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Una ilustración excepcional del ilustrador Andrés Martínez de León. Baile en el Café de Novedades de Sevilla


José Fernando Gabardón de la Banda. Cabría pensar que el arte discurre no solo en el ámbito de la pintura, en los óleos y pasteles de los lienzos, sino que desde finales del siglo XIX a principio del siglo XX comenzaron a surgir un grupo numeroso de artistas que comenzaron a ilustrar un amplio número de periódicos y revistas con dibujos a carboncillos y todo tipo de técnicas artísticas, fueron gestando un lenguaje estético que en muchos casos, al contar con una amplia libertad creativa, generaron una concepción vanguardista alejada de los convencionalismos clásicos y academicista de muchos de los pintores del momento. Cabe admirar la obra de estos artistas, que llevaron sus composiciones a algunas de las mejores revistas que iban apareciendo en la prensa española, que hoy podemos contemplar en las páginas de las hemerotecas, como la revista Ilustración Española y Americana, o el Blanco y Negro, fundada en 1891, entre otras.

Una gran nómina de genios embellecieron sus páginas con sus obras, dotándolas de un aire de vanguardia en la que se flotaba ya los aires renovadores que irían flotándose en el ámbito pictórico de los primeros años del siglo XX. Artistas muchos de ellos que en su carrera como pintor fueron incomprendidos en las salas de exposiciones, cuando lo podían hacerlo, o incluso olvidados y detestados por una crítica artística que en mucho de los casos no supo mirar más allá de sus propios contornos. Sátiras políticas, llenas de humor; esbozos de paisajes urbanos, amplio número de retratos de todas las capas sociales, ayudaron a enseñar escenarios que en otros momentos hubiera quedado desapercibido.

El mundo de las fiestas primaverales se fue incorporando en este arte gráfico en un amplio número de revistas y periódicos, cuyo lenguaje estético nos recuerda en muchos momentos a la cartelería que estaba iniciando sus pasos a principio del siglo XX. El mundo de los toros, la Semana Santa, la Feria de Abril o por supuesto el flamenco fue plasmado en infinidad de ocasiones en la página de la amplia nómina de los periódicos y revistas sevillanos de estos años. No cabe duda que a pesar de los obstáculos que encontraron las ilustraciones gráficas se irían abriendo paso en los intentos de renovación estilística de que la pintura española viviría a principio de siglo. Y no podemos olvidar en este amplio mundo, una de esos sevillanos universales que llevó a la ilustración gráfica al grado de un verdadero arte como fue Andrés Martínez León, un coriano universal que en la revista Esfera en el año 1922 dejó muestra de su excepcional creatividad en una ilustración que enmarcaba un artículo dedicado al derribo del Café Novedades de Sevilla.  

Martínez de León había nacido en Coria del Río, el 5 de abril de 1895, con una ascendencia humilde, trasladándose con solo un año a la entonces Huerta de los Remedios, debido a que su padre trabajaba de capataz. Es posible que la cercanía del Convento carmelita de los Remedios, entonces ya exclaustrado conociera los estudios de algunos pintores como Ignacio Zuloaga, Marín Castellano o el propio Gonzalo Bilbao, y fuera allí donde se le despertara el alma del artista. Sería en la calle Pureza número 113, donde poco tiempo después fijaría su familia su residencia. y comenzaría su formación en la Escuela de Artes y Oficios, ubicada en este momento en la Plaza del Museo de Sevilla, en la que ya adquiría el dominio del dibujo, de la que daría prestancia en sus primeras composiciones que expondría en 1915 en la Casa Gil, una tienda especializada en lienzos, molduras y colores. Y sería en este mismo año cuando publicaría su primera ilustración en la revista “Sevilla y sus fiestas de primavera”.

Su carrera como ilustrador en el mundo de la prensa se iría abriendo en el periódico El Noticiero Sevillano, en la que comenzaría a firmar sus primeros dibujos en 1918, donde aparecería por primera vez uno de los personajes más divulgado en el mundo sevillano, Oselito, protagonista posterior de un amplio número de relatos que lo llevaría hasta las tierras de la Rusia soviética, personaje peculiar con su sombrero de ala ancha, pajarita y chaqueta corta, que lo convertiría en prototipo del andaluz de estos primeros decenios del siglo XX, emulador de la figura de Joselito, de ahí tomaría su nombre, ambientándolo en escenas sevillanas. No cabe duda que con la creación del personaje, que algunos críticos posteriormente vieron su alter ego, daría un salto en su carrera artística. Al mismo tiempo participaría en las exposiciones de primavera organizada por la Sección de Bellas Artes del Ateneo y el Ayuntamiento de Sevilla. Y ya sería en los años veinte cuando sus ilustraciones comenzaron a ser habituales en un gran número de periódicos del momento.

Con estos antecedentes, encontramos a Andrés Martínez de León colaborando con una revista ilustrada que se había puesto muy de moda en estos años, La Esfera, que había nacido en el año 1914 y que tuvo corrido corto, al desaparecer en 1931, después de haber publicado 889 números. Editada por Prensa Gráfica, siendo su director Francisco Verdugo Landi y a Mariano Zabala como gerente. La revista había nacido en pleno auge del periodismo gráfico, en la que el objetivo primordial era la imagen, por lo que se convertiría en foco de atracción de muchos artistas que estaban iniciando sus carreras profesionales.

Desde los primeros momentos de su lanzamiento, la demanda de la revista entre el público fue ampliándose, a pesar incluso de su precio, en la que su información gráfica, la calidad de la imagen con que se presentaba, dejaría huella entre sus lectores. Un gran número de escritores colaboraría con la revista, reflejo de la vanguardia literaria de los años veinte y treinta entre los que se encontraban Federico García Sanchiz, Alfonso Hernández Catá, Eugenio Noel, Manuel Chaves Nogales, Eduardo de Ory, Leopoldo Torres Balbas, Concha Espina, Ramón Gómez de Ayala, Rafael Altamira, así hasta llegar a un centenar.

No quedaría atrás el número de dibujantes entre los que se encontraría en la década de los años veinte Enrique Ochoa, uno de los mejores ilustradores del siglo XX, Ricardo Verdugo Landi, Rafael de Panagos, Manuel Bujados, Quesada Hoyos, o Máximo Ramos Tejada. Desconozco cuál fue la causa de que Martínez de León llegara a trabajar en la Esfera, incluso no he podido revisar el amplio número de la revista, por lo que carezco de información si contaría con más aportaciones en la revista, pero sin duda alguna su dibujo publicado el 25 de marzo de 1922 es un claro referente de que había sido contratado como un artista de referencia entre los nombres de grandes genios creadores.

Quizás un único dibujo demuestre la maestría de un maestro, demuestre su valía, y puede ser concebido como un gran creador. En el caso del que analizamos, no me cabe duda que en su recreación del café de Novedades dió muestra de su habilidad compositiva en el dibujo, a modo de trazos sueltos, resuelto en tinta negra. La ilustración se insertaba en una noticia demoledora, el derribo de un café que se había convertido durante muchos años en uno de los lugares de animación más importante de la ciudad, uno de los santuarios del arte flamenco, como así lo relataría el periodista de la Esfera, José Bruno: En el tabladillo de Novedades han resonado el taconeo y los hondos cantares de las flamencas más afamadas; allí se consagraron las de mayores méritos, Pastora Imperio, la Niña de los Peines, Amalia Molina y otras muchas vistieron la falda de batista almidonada en ese escenario, donde toda la flamanquería se ha puesto de codos para adorar sus ídolos (…) Durará el recuerdo de Juana, la Sorda, fenomenal bailaora. Sus cejas se curvaban con esa interrogación indiferente de los sordos, y en su moño altísimo presumía, erecto, un clavel de Sevilla (…) El cante jondo ha revelado también en Novedades a las más eminentes y celebradas figuras.

El polo, la taranta, la seguidilla gitana, la soleá, la bulería, los tientos han sido salmos de esta catedral del flamenquísimo para los numerosos devotos de diversos tiempos. El café Novedades había nacido en 1897 de la mano de Fernando González de la Serna y Pino, con el propósito de suplir algunos desaparecidos cafés que habían desaparecido a finales del siglo XIX como fueron el famoso del Burrero, en la calle Tarifa, el de Silverio Franconetti, en el número 4 de la calle Rosario, al lado de la calle Tetuán, y el Salón Filarmónico.

El Café Novedades se encontraba en las inmediaciones de la confitería la Campana, al que se unía en la otra esquina, el Café París, concretamente en la calle Santa María de Gracia. Se trataba sin duda de la proyección de la nueva ciudad liberal, de tintes comerciales que había sumergido al mundo conventual que un siglo antes todavía delimitaba los conventos de Santa María de Pasión y Santa María de Gracia. En el origen del edificio residió Nicolás Grubel y sus descendientes residieron hasta los primeros años del siglo XIX, constando que en 1809 fue la residencia del marqués de Alventos.

La fotografía que se conserva actualmente realizada por José María González-Nandín y Paul, conservada en la Fototeca de la Universidad de Sevilla, nos muestra un precioso edificio, muy armónico en sus líneas arquitectónicas, con un precioso mirador de amplias arcadas de medio punto y una excepcional cubierta de armadura con tejas, testigo de su primitiva construcción. Desgraciadamente, el inmueble desaparecería el 19 de marzo de 1923, siguiendo el ensanche que se había proyectado en 1895, a instancia del alcalde Antonio Halcón y Vinent, después de habérsela adquirida a su última propietaria, Salvadora García de Leániz, aunque con la oposición del público que se congregaría con pancartas en la que decía Novedades nunca te olvidaremos.

Y es que el Novedades se había convertido en el Moulin Rouge sevillano, en la que las artistas flamencas sustituían a los grupos de bailes del Can Can, el calor andaluz por el sabor parisino, y por supuesto la gracia del público que se unía todas las noches en torno a ese sabor folklórico del cante flamenco que había sustituido a los antaños cantos monásticos de las monjas de los extinguidos conventos. Y como Moulin Rouge, que tuvo la suerte que contó con un genio de la ilustración como Toulouse Lautrec, el Café Novedades contaría con el genio de Joaquín Sorolla, dejando esa maravillosa composición de 1914, una excepcional recreación colorística, que supo recrear el ambiente que se vivía en su interior.

El famoso tablao inmortalizado por Sorolla queda reflejado en el retrato literario del cronista de la Esfera: Esto es un espacioso patio, con bellos y característicos arcos y columnas; un patio sevillano. Consta de dos pisos: el bajo, donde avanza el descolorido tabladucho y se alinean los veladores y butacas, y el claustro alto, dividido en palcos de muy modesta traza, con arañadas mesas donde se han escanciado vino como para anegar Sevilla. Público abigarrado de obreros, señoritos juerguistas, busconas de mantón, grullos o paletos y transeúntes de todo la Península y de todo el Planeta, llenan constantemente aquel recinto neto, con abigarramientos de aguafuerte de Goya. Una vaharada fétida de humo de cigarros, de alcohol, de sudores, aturde los sentidos; arcos eléctricos, sucesores de velones y candiles, alumbran el espectáculo popular. De aquel tabladillo, viejo altar majo, retablillo de lo chipén, donde han bailado varias generaciones, creemos ver surgir de pronto, el célebre, celebérrimo cuadro flamenco. Una preciosa descripción llena de frescura que resonaría en las pinceladas de Sorolla, en una obra que estuvo durante muchos años expuesta en la sede del Banesto inmediata a la Avenida de la Constitución.

La preciosa ilustración del artista coriano nos muestra en una preciosa contraposición de luces y sombras una de esas escenas míticas que ocurrían todas las noches, la esencia de un tablao flamenco, en la que una gitana con bata de cola, de espalda al espectador, mira hacia el guitarrista, de una concepción satírica muy dada en sus composiciones, mientras que una pareja sentado acompañan al canto. Una escena narrada de una manera diferente a Sorolla, en cierta manera respondía a una composición destinada a un lienzo, en la que quiso mostrar la fuerza expresiva de las bailaoras, mientras que Martínez de León, lo concibe de manera más intimista, en una visión de dibujo ilustrado para una revista, por lo que su funcionalidad era muy diferente.

Hay una impronta en el dibujo de Martínez de León a lo goyesco, a la frescura de sus pinturas negras, pero carente de dramatismo, que en pocos trazos ha definido con una gracia inaudita que estaría muy presente en su obra. Es muy significativo la pareja de cantantes, resuelto a modo esbozado, aunque emergen la fisonomía de cada uno de los personajes concentrado en el momento del cante. De especial resalte es sin duda el guitarrista, con su sombrero de ala ancha, característico de la época, y que utilizaría tantas veces con su personaje Oselito. La ilustración está firmada en uno de sus márgenes como Andrés Martín León. Sin duda alguna esta composición nos muestra ya el genio de la ilustración que se convertiría con los años, como lo demostraría poco tiempo después, en 1926, con la publicación de Historietas Sevillanas. Una ilustración excepcional, de un autor de la talla de Andrés Martínez León que dejo probablemente la última constancia de nuestro Moulin Rouge sevillano, el Café de Novedades.

José Fernando Gabardón de la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 

Se escribió este artículo el 24 de abril de 2020. 

Ilustración: Revista La Esfera










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