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El poder de la fotografía antigua, 4: “Este Domingo ya pueden salir los niños”


Mariano López Montes. Este Domingo ya por fin podemos sacar a los niños, y el problema es que todavía no sabemos y ni hasta donde, ni hasta cuando, ni en qué lugar se van a desfogar después de tanto tiempo encerrados; como en el cuento de “Los tres Cerditos” que por temor a ese  lobo malo que vino de Asia o como aquellos enanitos del Cuento de Blancanieves. en aquellas casas minúsculas, de algunos barrios del extrarradio resguardados para no morder esa manzana virásica, que le ofrecía la bruja, que invisiblemente lleva con nosotros más de dos meses, y al parecer le cuesta marcharse a su Castillo endiablado, donde nunca debió de salir.

Los niños de hoy en día normalmente no creen en los cuentos y mucho menos en los que tienen la osadía y la buena voluntad de contárselos, bueno eso nos pasa también a los que hace tiempo dejamos de ser niños, viendo una y otra vez ese cuento de Pinocho que vemos asidua y casi obligatoriamente todos los días en las informaciones que continuamente nos asedian, y podemos comprobar como la mayoría de las veces el milagro del hijo de madera del pobre Geppetto sigue produciéndose, sobre todo cuando les miramos fijamente a la nariz.

Y otra vez tomaremos ese viejo tren de hojalata, con esa locomotora negra como el carbón, y blanquecina como el humo que salía por su chimenea y sacándonos un billete para el recuerdo, viajaremos a ese pasado que nunca pasa y que tomó vida quizás una mañana de ilusión del Seis de Enero, en los primerísimos capítulos del libro de nuestras vidas que son nuestra infancia.

Recordaremos una y mil cosas, pero siempre habrá una vivencia, que quedará grabada en la mente poco comedida y aventurera de todo niño, sobre todo si tiene la suerte de haber nacido y vivido en esta ciudad. Esa aventura ese juego infantil, comparable a una atracción de la antigua “calle del infierno”, donde jamás había que sacar tickets para subir o montar, no era otra cosa que aquella rampa gigantesca e inclinada que al final de La Cuaresma por arte de magia aparecía en El Salvador. Tablones viejos y desgastados que seguramente también sirvieron de diversión y juego a los que nos precedieron varias generaciones. Acceso a la ciudad por donde Jesús, el de La Borriquita entraba en esta ciudad, y donde el Amor y La Pasión afloran cada año en el sentimiento, la fe y la tradición de esos corazones que latieron y siguen latiendo con las sístoles y diástoles que marcan “las sevillanas maneras”.

Para el niño la dimensión del juego nunca tiene fronteras, pero poco a poco va asimilando en su conocimiento que esas tablas que hoy son diversión alegría, juego y felicidad en la infancia, como en todo ser humano se van a transformar en dolor sufrimiento y pasiones, incluso un día al pasar los años descubrirán a esa desconocida que es la muerte que siempre nos espera al final del camino, y por esta rampa bajará y subirá la alegría con el Sol y la luz de un nuevo Domingo de Ramos y caminara la muerte que se convierte en Amor y Pasión en las noches cerradas de aquella luna de Nissan.

En esta fotografía que exponemos de una Sevilla muy de principios de siglo XX se observan a niños tocados con sus gorrillas de la época, señores con gorras, sombreros y algunos con aquel famoso Canotier, que se diseñó en Francia a finales del XIX y que tanto prestigio y distinción daba en esta época a la burguesía y clases acomodadas. Un curioso detalle el del militar que se les acerca, que por su indumentaria y consultando a un amigo gaditano muy experto en artes y usos castrenses, parece que se trata de un oficial de infantería del Soria 9, o del Granada 34 que eran los existentes en la época, y la cabeza está cubierta con el tradicional “Ros” de la época, al final se puede observar más difuminado una compañía de soldados posiblemente al mando de este apuesto y ensamblado oficial.

La Extracción social algo marginal de estos mozalbetes es evidenciable en la ropas y el calzado, aunque un poco más al fondo se ven otros niños con las tradicionales y antiguas “marineritas”, muy usadas en los niños de la burguesía de la época.

Pero al final los niños siempre han sido y seguirán siendo niños, y aunque los tiempos cambian y el antiguo caballito de cartón y la muñeca de trapo se perdieran en el olvido, cuando los trenes eléctricos, los “scalextric” y las muñecas lloronas y parlanchinas son patrimonio de una generación a la que nos llaman “carrozas” y han sido adsorbidos por el igualitarismo de sexo/ género como construcción cultural, los niños de hoy tienen su juego en los modernos y a veces endiablados inventos que nos trajo la tecnología y sus redes, que ya no solo sirven como artes para los pescadores.

Ningún niño de ninguna generación, ni de antes ni de ahora, pierde la ilusión y sigue siendo atracción por subir y bajar, correr y saltar por esa rampa que según los mas cursis o exquisitos de los mil pregones que se organizan “Trepa hasta los Cielos”.

Porque quizás y poco a poco como en los andares de nuestros pasos, intuyen y saben lo que en unos días o unas horas va a venir, y cuando por esa puerta y esa rampa bajen los blancos y a veces diminutos nazarenitos de “La Borriquita”, se habrá cumplido otro año más, el sueño que se ha convertido en realidad, a media tarde y si es con sol potente muchísimo mejor, un nuevo Domingo de Ramos, porque el nazareno de esta cofradía simboliza por si solo a todos aquellos nazarenos o nazarenitos que saldrán vestidos con todos esos colores, que para ellos supone una identidad, un significado y una herencia y tradición que esta ciudad y su familia le han legado…….

Fotos: Mariano López Montes










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