A través del antifaz. Las Aguas redentoras. Alberto De Faria Serrano
Christus factus est.. Y aun así bendice. Por el Arenal de nuestra vida discurre la paz y la serenidad de su rostro. Aún no se ha cubierto la noche del manto liso lúgubre de tinieblas que anuncia el fin de cortejo de los tiempos, y es a la vez, su cruz, Cruz de Guía de la procesión de la eternidad. La Caridad es el señuelo de la contraseña existencial como Valdés Leal proclamara; finis gloria mundi. Ni de blas. Que no. Que solo hay que leer el evangelio para entenderlo. Para comprender que la vida brota de la muerte y eso lo saben a la perfección desde tiempos inmemoriales los que de Triana a Sevilla pasando por Santiago o San Bartolomé, cruzaron las aguas inabordables de este Jordán sevillano en busca del edén azul de sus cirios encendidos.
Cuando quisieron certificar su muerte, no hizo falta romperle las piernas con la maza; uno de ellos, probablemente atemorizado y soliviantado con que aun siguiera vivo, le atravesó con la lanza el costado, del que fluyeron «Agua y Sangre». El evangelista Juan le atribuye un sentido profético. Según las palabras de Zacearías 12:10: «Me mirarán a mí, a quien traspasaron.» Y la profecía se hizo sagrada en la coqueta y proverbial capilla del Rosario.
Preguntémonos qué fue lo que sucedió de hecho. No podemos asegurarlo, pero puede ser que Jesús muriera literalmente porque se le rompiera el corazón. Lo normal, desde luego, es que el cuerpo de un muerto no sangre. Se ha sugerido que lo que realmente sucedió fue que las experiencias físicas y emocionales de Jesús fueron tan terribles durante tantas horas y días, que se le reventó el corazón. Cuando sucedió aquello, la sangre del corazón se mezcló con el líquido del pericardio que rodea el corazón; la lanza de Longinos rompió el pericardio, y brotó la mezcla de sangre y agua. Sería conmovedor creer que Jesús, en el sentido más literal, murió porque se le partió el corazón.
Aun así, ¿por qué lo remarca tanto Juan?; porque para él, es prueba irrefutable e inequívoca de que Jesús era hombre y por tanto mortal, que habitó entre nosotros y no fue ningún espíritu o entelequia irreal. Su sangre emana agua del corazón porque Jesús fue carne de nuestra carne y hueso de nuestro hueso.
Además de una prueba de su humanidad, era un símbolo de dos grandes sacramentos y misterios. Hay un sacramento que tiene por materia el agua: el Bautismo; y otro que representa la sangre: la comunión, con su copa de vino rojo como la sangre. El agua del Bautismo es el símbolo de la gracia purificadora de Dios en Jesucristo; el vino de la comunión es el símbolo de la sangre que fue derramada para salvarnos de nuestros pecados.
Que dos actos mas directos y solemnes podemos presenciar bajo la luna llena de esta noche por Rodo o Real de la Carretería, por Adriano o por Arfe. Dos bendiciones en una. Dos presentes de amor espiritual que se repiten cada Primavera y se imparten sin distinción junto al Teatro de los sueños maestrantes. No es un sueño, ni mucho menos ficción. Lección de vida como el agua que te sacia la sed. Que no te lo cuenten.
A veinticinco noches para que el ángel de los sevillanos recoja en su cáliz un manantial desbordado del Corazón del Redentor.
Foto: Juan Alberto García Acevedo.