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El misionero español Cremencio Manso recibe la Medalla de Honor del Emperador de Japón


Arte Sacro. El misionero burgalés Cremencio Manso, sacerdote del IEME, ha sido galardonado con la Medalla de Honor que concede el Emperador de Japón, por su trabajo durante 40 años en el campo de la educación. El padre Manso llegó a Japón en 1953, por lo que lleva de misionero por estas tierras más de medio siglo.

Todos los años, en el otoño, el Emperador de Japón concede Medallas de Honor a la gente que se ha distinguido por su contribución en el arte, en el campo académico, en los deportes, en el bienestar público, o han sido modelos de perseverancia en el trabajo, o han contribuido al bienestar social de la nación.

Este año se ha hecho pública la concesión de la Medalla de la "Orden del Tesoro Sagrado" el día 3 de Noviembre, y entre los galardonados está el padre Cremencio Manso, de 78 años, de Villasandino, en Burgos.

Cuando el padre Manso llegó a Japón se encontró con una nación deshecha por la guerra y lo que más necesitaba era educación, y a ello se dedicó con alma y corazón. Desde entonces ha estado como Director de Parvularios en Zentsuji, Marugame y Kanonji. En este último desde el año 1970.

Según informa Ismael González, del IEME, al padre Manso le encanta la ciudad de Kanonji porque todavía se puede respirar aire limpio, sin contaminación, hay pescado fresco y verduras en abundancia, así como flores de todos los colores durante todo el año. Pero lo que más le encanta a este misionero son los niños, con los que pasa prácticamente todo el día. Conduce todavía un autobús pequeño que sale a buscar a los crios hasta sus casas por las mañanas y las tardes. Quiere ver su primera sonrisa mañanera y poder volverlos sanos y salvos.

El día 3 de noviembre varios periódicos locales se hicieron eco de la noticia, y éstas fueron las frases que en ellos nos dejó el padre Manso: "Estoy contento por el camino que Japón me ha ayudado a recorrer". "El vivir con los niños a diario me hace a mí rejuvenecerme". "Ver cómo crecen los niños es algo muy agradable para mí". "El parvulario se está haciendo un lugar de encuentro para los padres". Y a estos padres de los niños del parvulario les suele decir: "Vuestro hijo y el hijo del vecino son un tesoro, y yo trato de hacerlos crecer como personas, amándolos a todos por igual". "En el parvulario se pone la base de la personalidad, por eso éste es un lugar muy importante para los padres y para la sociedad". "Que los niños se amen mutuamente, se respeten, sean agradecidos y tengan un corazón dócil y sumiso es como queremos educar en esta escuelita".

Por las manos del padre Manso han pasado durante todos estos años más de 3000 niños que hoy se sienten orgullosos de haber recibido esta educación en su niñez.

 










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