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El Dios de tus abuelos. El Fiscal. Diario de Sevilla


Evoca al Señor de túnica alba de 1908, al que debieron rezarle tantos y tantos abuelos de los fieles de hoy. Parece otro, pero es el mismo. Menos divino, pero más humano. Ha perdido oscuridad, esa tonalidad que algún político pidió que no se mitificara, pero ha ganado en longevidad. Es el Gran Poder de nuestros abuelos, el que difícilmente podíamos intuir cómo era, el que poco a poco se fue tornando en oscuro porque su madera parece tener vida, deteriorarse como la piel de una persona y transformarse hasta el punto de quedarse descarnada en algunas zonas. Debe ser por la especial unción sagrada de una imagen distinta. Estábamos acostumbrados al Señor del antifaz negro, a ese efecto tenebroso, aliado necesario para forjar al Gran Poder que hemos conocido, pero que se acabó convirtiendo en una amenaza para su conservación. El Gran Poder de hoy es, más que nunca, el de hace cien años. En su mirada prendida se proyecta la película de todo un siglo jalonado por hitos íntimos o públicamente conocidos. Una secuencia de momentos que bien podrían arrancar con el Señor de la túnica blanca de aquella madrugada del 17 de abril de la primera década del siglo, el Señor al que le rezó en sus últimos días el obispo de los pobres, Marcelo Spínola, fallecido recién investido con la púrpura de Príncipe de la Iglesia; es el de las últimas fotos en blanco y negro del paso iluminado por candelabros de guardabrisas o con los faldones recién bordados por Juan Manuel, imágenes del rostro del Señor arrugadas en la cartera que ahora resultan más actuales que nunca, es la cara del Señor que estrenó por aquel entonces su iconografía contemporánea actual, potencias del JHS, túnica lisa y cíngulo amarillo; el que lució la túnica persa en la procesión de mayo del 39 o el de la túnica de la Corona de Espinas en la Semana Santa de 1948, el que ilumina la fundación de la Bolsa de Caridad en 1953, el de su antiguo altar en la parroquia, verja de barrotes a los que asirse con la fuerza de una plegaria, el de la hermandad que por obra de uno de los hermanos mayores más recordados levantó la actual basílica, templo del futuro edificado ayer con ideas y visión de hoy; el que pintaron Juan Miguel Sánchez, Santiago Martínez, Grosso y Maireles, el que cedió su cíngulo al Señor Cautivo del Tiro de Línea, el que se fue hasta Amate en 1965 para participar en las Misiones o el que aparece en muchos de los azulejos de la ciudad, altares a los que hacer llegar oraciones a deshoras. "Se le ha quedado la cara como la de los retablos", sentenciaba el viernes un devoto.

El Señor de la madera viva, el que sufre como ningún otro los efectos del tiempo, comenzaba ya al término de los setenta a oscurecerse de forma notable. Este Señor era ya el de los vía crucis de 1979 y 1987, el del pregonero que le prometió devoción eterna aunque fuera un tronco seco, oscuro, deforme y podrido; el del escritor y poeta sin igual que le cantó a los vencejos de San Lorenzo, aves que siempre han recogido las espinas caídas de su corona, el que recibió la medalla de oro de la ciudad en su basílica en 1995 porque la lluvia –más bien su mero anuncio– no entendió de salidas extraordinarias, el que avanzó a paso de mudá por la Gavidia entre rostros desconcertados en la misteriosa noche de 2000 (Quien vio cruzar al Gran Poder, vio caminar a Dios mismo) y el que regresó por un solo día a la parroquia para conmemorar los 300 años de su llegada al templo, túnica morada de la Corona de Espinas en un traslado al alba de rostros blanquecinos. El Señor de tantas madrugadas de agua o de cielos emborregados, el de tantas fotos con escolta de plumeros blancos, el que cruza la Catedral entre oraciones de megafonía y plegarias bisbiseadas, al que le rezan los amigos de la infancia y de la adolescencia, sus padres y sus hermanos, el que vuelve a solas por San Vicente porque todos le esperan ya a esa hora en San Lorenzo, donde se echa a dormir la Madrugada. Ha quedado distinto al que hemos conocido, pero igual al que le rezaron nuestros antepasados.

Hito a hito fue envejeciendo el Gran Poder. "¿Es éste el Señor que recordáis de jóvenes o de niños cuando os llevaban a verlo a la basílica?", preguntó el hermano mayor a los veteranos del histórico cabildo que decidió su restauración. La pregunta encuentra hoy su respuesta. Hoy muchos se reconfortarán al saber que tienen ante sí el rostro al que le rezaron sus padres, otros sentirán la certeza de que así era el Gran Poder de sus abuelos, y seguro que muchos quedarán tranquilos al saber que, limpia y resanada su madera, todo está a punto para rodar un nuevo siglo de hitos y devociones. El Dios de nuestros antepasados más cercanos habita en San Lorenzo. No cabe un patrimonio más valioso. En los últimos treinta años se aceleró su oscuridad, sublime contradicción, en la imagen que ilumina casas, habitaciones de hospital, bares, coches, despachos de altos responsables y grandes superficies de oficinas y cuya devoción se extiende por los cinco continentes.

Sus devotos de hoy pueden presumir de haber sido testigos de un singular proceso de envejecimiento, causado según algunos técnicos por una cuestionable técnica a la hora de aplicar la policromía original, por los cambios bruscos de temperatura, incluidos los de la Madrugada, por el calor de miles de cirios encendidos largamente en el templo, por la generosa candelería de los cultos anuales y por los siglos que le contemplan. Puede que vuelva a oscurecerse. Y que lo haga bruscamente, como sólo lo hace su madera viva. Pero qué privilegio haber visto resanar su piel y poder contemplar al Dios de tus abuelos.

Fotos: Arte Sacro.

www.diariodesevilla.com

 










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