Arte Sacro
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Provincia. Aquella virgen de Villanueva del Ariscal. José Fernando Gabardon de la Banda


José Fernando Gabardon de la Banda. Aquella noche volvíamos como ya hace muchos años, en el coche de mi amigo Román Calvo, después de vivir esa jornada especial que tiene el Viernes de Dolores, de presenciar una de esas estampas que quedan en la retina de aquella Semana Santa añeja que ya no puede volver. Aquella noche volvíamos como ya hace muchos años de ese pueblo situado en pleno interior de la comarca del Aljarafe, donde se revive esa añeja comarca que ya en época musulmana lo definían sus poetas como un vergel. Aquella noche volvíamos como hace muchos años lleno de entusiasmo porque la vida nos había vuelto a regalar la experiencia de vivir una nueva Semana Santa, que aunque los profanos crean que siempre es igual, todos los años es distinta, como la propia amistad, al descubrirnos diversos horizontes. Aquella noche volvimos a contemplar el dibujo eterno de la luna llena, la que marca el calendario más importante del sevillano, que quiso dibujar cualquier pintor, pero cuya esencia no se puede reinterpretar en un lienzo, porque está solo en el corazón. Aquella noche volvimos a contemplar la fragilidad de la vida, la del tiempo que pasa, la de los años que se suceden, pero al mismo tiempo la esencia de la aventura de vivir, la de ese instante que se hace eterno.

Aquella noche volvimos a descubrir como si no lo conociéramos el paisaje idealizado de un paso de palio, bien por mi retina, o bien por la cámara de fotografía de mi amigo, dos visiones que se entrecruzaban en un mismo foco de atención, un bellísimo palio que portaba una portentosa Dolorosa, seguramente salida de la gubia de aquel insigne escultor del siglo XVIII, José Montes de Oca. Aquella noche volvimos a contemplar en ese trasluz de la opacidad de la noche la perfecta candelería que nuestro amigo Luis Chamorro con tanto cariño y esmero siempre da ese toque artístico, sorteando aquel felino viento que marca la noche, atendiendo a que ningún candelero se quede apagado, siempre con la mirada al cielo. Aquella noche volví a contemplar su rostro, su bello rostro de dolor, de ese expresionismo atormentado que el final del barroco suplo plasmar, quizás como reflejo de los episodios difíciles que había padecido la población en los últimos años. Aquella noche volví a contemplar aquellas escenas de la pintura costumbrista, que dejaron constancia de tiempos remotos, de aquellos bellos contrastes de luz y de sombras, de los que todavía dejo huella la revista Blanco y Negro en los primeros años del siglo XX. Quién sabe si aquella noche hubiera estado el pintor Joaquín Sorolla para contemplar esta escena digna de inmortalizar en pleno siglo XXI, como aquellas que representó para la Hispanis Society de Nueva York.

Aquella noche volví a presenciar el ritual de todo un pueblo con su Virgen. Un rio de paisanos acompañándola por la amplitud de escenarios diversos que van sucediéndose a lo largos de plazas, calles marcadas por ese caserío de antaño, propio de un cuadro de Santiago Martínez, con sus vecinos en las puertas en señal de respeto, con el murmullo entre ellos de un pueblo que sabe guardar su respeto. Un ritual de duelo y dolor, del gozo de que un año más se vuelven a encontrar, entre los vestigios de pasiones y emociones que da los sinsabores de la vida. Un ritual que define la vida de un pueblo, el canto de la llegada de la primavera, del paso del añejo invierno, de las siembras y las recogidas del campo. Un ritual de esperanza, solo mirando aquella Virgen que dialoga con los hermanos de la Cofradía que le dio culto, desde aquellas conocidas reglas de la ya remota época de Carlos I de España. Un ritual de esperanza que hunde su culto en la propia esencia franciscana, de ahí que la denominación de Cofradía de la Vera Cruz, con la imagen del Crucificado que en su primer paso completa la nómina de imágenes a las que le da culto. Un ritual de esperanza de aquellos jóvenes cofrades en los años ochenta supieron refundar la cofradía cuando a raíz de la trágica Guerra Civil quedó prácticamente disuelta. Un ritual que no se puede comprender sin contemplar el bello rostro de mujer que envuelta en su soberbio ajuar desliza en la noche la esencia del arte cofrade. Un ritual que lo envuelve el exquisito repertorio musical que seleccionado por la banda que lleva el nombre del pueblo.

Y aquella noche, un año más, pude contemplar ya en la madrugada del Sábado de Pasión, la entrada de aquella Virgen que me recordaba aquella Dolorosa de la antigua Orden Servita, a la cual yo soy hermano, aquella que realizó Montes de Oca, aquella que realizó Montes de Oca hacia 1730, aquella que definió el estilo tardobarroco en las cofradías sevillanas. Y aquella noche un año más volviste a contemplar aquella Virgen de aquel pueblo especial que descubrí ya hace unos años, que se llama Villanueva del Ariscal y que esconde un tesoro, su Virgen de los Dolores.

 

Dedicado a  Luis Chamorro

 

José Fernando Gabardon de la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 

 

Fotos: Manuel Pinto Montero










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