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El poder de la fotografía antigua 8: “El cocherito leré”


Mariano López Montes. En esta ocasión en el lugar del poder, que casi siempre acaba por corroer y al final corromper todo lo que toca, prefiero hablar de magia, ilusión y fantasía que junto con esa inocente forma de ver la vida es parte de toda infancia.

Si porque en esta ocasión los actores principales de esta película serán aquellos dos nazarenitos de la Macarena que tienen la inmensa suerte de darse una vueltecita en esa atracción itinerante y nada infantil, que era nada más y nada menos que el Paso de su Señor de La Sentencia, una mañana de Viernes Santo y de vuelta por su barrio.

Mucho han cambiado las cosas desde aquel 1909 que fue tomada esta foto, y todos los actores de la escena ya han pasado a una historia que es parte de todos, aquellos felices niños se hicieron adultos, después viejos y actualmente estarán en ese universo sin tiempo junto a ese Señor en que siempre creyeron y que un año ya muy lejano les permitió el honor y a la vez la diversión de caminar alguna “chicotá” a su lado.

A estos niños vinieron otros y otros… y la tradición que heredaron de sus mayores se perpetuó en el tiempo, incluso se acrecentó con los años, pero creo y afirmo que actualmente sería imposible repetir esta imagen, que era muy común ver a principios de siglo en otras cofradías de extracción popular y en las recogidas de la Madrugá donde el barrio y su cofradía eran una continuidad de fe, devoción, sociabilidad y sobre todo sentimiento de pertenencia. Estas imágenes de nazarenitos subidos a las andas las hemos contemplado en otras fotografías de Triana y del Señor de La Salud de Los Gitanos.

Ese baremo o vara de medir que muchos cofrades tienen desde hace años de cofradías serias y formales y folclóricas e informales, creo y afirmo que es un torpe y miope instrumento de clasificación para conceptuar las cofradías, ya que en este mundo de las hermandades todo está sujeto a un continuo cambio y evolución, a una estética y visión personal, consensuada y basada en una evolución, creencia y cultura propias que se han ido sedimentando y asentando con los años; y eso del todo es blanco o todo es negro es falso y resta la riqueza que otorga el amplio abanico de los colores, porque no todos somos tan tontos como algunos se empeñan en inculcarnos, y para gusto y grandeza siempre ha existido un amplio abanico de colores.

Esta fotografía captada en la primera década del siglo XX mas concretamente el año 1909 nos retrotrae a un viaje al pasado de más de cien años y a un barrio de la Macarena de una marcada extracción popular, con aquellos hortelanos que fueron tan característicos de una zona extramuros y a la vez ajena al propio centro histórico, paisaje y paisanaje coincidían en la tipología rural que se aprecia claramente a cuantos rodean el paso, con sus humildes vestimentas, que en la mayoría de los casos serian las utilizadas a diario. No se aprecia esa distinción de aquellos trajes, corbatas y sombreros que apreciamos en otras fotos de aquella época en otras localizaciones más céntricas. La fisonomía y el curtido de los rostros reflejan claramente el origen social humilde y su exposición al sol, por lo que reincidimos en nuestra observación que tal vez fueran aquellos antiguos hortelanos que tanta relación tuvieron en siglos pasados con la hermandad y sobre todo con la cofradía de La Macarena en épocas pasadas. Actualmente existen barrios de posterior creación a la fecha en que se tomó esta fotografía y que fueron naciendo como núcleos de expansión urbanística de la ciudad, más allá de las antiguas murallas, como Macarena Tres Huertas, La Palmilla o la Barriada del Carmen que se denominan de la misma manera que aquellas huertas o extensiones agrarias que allí existieron.

Recordemos que esos censos y nominas de hermanos, con afiliación y cuota con la precisión actual, aparecen en años posteriores, en aquella época en la mayoría de las ocasiones la pertenencia y afiliación a las cofradías estaba más relacionada con la afinidad y el sentimiento ocasional o definitivo, que con la formalidad de afiliación que fue imponiéndose con los avances del siglo y las nuevas normas que fueron apareciendo por parte de la autoridad eclesiástica. (Sínodo de Los Obispos 1931 en que se aconseja a las hermandades crear un libro de registro de los hermanos)

Es de interés fijarse en detalles que no pasan desapercibidos, si observamos con cierta atención como aquel caballero que camina erguido con esa especie de chaquetón, posiblemente de pana que marca un ápice de distinción con respecto a otros que aparecen a su alrededor, y aquel otro que camina detrás con un traje y una especie de pajarita que pudiera tratarse de la figura del propio capataz que tiene entre sus labios una diminuta colilla, aunque recordemos que la seriedad del traje negro en el atuendo del capataz no se impone hasta la irrupción en el mundo de aquellas antiguas cuadrillas de Rafael Franco Luque y Francisco Palacios Rodríguez, verdaderos impulsores y artífices de una nueva forma de trabajar, estética y organizativa del mundo de abajo. (“Aquellos dos foráneos que organizaron aquel oficio”. Revista Sevilla Cofradiera 2015).

Curioso es el espontaneo maniguetero sin túnica y posiblemente sin pertenecer al cortejo, que se aferra a la manigueta delantera del paso con un atuendo muy similar al resto de los personajes que componen la escena.

Muy curioso es la ausencia de mujeres en la fotografía, creo que solo aparece una en el ángulo derecho inferior de la fotografía, quizás por la posición social que ocupaba la mujer a principios de este siglo, tanto en las propias hermandades como en el resto de la sociedad, su papel de subordinación al hombre se manifiesta en ese reflejo de la época que capta la fotografía, confinándolas a espacios propios de su condición para la mentalidad de la época, como el ámbito domestico o cercano, así vemos en las imágenes muchas mujeres viendo las cofradías desde sus casas y balcones con otras mujeres o bien cerca o en el entorno de aquellos corrales vecinales, donde transcurría, gran parte de sus vidas, dejando la participación en el cortejo y el entorno próximo a aquellos costaleros de la época, exclusivamente al hombre (Un costalero de aquellos, de antes, al que entreviste cuando realizaba mi Tesis Doctoral en Antropología Social, al preguntarle sobre el papel de la mujer, me comentó lo siguiente: «mi mujer con algún niño iba a la salida de la Catedral o de vuelta a llevarme un bocadillo o algo de comer, y cuando me lo daba no se quedaba al lado del paso, pues yo le decía, ¡¡Ea niña ya te estás yendo pa casa, que aquí no se te ha perdió ná de ná!!».

Es importante reseñar que el entorno escénico de la fotografía es la Calle Don Fadrique, viéndose algo difuminado al fondo el antiguo Hospital y sede del actual Parlamento.

Como pretendo que este articulo tenga un enfoque eminentemente antropológico no voy a comentar nada sobre las andas del paso desde el punto de vista artístico, es una óptica que seguro los Historiadores de Arte sabrán hacer con todo lujo de detalles y a la profundidad de estudio que me consta saben hacer.

Solo hare un pequeño comentario a ese dicho popular de conocer a este Paso de La Sentencia por “La Barbería”, debido a la disposición de las figuras similar a aquellas de la época, ya que siempre estos locales se han caracterizado por la charla y conversación de sus clientes y parroquianos, de ahí, el dicho popular que dice: “hablas más que un barbero”.

 

Archivo Fotos: Mariano López Montes.










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