Arte Sacro
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Unamuno en la Anunciación. Carlos Colón. Diario de Sevilla


Frente al tópico que las enfrenta como opuestas, la escritora Iris Murdoch consideraba la inteligencia y la emoción complementarias: la inteligencia ayuda a descubrir y apreciar más y mejores, por más enriquecedoras, emociones; y éstas hacen a la inteligencia, por más compasiva, más humana. Lo recordaba ante el asombroso altar alzado por la hermandad del Valle para el triduo de su Jesús Nazareno con la Cruz al Hombro, una imagen que tiene la capacidad de expresar todos los significados e interpretaciones, no sólo de nuestra Semana Santa, sino del cristianismo: un Dios compasivo irrumpe en la historia tendiendo su mano a los hombres. La inteligencia y la emoción se trenzan aquí tan apretadamente como las hojas de acanto en la túnica del Señor. Mérito del anónimo imaginero es haber fundido los misterios de la Encarnación y la Redención esculpiéndolos como teología visible. Mérito de la hermandad y de otros artistas es haber dispuesto en torno a él un universo formal que multiplica el eco estremecedor de esta Palabra de Dios esculpida: la Verónica, la Magdalena y las santas mujeres que Rossi y Petroni tallaron a principios del XIX; la realeza del terciopelo, la gloria del oro y el dolor de las hojas de acanto que revisten al Señor con la túnica que Teresa del Castillo le bordó en 1881; el paso –largo y trágico como la propia calle de la Amargura que representa– que Cantos diseñó en 1890 y la hermandad ultimó en 1909, al retirar algunas figuras secundarias para no entorpecer el diálogo entre el Señor y las santas mujeres; y por último la anónima genialidad de tender la mano del Señor en ese gesto único que a la vez busca ayuda y la ofrece.

Desde entonces hasta hoy ha transcurrido casi un siglo que, ante este altar de cultos, parece un suspiro. En el Valle, la hermandad que da sitio de luz en la cofradía hasta a sus hermanos muertos, la duración no lo marcan los relojes sino el incensario de Montesinos –"péndulo de plata del reloj de mi tiempo"– que revive una Semana Santa por la que siempre "avanza a paso largo la memoria de regreso a su casa".

No puede ser casualidad que la más honda teología, la más alta hermosura, la mejor poesía y la más bella música de la Semana Santa hallen amparo en esta hermandad. Hay quien, disociando inteligencia y emoción, cree que es sólo belleza museística heredada de un espléndido pasado. Qué error el suyo. En el Valle la inteligencia estética se convierte en esa emoción sagrada que San Agustín sintió con la música –"entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón"– y San Juan Damasceno ante las imágenes –"su belleza estimula mi oración"–. Esta es la grandeza de la hermandad que mañana celebra solemne función a la imagen que responde a la conmovedora oración de Unamuno: "Habla Señor, rompa tu boca eterna el sello del misterio con que callas, dame señal, Señor, dame la mano".

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