lises de Francia, Granada dejas” o el majismo de Zuloaga aplicado en breves trazos a la madre de Cayetana.

Y también otras muchas cosas que poco tienen que ver con los Alba, salvo el buen gusto con el que los sucesivos poseedores del título fueron comprando obras de arte: la cara de bobo integral de Felipe IV pintada por Rubens (Velázquez, como le pagaba el mismo monarca tuvo que aplicar el photoshop de la época); la mirada del canónigo Miranda, captada por Murillo, que poco tiene que envidiarle a la de don Justino de Neve o el colorido moderno de Chagall.

A diferencia de otras casas nobiliarias de primera línea que tuvieron la mala suerte de caer en desgracia más tiempo de la cuenta – también los Alba pasaron lo suyo con Godoy y sus obras de arte durante la guerra (in)civil-, o de toparse con un cabezaloca que tirara por tierra siglos de acumulación y mayorazgos -como ocurrió en la de Osuna y Arcos con el famoso don Mariano Téllez-Girón, embajador de España en San Petersburgo, el que arrojaba al Neva las vajillas de plata, asombraba con sus joyas al mismísimo zar y dejó a deber hasta su propia tumba en la colegiata ursaonense-, los Alba tuvieron siempre el personaje justo en el momento preciso; a pesar de las jaquecas.

Envío: a Ricardo Benjumea Cansino

Publicado en El Mundo de Andalucía, Edición Sevilla, el Sábado 9-I-2010

Foto: Álvaro Pastor Torres.










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