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Relato. Los Cristianos Nuevos. Francisco Santiago


Allá por la Edad Media, el antisemitismo se arraigaba en España de forma contundente, puesto que los Judíos eran para los católicos los autores materiales de la muerte de Cristo y autores del peor de los crímenes conocidos: el deicidio. 

Cuando a los mismo se les “invitó” a la reconversión o a la  extradición, a los conversos se les llamó "cristianos nuevos", directamente bajo sospecha en contraposición a los “cristianos viejos”, cuya conducta moral era intachable (o eso creían). En el siglo XVIII fue el turno de los gitanos.

La cosa no ha cambiado mucho, aunque ahora y en Sevilla, los “nuevos cristianos” son aquellos que pretenden evocar las tradiciones manifiestas de los “cristianos viejos”, formando hermandades y asociaciones sin lugar ni tiempo en la historia.

Son una raza a perseguir, puesto que ya se ha demostrado que tienen fuerza y poder para desbancar a los que mamaron directamente del barroco, creyendo que con tan sólo medio siglo de historia, o incluso una década, ya pueden pedir residir en un templo.

Algunos incluso viven en zonas marginales y, ¡Por Dios!, ¿Cómo vamos a consentir que en zonas donde la única creencia es la delincuencia y la forma de vida es la drogadicción haya una hermandad y mucho menos que resida en una parroquia? Mejor que monten un tingladillo de esos y “jueguen a los pasitos”, que luego pasa lo que pasa y pretenden que hasta el Cardenal vaya a verlos. ¡Menuda aberración!

Lo peor son esas agrupaciones o asociaciones “¿parroquiales?” que no se conforman con lo que tienen y pretenden a toda costa ser más, dando culto a “muñequitas o geipermans”, abominaciones de la escultura que algunos se atreven a llamar imaginería.

Y desde el profundo convencimiento (sobre todo en cuaresma) de los “cristianos viejos”, se dan consejos a los párrocos para que no den premisas de religiosidad popular en los barrios nuevos, “que el número de hermanos ha descendido por culpa de esos marginados que incluso ya han coronado a alguna de sus Titulares”.

Y se siguen promoviendo cruzadas contra los “cristianos nuevos”, invitándoles a abandonar el templo o incluso a desaparecer directamente. ¿Pero cómo se atreven a montar un paso mayor que el nuestro? ¿Pero como ha aceptado esa banda de música con “pedigrí” acompañar a esa “barbie” con bambalinas?

Y mientras los “cristianos viejos” se autodestruyen en sus hermandades, conspirando desde el interior de sus juntas de gobierno o desde la drástica oposición al candidato de turno, los “cristianos nuevos” se aferran a las creencias, convocando actos y cultos, haciendo campañas en pro de los más desfavorecidos, realizando verdaderas convivencias... o incluso desaviniendo al párroco que pretende veranear a costa de las donaciones de los fieles. ¿Pero fieles a quién: al párroco, a la Iglesia o a esa imagen que es el único remedio y escucha a sus problemas cotidianos?

Hace poco conocimos que la parroquia de Belén (cerrada al culto), fue creada con la intención de no mezclar al pueblo llano con la clase predominante que solía visitar la parroquia principal del barrio. No sabemos con certeza hasta dónde esto es realidad, aunque a nadie le extrañaría que fuera cierto. Estas contradicciones con las que vivimos habitualmente se van consolidando poco a poco, convirtiendo el laicismo en parte fundamental de nuestra religiosidad, cual programa televisivo de tonalidad salmón que nos atraviesa el costado, ahonda en nuestras heridas, asegura que duelen nuestras espinas y que termina clavándonos en la Cruz que supone el sobrevivir día tras día en esta Mariana ciudad de Sevilla.









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