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Lo andaluz en el mundo gráfico del ilustrador Juan Lafita. El Cartel de la Feria de Abril de Sevilla de 1914 y los dibujos de toreros de la revista la Bética.


José Fernando Gabardón de la Banda. La saga familiar de unos artistas puede definir la historia de una ciudad, o viceversa, una ciudad marcar la vida de un linaje completo de artistas. No es inusual que una generación tras otra un mismo linaje marque el gusto estético de todo un contexto local, incluso llegar a convertirse en referente de la historia. Incluso no es inusual que no todos estos miembros participen de una excepcional calidad creativa, de una manera independiente, sin depender su estilo del otro, por lo que cada uno de sus miembros deje marcada su propia huella en la historia del arte.

En toda saga familiar siempre habrá un iniciador, un verdadero maestro que deje a su propio hijo el aprendizaje de una técnica, de una manifestación artística, convirtiéndose en un verdadero artífice, un maestro para sus descendientes. Es posible que sea en un taller artesanal donde nazca la saga, donde se vaya tallando delimitado el genio, un verdadero espacio de compartimento de experiencias, un templo de creatividad. En muchos de estas ágoras de creatividad, fueron jalonándose generaciones de artesanos, ceramistas, orfebres, escultores, pintores, e incluso arquitectos, en la que la línea del tiempo va marcando el devenir creativo de generaciones y generaciones.

Cada miembro irá aportando un grano de arena, un escalón en el proceso creativo, cuyos peldaños conducen hacia el Olimpo de los creadores, concibiendo tras de sí una amplia nómina de obras. No hay ninguna ciudad artística que se precie que no cuente con un linaje de artistas, algunos incluso importados, que en muchos casos se convierten en referentes de su identidad. Y es que no podríamos concebir quizás la historia del arte flamenco sin la familia Brueghuel, o la familia de los Robbia en el arte italiano y así podríamos ir jalonando familias enteras.

Es posible que cualquier crítico del arte nos diría que en el seno del taller uno de sus miembros irá superando a los otros, hasta convertirse en el más importante referente, como fue el caso de la Roldana, en el taller de Pedro Roldán, y no le falta razón, pero el linaje en sí constituyó en muchos casos un punto de partida en sus carencias iniciales de aprendizaje que siempre debemos de considerar.

Y es que la genialidad se puede medir en un artista individual o en una saga completa, no por ello no tener referencia cada uno de sus miembros. El linaje se convierte en una marca, en un distintivo, en una propia identidad. Es posible que la familia Lafita sea uno de esos linajes que dejaron huella en Sevilla y la ciudad le llegó a marcar en su camino de la creación artística. Y es posible que entre sus miembros debemos de destacar a Juan Lafita y Ruiz.

Quizás Juan Lafita sea uno de esos hombres polifacéticos que tuvieron que vivir en otro tiempo que le tocó vivir, ya que se concibe como un hombre polifacético, cuya carrera artística fue compaginada con la de arqueólogo, a la que se incorporó en una excepcional carrera profesional, que le llegaría a convertirse en director del Museo Arqueológico de Sevilla, entre 1925 y 1929. Y al mismo tiempo, su propio linaje artístico, contribuiría a la propia historia de la ciudad donde vivieron, dejando una huella indiscutible.

Una de sus descendientes actuales, Teresa Lafita ya divulgó en unos artículos publicado en el Diario de Sevilla la genial trayectoria de esta genealogía del arte, entre los que se encontraba Juan. El pintor José Lafita Blanco iniciaría la saga, nacido en Jerez de la Frontera en 1852, siendo su padre coronel del Regimiento de Granaderos, José Lafita Liaño, por lo que siguió a su padre en la carrera militar, hasta que en 1896 se retiró para dedicarse a la pintura, convirtiéndose en uno de los paisajistas más destacados de finales del siglo XIX, participando en la famosa Escuela de Alcalá de Guadaira, especialmente sus marinas.

Tendría cuatro hijos tras su enlace nupcial con Salud Díaz Noa, dos de ellos artistas, José, escultor y el propio Juan, muriendo en 1925. La obra excepcional escultórica de José está hoy fuera de toda duda, al convertirse en uno de los mejores exponentes de la renovación de la plástica sevillana de los primeros decenios del siglo XX, como lo demuestra en algunas esculturas monumentales como el busto de Miguel de Mañara de los Jardines de la Santa Caridad. Quizás definirlo como escultor quedaría diluido su arte, destacó en su faceta de escenógrafo urbano como podemos encontrar el referente de la Fuente Farola de la Plaza Virgen de los Reyes y como un excelente retratista.

Uno de los sobrinos de José y Juan, sería Alfonso Lafita, que desarrollaría su carrera artística en Argentina y Brasil, ya que tuvieron que emigrar a América, especializándose en retratos, viajando a Europa en 1951, siendo invitado por su tío Juan, cuando ya era Director del Museo Arqueológico de Sevilla. Curiosamente un periodista americano perfilo sus raíces genealógicas al afirmar el joven Lafita, presenta un conjunto de obras que lo califica como toda una realidad artística, como un retratista de primera fila. Nieto de gran pintor sevillano: José Lafita y sobrino de Juancito y Pepe Lafita, pintor y escultor respectivamente, no es de extrañar, la cosa atávica de la ley de la herencia. En definitiva, la esencia del linaje de unos artistas, los Lafita, en la que en este caso Juan fue uno de sus grandes exponentes.

En el año 1914 Juan Lafita se había convertido ya en un refutado artista, cuando le encarga el Ayuntamiento de Sevilla el cartel primaveral, una obra que no dejó a nadie indiferente, en la que ya denotaba la habilidad de gran retratista que había ido madurando en su todavía corta carrera artística. Unos años antes, en 1910, había quedado en el segundo premio de la convocatoria.

Había nacido en 1889, realizaría sus primeros estudios primarios en el colegio Santa Teresa de Alcalá de Guadaira en 1898, prosiguiendo sus estudios con el bachillerato en los Escolapios de Sevilla hasta 1904. Indudablemente su primer maestro artístico seria su propio padre, completando su formación en la Escuela de Bellas Artes, formándose en el campo del Colorido y Composición a Bilbao. Al mismo tiempo estudiaría la carrera de Filosofía y Letras (sección Historia) en Sevilla, y posteriormente en la Escuela de Diplomática de Madrid. Un año después de que fuera encargado de la Feria, en 1911, Juan Lafita conseguiría por oposición en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueológico, pasando a prestar servicio en el Archivo de Indias, llegando a ser su secretario desde 1913.

Su faceta académica fue excepcional ya que culminaría su carrera como Director del Museo Arqueológico de Sevilla. Es en su faceta de artista donde nos queremos detener, y especialmente en el joven pintor al que le habían encargado la obra que posiblemente le ayudaría a desarrollar su posterior actividad artística. Posiblemente sería su vinculación con el Ateneo, desde 1910 en que se hace socio, donde empezó a vincularse cada vez más en el terreno artístico, llegando a ser secretario de Bellas Artes (1910), de la sección de Historia (1911), Rey Baltasar III (1920), llegando a desempeñar la vocalía de las secciones de bellas artes en varias ocasiones, incluso presidente de la sección de Bellas Artes (1935). En el Ateneo asistiría a clases de pintura, participando en exposiciones anuales, pronunciando conferencias.

Sería su faceta como dibujante grafico donde comenzaría a ser reconocido desde un primer momento como un artista excepcional. En 1914 el crítico de arte José Francés ensalzaría su figura a raíz de la creación de su cartel en la revista Mundo Gráfico. El artículo era un verdadero elogio de un artista que comenzaba a resaltar su figura: Entra en nuestros propósitos conceder la debida importancia a los artistas provincianos. Poco a poco nos iremos asomando a las distintas regiones de España y estudiaremos la obra de aquellos que lo merezcan (…) Nada más justo empezar por un artista sevillano (…)

La clasificación, el encasillamiento artístico de Juan Lafita es un poco difícil por la simultaneidad de sus aptitudes, todas ellas notables. Lafita pinta retratos, carteles, paneles decorativos, hace caricaturas, dibuja siluetas movidísimas de toreros, danzarinas y luchadores… y además escribe. Escribe con esa alegría sevillana, un poco zumbona, aprendida en la luz y estimulada por los vinos áureos. En Juan Lafita es interesante estudiar tres aspectos: el pintor de retratos, el cartelista y el dibujante de caricaturas. Acaso preferimos su último aspecto, sin que esto signifique desdén por parte nuestra y falta de méritos por parte suya para los otros dos anteriores.

En los retratos –quizás por analogía de observación psicológica con la simplificación caricatural- Juan Lafita acusa rigorosamente los temperamentos; busca el espíritu en los rasgos fisonómicos y envuelve –sobre todo en los retratos de mujeres- las figuras en un común parecido de raza y de estilo. En los paneles y carteles, Lafita es menos personal, aunque siempre en la gama de buen pintor consciente de su arte. Armoniza, desarrolla los temas y realza los valores de un modo agradable, erudito, donde se adivina la excelente educación artística y las buenas orientaciones por donde encauza su temperamento. Por último, en el dibujo rápido, nervioso en la caricatura intencionada y maliciosa, en la seguridad del rasgo completando la justeza de la observación, es donde encontramos el aspecto más admirable de Juan Lafita. Y es que José Francés había resumido en tres facetas su actividad artística como pintor de retratos, cartelista y dibujante de caricaturas.

Y es que entre 1910 y 1914 había desarrollado una amplia carrera como dibujante gráfico en las páginas de la revista la Bética, no solamente como ilustrador sino incluso como narrador de excelentes relatos, en la que pudo convivir con artistas de su propia generación como fueron los casos de Santiago Martínez o Alfonso Grosso.

Son sus ilustraciones taurinas las donde realmente va a demostrar la habilidad del dibujante, excepcionales las dedicadas a Joselito, publicadas el 20 de diciembre de 1913, convirtiéndose en un maestro en la ilustración taurina. Su descripción literaria de uno de los iconos de los toros definía ya una pluma suelta y vigorosa cuando identifica al torero como el Benjamín del toreo, el último vástago de una dinastía de reyes del arte, en cuyas venas late sangre de otra dinastía de faraones. 

Y sobre todo en sus dibujos que expresa en todo tipo de perfiles los movimientos del arte de la tauromaquia, el icono por excelencia del toreo resuelto en una técnica suelta de dibujo dinámico, concebida de manera resuelta, en la que el torero con mirada erguida, recién entrado en la plaza proyecta su personalidad.

El cuerpo arqueado, con los brazos abiertos, lleva en una de las manos la muleta, proyectando la sombra para resaltar a la figura espacialmente. Sin duda alguna un verdadero antecedente de las distintas versiones que a partir de la década de los años veinte realizaría Vázquez Díaz, como el conservado en una colección particular de Madrid de 1920. No cabe duda que nos encontramos ante un antecedente del icono por excelencia del arte de la tauromaquia.

En un número posterior sería representado otro torero de la saga, el divino Calvo, Rafaelito el gallo, el Gallito, un célebre torero de etnia gitana, por parte de su madre, Gabriela Ortega, llegando a ser cuñada de Ignacio Sánchez Mejías, al casarse con su hermana Dolores Gómez.

Una vez más Juan Lafita demostraría sus dotes de cronista taurino: aquí está el divino Calvo, el primogénito del señor Fernando y de Gabriela, que en el ruedo y en las tablas entusiasmaron a nuestros padres con su arte excelso; el heredero de la gracia; el artista intuitivo y genial; el torero aparte de las suertes no aprendidas, el eternamente discutido, cuyo toreo levanta una tempestad de pasiones en el pueblo; siempre grande, en la cumbre y en el abismo del oleaje de indignación y de entusiasmo, en cuyo ferviente corazón gitano se oculta un gran valor (…). El retrato que realizaría Juan Lafita es una excepcional muestra de dibujante gráfico, en la que ensalza la identidad gitana de su faz, pintado de perfil, una de las mejores muestras de su propio arte, en la que se concebía su trazo ligero y suelto.

Los distintos apuntes del propio Lafita que lo estudia en todas las posiciones en el arte del toreo, con un dinamismo que no oculta la intensidad de sus movimientos, y la excepcional utilización del propio  En 1936 dejaría los ruedos, falleciendo en Sevilla en 1960. 5 de enero 1914

Juan Lafita volvería a mostrarnos su maestría de ilustrador grafico del mundo taurino el número de la Bética número 8, el 5 de marzo de 1914, con el nombre de la tienta, en la que en tres páginas desarrollaba una excepcional muestra gráfica del lenguaje que, entre los picadores y los toros, en la que se vislumbra sus dotes de paisajistas, auténticas escenas campestres, en la que jinetes y animales quedan diluidos. La representación del toro cobra prestancia en esta obra, resuelta con pinceladas sueltas, en la que el dibujo resuelve con una maestría excepcional las siluetas del contorno de los animales. Se trata de escenas llenas de vitalidad, donde ya irrumpe el magnífico ilustrador que en años sucesivos.

Unos meses después, Juan Lafita nos volvía a demostrar sus grandes dotes de hábil compositor con las páginas dedicadas a Belmonte, que una vez más lo mostraría en la revista Bética, otro de los iconos indiscutible del torero, cuyo porte en si había sido objeto de ser representado en múltiples ocasiones, convirtiéndose en sí mismo en un icono a imitar. Y es que un gran número de artista, al igual que hubiera ocurrido con Joselito el Gallo, supieron proyectar la concepción psicológica del personaje.

Al igual que las mujeres de mantillas, las gitanas, o el mundo del flamenco, el arte del torero, sus protagonistas se habían convertido en auténticos protagonistas de su propio arte, que ya el propio Goya y los propios viajeros ingleses decimonónico supieron concebir el modelo. El retrato de Belmonte de Lafita, no rompe con la tradición, pero le dota de una frescura que lo convierte en un perfecto referente a la hora de mostrar al maestro.

El 5 de mayo de 1914 Lafita nos vuelve a demostrar el artista prodigo del dibujo en unas escenas taurinas bajo el nombre de impresiones de la corrida de feria, en la que vuelve a resalta con gran realismo un gran número de faenas taurinas, como el precioso dibujo del banderillero, en tres muestras que va a embestir al toro, o incluso los esbozos de los retratos de los toreros a media figura, como el caso de Gallito, nuevamente mostrando sus dotes por el retrato. Los quiebros de las muletas, el instante del banderillero de espalda al espectador, lo convertía ya en uno de los grandes ilustradores taurinos más excepcionales de principio de siglo.

Su vinculación a la revista Bética proseguiría con una serie de ilustraciones identificado con el mundo de la caricatura, del que el propio artista realizaría un autorretrato que aparece reproducido en la revista Mundo Gráfico. Sus dibujos humorísticos ya respiran a vanguardia, a innovación, en la que la figura femenina lo aleja de convencionalismo clásicos para dotarlo de una concepción modernista, de art decó, figuras femeninas de trazos dinámicos, de pincel suelto, expresivo, con un toque picarón, que recuerda a muchos de los grandes genios del dibujo como Panagos en las páginas de Blanco y Negro.

La nueva mujer quedaba reflejada de esta manera en sus composiciones, la mujer que iba rompiendo los lazos sociales, y se iba liberalizando. Sus dotes de retratista volvían a estar proyectada en la que desnudaba en si misma el alma femenina del comienzo del siglo. Y no debemos de olvidar que en la misma revista la Bética llegaría a formalizar su amor por la música, que lo convertiría en un crítico excepcional, como lo demuestra algunas representaciones como la de Enrique Granados.

De la misma manera nos dejaría unas ilustraciones dedicado al mundo del teatro publicados el día 20 de diciembre de 1914, en la que una vez más vuelve a demostrarnos su faceta de artista vanguardistas en este caso representando a la famosa bailarina la Bilbainita, figura mítica del baile, nacida en Bilbao a finales del siglo XIX, y según describe los cronistas del momento, era muy expresiva con los gestos de sus rostros, que Juan Lafita supo representar en sus retratos, aunque moriría muy joven en el parto. Es excepcional la página en la que aparece publicado un poema de exaltación de la bailaora firmada por Felipe Cortines y Murube, director de la revista con las ilustraciones del propio Juan Lafita.

El encargo del cartel de Feria de 1914 no era casual, ya que sin duda nos encontrábamos ya con uno de los mejores ilustradores gráficos del momento, al igual que un excepcional retratista. Lafita volvería a sorprender en la recreación de una mujer recostada, portando una guitarra, un icono que ya había sido utilizado por Julio Romero de Torres, impregnada de un simbolismo arrollador en su propia mirada, una mirada furtiva, sin horizonte, pero inspiradora de una belleza sensual. 

En una de sus manos porta una guitarra, alargando para ello el brazo, de la que cuelga un mantolín de colores rojizos, al igual que su propio traje de flamenca, en la que aparece impregnado de juegos florales, añadiendo a la cabeza una peineta con una flor, muy características de estos iconos que ya lo había mostrado las pinturas de Zuloaga y Picasso. Un preciso bodegón llenos de frutos y flores le dan ese tono festivo a la composición, en las que no faltan uvas, naranjas e incluso nardos desplazado a modo de pradera, una verdadera exaltación a la primavera. 

Las recreaciones que podríamos ver en las ilustraciones de escenas taurinas en la revista la Bética vuelve a utilizarla en el cartel, colocando en la línea del horizonte una preciosa muestra de la ciudad de Sevilla, y como no, la propia Feria de abril, bañada de una luz y un colorido, que produce en sí mismo un excepcional efecto atmosférico, llenos de nubes blanquecinas que van irrumpiendo en un cielo azulado, muy característicos de la época primaveral.

El efecto de la lejanía de la silueta de la ciudad y de las propias casetas encubre aún más la figura femenina del primer plano, resalta su talle y su figura. No debemos de descartar que las dotes de gran paisajista de su propio padre quedan impregnadas en la disposición compositiva del cartel. Toda la escena queda insertada en una elipse, en cuyo eje está el cuerpo de la mujer, marcando un efecto visual más definido colocando en cada esquina de los lados los términos Sevilla Fiestas, Primaverales, Semana Santa, Feria. La litografía impresa lo realizaría Durá, impresa en Valencia. En Mundo Gráfico José Francés elogiaría el cartel de Juan Lafita, en la que afirma literalmente su cartel de la Feria de 1914 y de la Exposición Hispano Americana, nos lo ratifica de un modo ya claro y seguro.

Y es que su maestría, el genio ilustrador se desplegó en los años posteriores, en un gran número de periódicos y revistas entre las que destacan el Liberal (1915, 1916 y 1921), El Noticiero Sevillano (1916 y 1918), Blanco y Negro (1916), El Correo de Andalucía (1920-1921-1927-1931) y ABC ya entre 1930 y 1936, así como la redacción de un gran número de artículos periodísticos como los aparecidos en el Noticiero Sevillano y el Correo de Andalucía, utilizando el seudónimo de Jalifa.

Sus dotes de retratista volverían a proyectarse en el retrato que le realizó a las Hermanas de la Cruz en 1927, o incluso el Nazareno que pintó para el timón del avión Jesús del Gran Poder, hacia 1929. En 1929 dejaría una galería de ilustraciones dedicadas a los artistas del flamenco del Café El Burrero, como la Macarrona o el Niño de Jerez, publicado en el periódico El Liberal en 1929.

En los años treinta seguiría siendo reconocido, ya que su carrera académica se vería galardonada con el nombramiento como miembro de la Academia Provincial de Bellas Artes en 1930, miembro noble de honor de la Academia de Estocolmo en 1935 y Académico correspondiente de la Nacional de Historia en 1936. Un verdadero genio de la ilustración, que nos dejó su concepción del arte en sus recreaciones sevillanas como el mundo de la tauromaquia y el propio cartel de la Feria de 1914. La obra de exaltación de un linaje completo de artistas, referencia del propio linaje de Sevilla.

José Fernando Gabardón de la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 

Este artículo se acabó de escribir el 30 de abril de 2020.

Tratamiento de la imagen: May Perea. Lda. en Bellas Artes










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