Arte Sacro
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Sábado Santo: El beso de Sevilla. Irene Gallardo


Caía la tarde silenciosa y herida, sobre los brazos de la cruz, por la Cuesta del Rosario.

En el cielo se dibujaba recortada la silueta, en el azul inmenso de la gloria, del templo del Santo Isidoro…

…Y la piedad según Sevilla pasaba ante los ojos de la ciudad. Con su pena negra y honda, con su amargura Servita.

Caía la luz sobre las espadañas de los claustros y cenobios, de la collación del Evangelista.

Y se rezaban completas en Santa Isabel, con la caridad sin límites por estandarte.

Y se tomaban con mimo las gotas de la sangre de Cristo, en un ramo de Coral, mientras sollozaba la Amargura añorando una procesión de manos jerónimas de las hijas de Santa Paula.

Y se recogían los braseros de cobre y los mantones bordados que adornaron al Pan Vivo, en la clausura celeste de las hijas del Santo de Asís, en su eterno Socorro.

Y se desvanecían en la anochecida, las dieciocho sombras de blanca y fría plata, vestidas de negro duelo, en el antiguo cenobio de la Paz. 

Caía la tarde consumida en las ausencias, sobre el vidriado azul de la torre fernandina, llorando las soledades y las devociones de San Román.

Caían las sombras por las carnes prietas del minarete sereno y elevado, vigía y emblema de quien primero nos habló del desierto y del Jordán en su evangelio, San Marcos según su barrio.

Caían las lágrimas de Madre Angelita y de las Hijas de los Pobres de Sevilla, mientras acogía en su pecho, los Siete Dolores de la Madre y la Providencia de Cristo, detrás de una celosía, hechas de nubes de incienso.

Caía la flor dulzona y elegante, del naranjo abrileño, con la primera brisa de la noche tibia, aromando y cubriendo las losas de la Plaza, camino de regreso, iluminando el paso los jirones de luna de blanca y fría plata.

Caía la nostalgia y el recuerdo que hiere sobre quien hoy les habla.

Se acerca la Capilla con sus muros añejos de tristes soledades.

Se adivina a lo lejos, como con luz tiniebla, una estampa risueña, con rostro de bondad.   Revestido y con vara, ante la Soledad. 

Se marchó hasta los cielos con la gracia en los labios del que siente en cofrade. Sabía bien el camino, pues tú se lo enseñaste, de tanto contemplarte.

…Y caía tu mano Señor, sobre el Jordán granate que forman los claveles… inerte… dolorida… dulcemente dormida:

 

Levanta Señor tus dedos

y haznos la Santa Cruz.

 

En la frente sincera de los buenos

deja el rastro bendito de tu luz.

 

Has dejado Señor tu mano herida,

como eterno besamanos de Sevilla.

 

Y Sevilla te besa enloquecida

en el último beso sin mancilla.

 

Irene Gallardo Flores

Foto: Carlos Jordan










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