Arte Sacro
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Puerta Osario. Restaurar. Álvaro Pastor Torres


 “Edificar, Evangelizar, conservar”. Esta es la traducción –facilona, hasta mis alumnos de 4º de ESO la podrían hacer sin diccionario- del latinajo que da título a la más que interesante exposición que el Cabildo ha instalado en el trascoro catedralicio, donde antaño se montaba con gran aparato el monumento del Jueves Santo, justo sobre la tumba de Hernando Colón, y también donde se celebraba la novena agosteña de la Virgen de los Reyes, pues no en vano allí mismo fue coronada en 1904 por el cardenal Sancha, primado de España y legado pontificio. Pero quizá falte un infinitivo en el encabezamiento: restaurar.

Es verdad que hay un antes y un después de 1992 en la Catedral, sobre todo gracias a la muestra Magna Hispalensis, que sacó a relucir lo mejorcito que allí se custodiaba y también muchas de las posibilidades del templo como espacio expositivo. Pero es evidente que a pesar de ser un lugar sacro, cargado de leyendas –y fantasmas, con o sin capa blanca-, y de milagros, los mejores hechos extraordinarios no hay que confiarlos nunca a la divina providencia o a la fortuna sino a las personas de carne y hueso. Y el cambio que experimentó el primer templo de Sevilla tuvo dos actores principales y un montón de secundarios. Primero Francisco Navarro Ruiz, canónigo mayordomo que un buen día se cansó –o lo cansaron- de dar bandazos por las nunciaturas de medio mundo “en vías de desarrollo” y volvió a su patria chica para limpiar la mucha mierda acumulada en rincones, muros y bóvedas -¿o no nos acordamos ya cuando la mismísima capilla de la Virgen de la Antigua era un inmundo depósito de sillas de enea?-, fijar unas normas racionales en una jungla casi medieval donde cada uno campaba por libre y dar esplendor a un tesoro inagotable desconocido hasta para los propios sevillanos. Y en segundo lugar el maestro mayor de la fábrica catedralicia: Alfonso Jiménez Martín, un arquitecto con las ideas muy claras, fruto de una reflexión, estudio y pasión sin límites por el edificio.

Ese tándem providencial contó con el apoyo incondicional del cardenal Amigo Vallejo y del deán Domínguez Valverde, lo que allanó muchos caminos llenos de calonges irreductibles, sevillanitos ultramontanos y sacristanes montaraces. También es verdad que hubo dinero, en parte propio y otro procedente de convenios. Y además confiaron la mayoría de las obras a los reconocidos alarifes de Villalba del Alcor comandados por Joaquín Pérez, que antes de ser fraile constructor fue reputado cocinero con plomada y palaustre.

Pero toda dicha nunca es completa: ¿para cuándo un patio de los naranjos abierto a Sevilla?

Publicado en EL MUNDO de Andalucía, Edición Sevilla, Sábado 27-XI-2010

Foto: Álvaro Pastor Torres.









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