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Ya queda menos. El amor de Dios niño. Alberto de Faria Serrano


 Si estos días al hogar de nuestro Nacimiento  cuando entonemos en nuestras gargantas el animoso  candor de los Villancicos de toda la vida, tendremos la conciencia de  nuestro íntima renovación de la protestación de fe cual pastorcillos sin antifaz de la vega de la Betica. En un instante el ángel de la Anunciación  nos deslumbra y no podemos por  menos que cerrar los ojos. No es raro presentir la emoción y la vibrante mirada de nuestro Cristo. No es vano rememorar el título  de nuestra hermandad. Ni tampoco refrendar el telúrico sentido de pertenencia a los que  yacen en nuestra memoria más recóndita; Y al mismo tiempo,  al ver la cara sonriente y llena de vida del Niño Dios entre las balas de paja del pesebre,  los rostros alborozados de los que nos acompañan en el río con la papeleta del sitio de la última procesión de gloria del año; la que la conforma el tramo de tu misma sangre y  se repiten mas que tres o cuatro apellidos.

Habrá una dicción diferente. Una particular efusividad que nace de dentro nuestra memoria. Un distinto fervor. Como si flotaras en una nube de incienso en la Madruga Catedralicia. Como si pasaras a otra dimensión  emocional.

Como si tocaras el cielo con la yema de los dedos. Como si nada. Como si tuvieras en tu mano el poder de la maquina del tiempo, se rebobonirá el dvd emocional de tu experiencia cofrade anual.

Me quedo con 3 pistas

Cuando las Amarguras de la madre traspasan el corazón de la ciudad al cimbrarse en el dintel de San Juan de la Palma y todo el peso de la cera fundida durante el año en las Iglesias sevillanas cae sobre nuestra memoria.

El Amor atraviesa Cuna sin más prisa que la entrega definitiva. Sin más pausa que la espera del Paraíso. Se eleva a la Luna a pulso y solo estamos Tú y aquél. Y el  de más  allá. Todos estamos Señor aprehendiendo como se deshilacha a tiras el Pelicano. La esquina de Goyeneta es testigo de aquel sobrecogedor diálogo callado. Púlpito nocturno de aquella oración desbordada. Escenario escogido de este silenciado fervor. Acorta tu trazo y envuelve con el señuelo de la virtud la dicha de ser testigos de tu honroso e irreparable Sacrificio. No quise ni quiero que llegues a Laraña. Más llegaste. Más llegas. Ni que se anude a mi garganta la soga de la desazón. Más se anuda. Como cada año.

El mismo Amor que brota de la mano derecha la Caridad del Señor a su acelerado paso por la estrechez de Álvarez Quintero y a cada chicotá se coagula el pavoroso líquido de nuestra dimensión vital y se nos seca la garganta.

El corazón traspasado solo es fruto del Amor y de la Caridad de uno mismo con sus semejantes. Como es el fruto de la Buena Nueva que nos aguarda en cada Hogar. La venida del Niño Dios es un acontecimiento solo semejante a su marcha entre las tinieblas de la tarde del Viernes Santo por Bustos Tavera. Por eso vivámosla como entonces. Como siempre. Como el año que viene. Ya queda menos.










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