Arte Sacro
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  • martes, 7 de mayo de 2024
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Texto del Pregón del Rocío del Cerro. Antonio Cattoni.


A los que me enseñan el Camino de la Vida

 LA LEYENDA

Antiquam exquirite matrem
(Buscad a vuestra antigua madre)
VIRGILIO, Eneida

Mala suerte. No, no era, efectivamente, la tarde de su vida. Y el rastro era confuso... En principio juraría que, algún jabalí había pasado por allí ajozando el suelo. Conocía perfectamente el libro de la marisma, pero hasta el momento, la tarde había transcurrido sin éxito. Antes de que la noche cayera, se había subido a un toruño para otear los alrededores. Como regalo inesperado, San Huberto, Patrón de los monteros, había premiado su esfuerzo con un poco de brisa marina, pero a sus espaldas el morral continuaba vacío. Ni rastro de presa tampoco en ninguna de las icieras y trampas.

Y le extrañaba, porque aquellos pagos cercanos al Coto de Lomo de Grullo eran ricos en patos porrúos y palomas que Gregorio des-pachecaba de forma magistral. Gregorio de Mures se había granjeado la fama de mejor limpiador de vísceras de Almonte a La Guardia. A su lado, su amigable perro lebrel acusaba la fatiga de todo un día de trasiego, con la lengua extendida y apergaminada. Bien merecía una caricia.

“Volvemos a casa, Bermudo. Vamos a la choza”

No se iba a quedar con el estómago vacío. Traía un trozo de queso en el cogujón y algún mendrugo de pan moreno, del trigo pobre de los navazos marismeños. Montó su yegua de pezuñas anchas. Masticaba lento sobre la cabalgadura, al compás del paso cansino, evitando los caños engañosos, donde había perdido ya más de un perro, hundido en el fango.

Atardecía a la vera de la gran corriente de la marisma. El sol comenzaba a perderse, olvidando un velo malva como de flor de cantueso, que jugaba a disfrazar las junqueras y convertía el pinar, ya lejano, en una nube baja de alhucema. Manaban las fuentes sus canciones. El lucio estaba cubierto por una capa amarilla y frágil de polen de las brozas. Aquel espectáculo inspiró a Gregorio un sentimiento agradecido al Todopoderoso por la belleza de su creación, por la bondad de su providencia. “El Señor es mi pastor. Nada me falta.”
Pensando en esto estaba cuando… ya inesperadamente… el fiel Bermudo comenzó a ladrar asustado… hacia cierto matorral de lentisco tras el que asomaba poderoso el tronco viejo de un acebuche retorcido.

“Igual tenemos suerte… el día no está perdido”, se dijo.

La reacción del perro hacía pensar en una presa importante. Un jabalí o un tierno civarro… Descabalgó sigilosamente.

Pero he aquí que mientras extraía de la escarcela el virote para colocarlo en la ballesta de caza mayor, percibió que el campo… que toda la sonoridad de la marisma de pronto… enmudeció. Era un Silencio doloroso, roto sólo por el ladrido de Bermudo y por su propio miedo.
 
“¡Ursa! ¡Ursa!” pensó para espantarlo…
“Déjate venir, tranquilo, Gregorio. Déjate venir”, se templó

Despacioso se acercó a la zona. El dardo estaba en el canal de la ballesta y el arco tenso. Sacando fuerzas de flaqueza extendió su mano temblorosa, apartó el profuso ramaje de lentisco y…en la chueca espaciosa del tronco del acebuche apareció… el rostro pálido y sereno de una Señora…

Con un pequeñito infante
En su regazo acogido
Gregorio se hincó en la arena
Cayó su arco dolido
Una Voz dejó los lucios
Serenamente aturdidos
“Cazador de aquestas lomas
De los sotos y los ríos
Te muestro al Pastor Amado
Creador de estos caminos
Él es lirio. Yo, su aroma
No tengas miedo, hijo mío.
Me llaman clara Paloma
Que en el corazón anido
Dicen que causo alegría
Que soy estrella entre pinos
(Primer simpecado verde
Para enmarcar mi rostrillo)
O trascón de la Alianza
Que mi hijo ha prometido
Todo eso dicen de Mí
Pero Yo de Mí te digo
Lo que le digo a la gente
Como tú, a los sencillos
Lo que diré a los del Cerro
Los hijos que necesito:
¡Yo soy la Madre de Dios
Soy la Virgen del Rocío!”

 AL CAMINO A CAMINAR

“Sólo puedo ofreceros mis perplejidades clásicas”
Jorge Luis Borges
          

Señor párroco, Señor delegado del distrito, hermanos y amigos todos:

Muchas gracias a todos por estar aquí, por venir a escucharme. ¡Mercedes, te has colao! Gracias por tus palabras y por tus cariñosos elogios. Gracias, de corazón.

Ea, aquí estamos, porque hemos venido… para anunciaros la llegada anual de la romería del Rocío.

Muchas veces, a lo largo de estos meses me he preguntado a mí mismo si soy la persona más indicada para hacerlo. Quede constancia de ello.

Si sólo tengo un camino
Si he visto pocos frontiles
Si he pisao pocos carriles
Si es que he escuchao pocos trinos
Si soy medio peregrino
Y un cuarterón de romero
Y ando corto de salero
Dirán, ¿dónde te has metío?
Si es la Virgen, el Rocío
Entonces, soy rociero

Por eso os quiero pedir vuestra mano y vuestra ayuda en este pregón. Porque lo vamos a anunciar juntos. Vamos a desplegarlo como un cartel. Por mi parte proclamo este correo que Ella os envía y que dice someramente:

“El próximo lunes de pentecostés (mi Hijo mediante) Yo, la Virgen del Rocío saldré a recibir a mis romeros, y a recoger sus besos y oraciones. Yo, la Blanca Paloma, pasaré a hacer nidos de Amor en corazones nuevos.”

Aquí podría acabar todo esto, porque el pregón en verdad no tiene importancia. Lo importante es el hecho pregonado. Pero habrá que aclararlo:

Vamos a Jesús por María. Vamos a la Madre de todos que vive en lo mejor de nuestra Madre Tierra.

Vamos a disfrutar. Eso os lo dicen vuestros corazones. Un pequeño lisboeta llamado Duarte Ferreira Cattoni, a la sazón mi sobrino y ahijado lo expresaba muy bien al borde de sus cinco años: “mamá, yo quiero vivir en tu país Sevilla, porque cuando voy estoy muy contento, y cuando vuelvo me pongo muy triste. Y es eso lo que nos pasa, porque disfrutamos del Rocío. Yo os llamo a la alegría.

Os convoco a la belleza de los carriles, pero también os llamo a los surcos y al cansancio. Os llamo al limo fangoso que atrapa los pies. Os llamo a la tierra suelta que entorpece la marcha. Os llamo al sol que quema, que agota, os llamo también a pasarlo mal. Os llamo a las dificultades en una sociedad que ha olvidado el significado del dolor, que obvia que en los sinsabores se fraguan los buenos hombres, las buenas mujeres.

Vosotros, Cerreños, lo sabéis bien, porque tenéis como Madre también a la Virgen de los Dolores, hermana de mi Concepción. Tenéis el Cristo del Desamparo y Abandono crucificado y el Nazareno Humilde que toma su cruz. La vida no se entiende sin cruz y tampoco la romería sin obstáculos.

Os llamo a lo bueno y a lo malo. Os llamo al Rocío.

Cuando suenan campanillas
Y Afán de Rivera canta
Es la misa de romeros
Refulgentes sus medallas
Se toma, sabe a marisma
El café de la mañana
Don Alberto Tena reza
Cuando ha despuntado el alba
Y recuerda que al comienzo
Por esto no daba nada.
Y casi van 30 años
De esta historia tan soñada
Va llegando el ofertorio
Que repiquen las campanas
Orgullo de un barrio obrero
Que al campo vuelve su cara
La Virgen de los Dolores
(No se puede ser más guapa)
Despide a la del Rocío
Que está en la tela bordada
Llega preciosa, vestida
La carreta engalanada
Va a salir el Simpecao
De la parroquia encalada
Que cante el coro canciones
que su himno es su garganta
Se balancean borlones
Y la gente los agarra
Los bendice, toca y besa
Se los pasan por la cara
¡Viva la Madre del Cerro!
Manuel Negrete proclama
Y el prioste la sostiene
Y la fija en ese asta
Vamos al campo, romeros
Vengan Mairena y Tablada
Que estos corazones verdes
Se confundan con retama
Que planten en el Rocío
Su lentisco de esmeraldas
Venga la Elo, Mercedes,
Bernardo, coge la vara
Que toque el tamborilero
Vengan la Puri y la Encarna
Manolo tiene la mano
Pegaíta a la guitarra
La Pili y el Manolito
Que le tira de la falda
Imitan esos silencios
Del bueno de Pepe Cuadra.
Y está ya cantando el coro:

Puedo sólo en el Cerro
Medio gozarte
Mi Camino conduce
a tu otra parte

Se nos Rocía
La calle que despide
La romería

La hermandad sale del barrio
Por calles en-mantonadas
¡Adios mi Cerro querido
Volvemos dentro de nada!
Niños en el matadero
El Rocío está en sus aulas
Y después civiles verdes
Y doradas Eritañas
Sueña con la cruz de Ponce
El enfermo que está en Fátima
Y tras cruzar la Palmera
Y recoger a Tablada
El Cerro deja Sevilla
Se vuelve para mirarla
Y le dije consolando
Su carita desolada:
“Te prometo que te traigo
Un poquito de su Gracia”

 EL POLVO DEL CAMINO

“¡Que todo el mundo sea rociero!”
Juan Pablo II

Hagamos una primera pará para el rengue en el pilón del Aljarafe. Vamos a limpiar los botos por primera vez a la vera del camino, antes de continuar. Así como Juan Pablo II, el Papa rociero, acertó a identificar.

Existen tantas romerías como rocieros, pero todos coinciden en que el Rocío es Ella. Ni más, ni menos, que diría Valdés Leal o Paco Robles si les encargaran el retrato de la romería. Luego hay notas a margen, manchas que han llegado con el tiempo, o la masificación, o con el mercantilismo.

Si San Pablo decía que la fe es un tesoro que llevamos en vasijas de barro, el Rocío es otro tesoro que hay que depurar de vez en cuando.

Antes de darle voz a los pinos albares mejor dársela a nuestras propias conciencias de hombres y mujeres cabales para pedir perdón. Perdón por creer que la obra de Dios está a nuestro servicio, y atrevernos a veces a despreciar la marisma que nuestra Madre eligió como casa.

En ocasiones parece que pensamos que a la etenidad le quedan dos telediarios. Habrá que pedir perdón por hacer poco por el mundo, mientras reivindicamos la categoría de cristianos. Perdón por olvidar que el camino es una metáfora de la vida, y tomarlo a veces como un puñado de kilómetros que separa dos puntos.

Las romerías han sido desde su origen lugares de esparcimiento, pero a veces confundimos los términos. Ni el Rocío es la estación de penitencia del Silencio, ni tampoco es una fiesta non-stop en Ibiza. Es una celebración de la religiosidad sencilla que a nada, ni a nadie, debe confundir. Que la responsabilidad es también ley máxima de los viejos romeros. Esos saben que el Rocío es por encima de todo, la Virgen y lo que Ella quiere de nosotros.

¿Y qué querrá?

Se llaman Ewelina, Bárbara, Grazyna. Son, parafraseando a Eva Díaz, sirenas polacas varadas en marismas de plástico. Si teclean sus nombres y su procedencia en google, a buen seguro les aparecerá alguna que otra página de contactos. Otra pobreza.


Las he visto, alguna tarde recorrer por la cuneta de la carretera el trecho que separa la aldea del barracón donde tienen camastro y mesa, a la vera de unos campos de fresas mucho más duros que los de John Lennon. Más de una se ha dejado la vida, atropellada.

Yo las he visto en la aldea, al sol del último invierno, junto al monumento a Juan Pablo II, ilustre paisano. Rubias, en vaqueros. Cigarrillo encendido y boquilla manchada de carmín. Pestañas apegotadas de rimel y unos ojos azules tan profundos como el cielo de la amanecida más temprana. Intenté entrevistarlas, si bien no quisieron o no pudieron hablar mucho. Al comienzo desconfiaban…

“Católicas, sí… Distinto Polonia.”
“¿Rocío? Mucha gente…”

Una de ellas me muestra una fotografía. Sobre el fondo de un piso soviético, un retrato  enmarcado de Karol Woitila. Protagonistas de la escena, un hombre no demasiado alto, castaño intenso y bigote, que indica a un rubiales llorón que sonría al objetivo.

“Marido, hijo”

Cae la tarde, y la Reina de las Marismas, desde el retablo, sabe que estas inesperadas romeras rubias con la cara pintarrejeada como muñecas tristes, bien merecen una oración rociera.

Tristes y eslavas princesas
Sombra y reflejos caoba
Las hijas de Cestokova
Y de Juan Pablo, son fresas
Sus Salves son polonesas
Que extingue y quema el solano
Su arenal es tan lejano
que hace cantar al romero:
“Para ser buen rociero
Primero hay que ser cristiano”
LAS COSAS DEL CAMINO

Y todos cuantos vagan,
De ti me van mil gracias refiriendo…
San Juan de la Cruz

 El Rosario

Toca al alba el tamborilero, el primer romero en pie. Se levantan los campos. Los carreteros uncen los bueyes. Llegan los hielo-pan, hielo-pan. Los tractoristas, hombres secos, de pocas palabras, apuran el cigarro, lo hunden con su boto en la arena y exhalan el humo póstumo. Las carretas dan el giro a rueda pará. El café bebío y el campo es tuyo, romero.

Y vas viendo la creación a tu alcance. Antes los olivos de verdeo, con esa forma que tienen de enmarojarlos los hombres del Aljarafe, que parecen los fantasmas de mentirijillas de Scooby Doo. Más adelante, los carriles. Los pinos caprichosos. Han permitido tejer la red de trochas que abriga de pasos humanos las tierras despegadas de la marisma. Los antiguos hombres de Doñana, sacaban un provecho enorme de estos pinares, más ventajosa en parte que las siembras, porque el pino, dicen, siempre anuncia dos cosechas más: Cuando se recogen, ya está la piña próxima y un pequeño botón que será la siguiente. No hay lugar a sorpresas.

Como las piñas, nacen a la vera de la carreta avemarías al primer tirón de bueyes. Es el rosario mañanero, enhebrando oraciones como quien pone pespuntes a los carriles. Se escucha el cante:

El pecho lo tiene viudo
Que le falta su medalla
Tiene el corazón desnudo
mudo y cansao, por la raya

Ha perdío aquel provecho
Que ¬era ese roce diario
Que convertía su pecho
En carreta y santuario

Sobre la carreta, nuestra Virgen de paño. Pequeña conjunción de lo sagrado en medio de la tierra. Bajo ella, en sus cosas, los peregrinos. Nada les arredra ni aún cuando el cerrojito de mayo, el pájaro que anuncia los chaparrones, haya sobrevolado bajo convocando agualos molestos. Tampoco les asustan las ráfagas de viento que en un achuchón, esparcen nubes de polen de pinos, incienso rústico. Bajo el poncho, sobre la arena, sobre el insoportable calor, en el cansancio y en el aliento a la vera de la carreta suena el Rosario de la mañana. Y nada puede con estos romeros. Parece que les llegó por anticipado el Pentecostés de los Hechos de los Apóstoles y la fuerzas se les doblaran. Conocen ese pasaje…

Se oyó un temblor enorme, como un viento
El crepitar de puertas y ventanas
Cerradas, temblorosas aduanas
Por el temor que helaba por adentro

Pero sintieron fuego, como aliento
Que al punto desbocara mil campanas
Sus voces sacudieron la desgana
Y se iban apeando de su acento

Y se fueron llenando de Dios tanto
Que salieron benditos como un río
Torrente de reflejos esperanto

¿Quién dijo que había miedo a los judíos?
Decía llena de Espíritu Santo
La allí presente Virgen del Rocío

 El Quema

“…cuelga como la mejor bandera de ti mismo…”
Francisco José López de Paz

El Quema es un arrollo con alma de torrente, con corazón de cascada y abiertos deseos de ser algún día, marisma y luego mar. El río Guadiamar horada en la tierra un valle inmenso a ojos sencillos, un panorama de perros agosteños y ladridos profundos. El Quema es el lugar donde la Virgen se baña y el Rocío vuelve al agua, madre de la Vida.

Los caballos de las hermandades de poderío forman esos auditorios grandiosos para recibir en su seno a los Simpecaos, pero la hermandad del Cerro guardaba para la Virgen el sonido que a Ella más le agradaba, por más amado: el ruido gozoso de la goma en los guijarros, los radios de una silla de ruedas, como una noria.

Se llamaba Bernardo Pérez, tenía poco más de 20 años, pero era un niño. Con él, inseparable, su padre acompañándolo en los momentos más bellos del camino, entre los que se encuentra sin duda el paso del Quema.

Decía que era un rey. Fue el día de Reyes cuando la Reina lo llamó a su lado…

Soñaría de nuevo con el Quema cuando se encontró que lo estaba esperando La que él tanto quiere…

Rocío:
Estás conmigo, Bernardo
Pues yo soy también la Reina
La Virgen de los Romeros
Que baña al Niño en el Quema
Aquí he venido a buscarte
Y mi Hijo me aconseja
Que sea Yo quien aquí baje
Para hacerte de escalera

Bernardo:
¿Ay, Madre mía, porqué
quieres que vaya a tu vera?

Rocío:
Porque este mundo es así
Y tu tiempo se cancela
Son pasos y son caminos
Pero la muerte no encierra
La muerte nunca separa
Desde que Jesus venciera
Por tanto vienes Conmigo
Porque tu cuerpo se agrieta
Necesitamos arriba
Niños así, de una pieza

Bernardo:
¿Y porqué, Señora, existen
Gentes en sillas de ruedas
Gentes que ganan muy poco
Que no levantan cabeza
Otros humanos metidos
en las drogas, en la ausencia
Países donde los niños
no pueden comer ni rezan
¿porqué existe el mal del mundo
¿porqué existen diferencias?
¿Porqué se mustia el amor
O el desamor, o la entrega?

Rocío:
Pues por distintas razones
El mal es también pobreza
Que en el corazón del hombre
Pone semillas de guerra
Otros males son heridas
No son ni mal ni malezas
Son cruces muy repartidas
Que Dios mismo sacramenta
También para hacerle al mundo
Dolores en la conciencia
Que el Rocío no es Rocío
Si no existiera la arena.
Para contrariar al grande
Te escogió el Rey de la Tierra
Por eso, mi rey Bernardo
Yo te auparé a las estrellas
Porque he visto que disfrutas
Cuando el coro guitarrea
Porque he visto los esfuerzos
Con tu sillita de ruedas
He llorado en las parás
Con la Fe que manifiestas
Por eso hoy, día de Reyes
Te entrego estas nuevas piernas
Para que puedas correr
Por estas marismas quietas
Ya que el pastorcito es chico
Y que a caminar comienza
Os enseñaré a los dos
A trotar por las mogeas
Por los cotos y pinares
Y también por las junqueras
Ahora podrás ser más libre
Y cuidaremos de veras
De tu familia de abajo
La que tanto nos venera
Por eso dame la mano
Vayamos juntos al Quema
Que riega estas extensiones
Que te he preparado atenta
Cuida de todos los tuyos
Que la muerte no te aleja
Cuida del Cerro, Bernardo

Bernardo:
Rezo por él, Madre Buena.

Este año, os aseguro, Bernardo chapoteará de nuevo en el Quema, y, ya libre de la silla y del sufrimiento, esparcirá pétalos de rosa, jazmines, y flores de romero para prepararle el baño a la Virgen del Rocío que trae desde Sevilla la gente humilde del Cerro del Águila.

Morir con Tocina

Ya dije antes que si el Rocío es la Virgen, Yo soy rociero de toda la vida. Pero si hablamos de caminos a las espaldas, estoy pez, lo admito. El primero fue un camino de iniciación en pleno mes de noviembre, con los sacos a cuestas, la tienda, y la guitarra que, colocada en la espalda de mi amigo Paco asemejaba un pollero de dolorosa. Ya exhaustos del camino, llegamos a Villamanrrique de anochecida. Buscamos la idílica pernocta junto al polideportivo y montamos el tenderete poco antes de advertir que la Dehesa Boyal se había convertido en un continuo y sospechoso trasiego de coches. Éramos y somos torpes muchachos de ciudad. En nuestro afán de calentarnos a punto estuvimos de meter fuego accidentalmente a una encina cuando echamos a las brasas un sofá de sky que encontramos. E incluso Víctor, que pasó una noche fresquita, manejaba la posibilidad de que, a la mañana siguiente, despertáramos en medio de una de esas rotondas que al final han terminado por eliminar.

Pese a que la primera jornada fue más dura de lo esperado, y la noche fría e inhóspita, algunos desistirieron y otros llegamos al Rocío. Jose me hizo descubrir, al fondo de la Raya grande, el oculto rostro de la Virgen que cuida de todos los romeros desde Palacio. Uno de tus mejores regalos, gracias.

El caso que ha dado más juego después en reuniones de corrillo acaeció en mi primer y único camino con el Cerro. Ya me habían advertido…‘Ven con el Cerro al Rocío y vendrás… con ciertas rozaduras’ ‘Igual que en todas’, pensé yo…Bueno, la hermandad discurría por ignotos arenales de no dé dónde y la de Tocina avanzaba a la par. Cuando mi reunión se detuvo a ver las carriolas, una de ellas alcanzó un bache con tan mala fortuna que el vehículo cabeceó como un palio descuadrao, se nos abalanzó y finalmente se recompuso, pero apunto estuvo de enviarnos efectivamente a las marismas eternas. No pasó nada. Sólo el susto.

Así nació este romancillo tan popular:

Van dando las camballás
Por los pinares de Marlo
La carriola de Tocina
Para Monza o Montecarlo
Será la Virgen, Señores,
Será que puso su manto
Sepultados por Tocina
Así nos imaginábamos
Tengo los brazos partíos
De luchar por liberarlos
El pico de las peinetas
Los deditos asomando
Uñas de Isabel María
Con su perfecto cuidado
¿Quien tocará los palillos
con tu arte de tablao?
Tocina es mucha Tocina
Tocina nos ha enterrado
Yaceremos en la Arena
Como hombres del pasado
Que Tocina nos ha hundido
Como si fuéramos clavos
Al cabo, tras un milenio
Ya nos habrán encontrado
Y con brocha y pincelito
Nos desentierran muchachos
Y nos mantendrán expuestos
En Nueva York o en Chicago
Y en Museos extranjeros
Marismeños tutamkamon
fósiles tan peregrinos
Con pañuelos anudados
‘Rocieros. Siglo XX’
Dirá un cartelito abajo
Míralos, dice un alumno
de cierto bachillerato
Tienen los brazos arriba
Parece como asustados
Estos serán de Pompeya
Estos serán de Herculano
Y la Puri, que es tranquila
Como un lucio apaciguado
Le espetará rabiosilla
Contándole nuestro caso
¡Nos dejó hechos personajes
De dibujos animados!
Desde ese día Tocina
Me tiene medio atrapado
Y cuando veo sus carretas
No sé qué me va pasando
Cuando escucho sus cohetes
El cuerpo me va temblando
No sé que tiene Tocina
Por las Arenas pasando
Si es su Feria, sus Rosales
Sus estaciones de paso
Su empaque tan ‘aplastante’
Me deja el cuerpo estrujado
No sé qué tiene Tocina
Remontando los collados
Que cuando la veo venir
Me echo… ¡para otro lado!

VILLAMANRIQUE

A plena tarde, con la peor calima, las carretas del Cerro se adentran por un paisaje que poco a poco, no se advierte bien, va tornándose en pueblo. Y vaya pueblo: Villamanrique. El Cerro visita a la madrina, y le agradece sus cuidados. Más que madrina, casi a su madre. No se me asusten en Almonte.

Y es que fue un manriqueño, el recordado Hernández, el que espació la semilla rociera por las calles de este barrio. Muchos vinieron. Hombres del campo que atesoraban la sabiduría de la marisma y que se hicieron trabajadores en el barrio, en pos de otra vida más llevadera. El Cerro año tras año les devuelve el favor yéndose a caminar bajo el sol y a contar sus estrellas. Manriqueños, hijos, sobrinos, primos cercanos de la antigua villa de Mures algunos de vosotros. Villamanrique nos abre los brazos todos los años. Ya la hemos hecho abuela, trayendo con nosotros a Mairena del Aljarafe, la feliz ahijada. Y la castrense de Tablada, como hermana, caminando al alimón hacia la aldea Almonteña. Familia bien avenida que no olvida que en estos terrenos germinó la semilla de la devocion manriqueña.

Y tras la presentación ante la madrina, el campo se torna amarillento, de oro y cobre, mientras el sol cae. Hay sembrados y olivos, y un arrollo pequeño como el canto de una navaja. La tarde está azafranada y pajiza, lo que tranforma las hierbas en un brochazo de aceite verdoso, y los terrosos pavimentos en un inmenso charco de coñac. Así muere la tarde y llega la noche del camino.

"Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco". Se levantan los pinos de Pajares cuya consecución plantara el bueno de Paco Cuetos. Es el escenario de algunos de los momentos más mágicos de toda la romería, donde la sangre urbana de los del Cerro recupera el reflejo marismeño de los antiguos. Los fantasmas de esos pobladores rondan la zona, a las puertas de la marisma. Esto que pisamos fue marisma también. Esos hombres que vivían con el único objetivo de aprenderla, comprenderla y vivir de ella, sabían leer la hora con sólo echar un vistazo a las estrellas que esta noche cubren la carreta. Por la posición de las tres mulas que tiran del carrito que llaman de la Osa Mayor, o por el giro de las cabritillas. Esas noches debieron ser como ésta. Bóveda celeste interminable. Los hombres velaban perdidos en la noche, en esa inmensa masa negra donde resonaban de fondo las berreinas de los ciervos, o la gaita peregrina cuyos sones hoy inundan el Rocío. Carboneros, pateros, cazadores, recoveros de la marisma que conocían el rastro del lizo y la carrasqueña y los remedios para curar sus picaduras. Como esas insignificantes almas de la gran marisma me siento yo esa noche de la misa, cobijado en el regazo de nuestra Virgen de paño bajo la copa del pino mayor. Pareciera que estamos de nuevo en las naves de la Catedral.

La luna se la pedimos prestada a Triana, que es donde trabajan los buenos plateros.

La de esta noche está incompleta, pero bien bruñida. Parece salida de la calle Pureza y que hubiera trabajado sus cráteres López Camacho, hijo del que escondió en la guerra el milagroso simpecao trianero; padre de un hombre con corazón de plata fina...

Las carretas se disponen alrededor, Plaza de España. Sevilla-Sur.

El Simpecao bajo su arco de águilas romanas. ¡Qué macareno!

¡Que sevillano el verde, naranjo de Tablada, que viste la madre de El Salvador! ¡Que Sevilla se quite el sombrero!

El altarcito. Los candelabros. Toda la dignidad del campo para el Evangelio caminante.
A un lado, el coro. Van las gargantas cansás, están los cuerpos deshechos, las piernas tensas. Es hora de las gracias y de poner ante la Virgen ese mismo cansancio, el Pan y y el vino.


El sudor de la frente
Carne de yugo
Entierran la simiente
Nace el mendrugo

Dios es chiquillo
Y El que todo lo puede
Es pan sencillo


Maduran en los jatos
Las uvas tiernas
Vino alegre de chatos
y de tabernas

Dios Enmanuel
Nos regala su sangre
de moscatel


Después la noche respira tranquila. Y varias gargantas rotas cantan a la inmensidad de la marisma, a la pequeñez de nuestros problemas y dan gracias por el cuidado exquisito que Ella gasta para cada uno de sus romeros.

Junto al Simpecao

“¡Ponme un güiski de los míos!” No es otra cosa que una fanta de naranja, que todos saben que Gelo no bebe. Está siempre, siempre a la vera del Simpecao, y de Pepe Villegas, el de Marismillas. Sus bueyes conocen bien estos caminos. Diríanse frutos del mejor cruce entre las bestias de Gerión y los toros de Argantonio. Van a paso tranquilo, con las barrigueras bien ajustadas y sus frontiles puestos, como obispos antiguos que dijo Juan Ramón. Con la dignidad de un rey de Tartessos, el de Marismillas menea la vara ante los animales, como un aspa o una cruz de San Andrés. Es la marcha atrás. Ahora gira la carreta algo menos de 100 grados para sacarla de un escollo. Perfecto. Ya avanza y suenan constantemente, como música sagrada, las campanillas reservadas para la Virgen del Simpecao.

Tras ella, algunas mujeres, en la barra de peregrinos. Ahí tienes a tu madre.

Madres, marías del Cerro. Algunos os lo dicen despectivamente y yo no encuentro un nombre más hermoso para vosotras. Una de ellas, que yo lo sé, lleva muchas escaleras aljofifás pa’ pode’ veni’. Y sabe bien porqué viene. Cuando llegan estos meses le debe saltar algún resorte desconocido. Mira la Chari, que va comía de polvo pero tiene el corazón mu limpio. Mira la Elo: qué poquito le dejan sus piernas estar junto a su Virgen. Y mira tantas y tantas Marías del Cerro que váis blancas. Pinturas de una tribu invencible. Con mascarilla, o pañuelo marismeño anudado. Con camiseta y vaqueros, o con bata.

Vais jadeantes pero ni el cansancio os escatima una sevillana si es que se tercia. “Carita de Jazmín, ampárame”…La Virgen del Rocío es una Mujer. El Rocío es de las madres.

Madres que acusan cansancio
Las madres del clavo ardiendo
Madres de pena profunda
Que está clavada en su centro
Madres que arrastran las piernas
Que las están sosteniento
Madres asidas al mástil
De su bandera de adentro
Madres sencillas, comadres
Que rezan a fuego lento
Madres de luna partida
Madres de pasado abierto
Madres recientes, antiguas
Madres de peso en el cuerpo
Madres que ríen o cantan
Procesión de sus adentros
Madres de compra y de oferta
Madres que lloran un muerto
Madres en sus soledades
Madres que van por derecho
A ver quien es el valiente
Que las quita de su puesto
Porque estar junto a la Virgen
Es su fuente de consuelo
El perfil de sus promesas
Tamboril de sus silencios
¡Razón por la que caminan
todas madres del Cerro!

UNIÓN Y VIDA

Matasgordas, las margaritas, es prácticamente una parada de formalidad. A la mañana siguiente, en cuestión de horas el simpecao queda emplazado en su capillita provisional. La de la casa de hermandad queda lejos ya de Santa Olalla. Pero dicen que fue bonito verla construir gracias al empeño de Maxi. Todo el que pudo, electricistas, carpinteros, albañiles, fontaneros echó una mano…  la casita la levantaron los hermanos, trabajando unidos.

“Yo soy de Pablo, yo soy de Cefas, yo soy de Apolo”.

Somos, Madre Nuestra, siempre tus hijos, y como hijos, hermanos. A veces el Rocío es nuestro Rocío, Se convierte en una tarjeta con código exclusivo de cliente.  A veces, Madre Nuestra, olvidamos que la oración que Tu Hijo nos enseñó, o la Salve, se recitan en primera persona del plural. Será que la sociedad, que en esto tiene sus culpas, nos impone el mismo esquema individualista. También ésta, tú hermandad del Cerro del Águila tiene divisiones y parcelas, como el camino. Si no somos UNO, ¿cómo es que queremos que el mundo crea? Para qué sirve tanto sacrificio, polvo y arena, palabras y lágrimas si nuestros actos y nuestros hechos hablan en sentido contrario?

¿Es que en el fondo nos hemos olvidado de ti? Danos, Madre Nuestra, el don de la Unidad. Sólo con ella podemos reanudar el camino por las arenas más interiores, como cristianos. Danos la Unidad que nos permita Renacer.

Bien pudiéramos llamarlo Renato, porque nació por segunda vez. Antonio Burgos lo llamó José Manuel. Yo lo llamaré Lázaro, porque fue llamado a una nueva vida.

Cuando Lucía recibió las pruebas y la noticia, ese lunes de dicha, no hizo otra cosa que abrazarse a él, y llorar, y llorar de profunda alegría.

Lázaro sólo dejó entrar en su rostro una campanera sonrisa. Ya lo sabía, sin verlo. Ya sabía perfectamente que aquel folio doblado en tres tramos, dentro del sobre con el anagrama azul iba a decir exactamente lo que decía: que Lázaro estaba limpio, completamente limpio.

El tronco de sus certezas tenía bien profundas las raíces en una Promesa reciente. Promesas de ese tipo no se olvidan ni se dejan a la vera del camino, para que marchiten. Ella se lo había prometido. En Ella esperaba. A Ella esperaba.

Si el calendario nos permitiera remontar su curso algunos meses, hasta las Navidades anteriores, veríamos a Lázaro, siempre tan comilón y amante de los placeres de esta tierra, algo cansino y desganado. Sus amigos decían que lo veían más delgado, más pálido. Y un dolorcillo en el costado comenzó a preocuparle. Nada más pasar las carrozas de la cabalgata, al día siguiente fue a realizarse las primeras pruebas….

A Lucía se lo dijeron sin rodeos. Tan sólo bastaron para romperle el alma seis letras fatales: Cáncer.

Pero al propio Lázaro le dieron evasivas, o palabras de consuelo. Esas mentiras piadosas preparadas para tantos otros que, como él, se habían encontrado dentro con el puntal más próximo de la muerte. Cabo de Poca Esperanza, que decía Sabina. Algo de una úlcera, de un problema estomacal. Cualquier comentario inexacto y fácil. Comenzó en breve un tratamiento complejo, que ya le hacía sospechar. Pastillas que por lo general Lucía le ofrecía desprecintadas, sin caja ni prospecto…

“No, Lázaro, hijo, que el farmacéutico se ha quedado con la caja… ¡Como la dan por el seguro…!”

La visita a uno y a otro y a un tercer y prestigioso especialista madrileño sembraron en su ánimo jaramagos de sospecha y miedo. Alguien, a petición suya, le confesó el nombre exacto de esa muerte que le crecía inexorable por dentro: las seis letras temidas.

Y desde entonces, Lázaro, como había aprendido desde pequeño, volvió sus ojos a la que Tenía en el Simpecado de su hermandad, a la que nunca había rezado desde un  trance tal. Tenía que operarse. No quería. Esperaba en Ella.

Ya por feria… Esos mismos amigos que habían descubierto su cara desmejorada meses atrás, ahora lo veían más mejoradito. A ver si Dios quiere… Hasta el mismo especialista había percibido esa mejoría y pidió para él nuevas pruebas, cuyo resultado no tardaría en llegar. Se acordó ver los análisis un lunes de calor, el lunes siguiente a la procesión de la Virgen por Almonte, como cada siete años de traslado.

Lázaro no faltaba ni a una sola de las citas para verla, para ponerse bajo su cobijo, y buscar el consuelo que necesitaba. Allí que fue ese lunes con Lucía, a ver a la Virgen, a darle las gracias por cada uno de los días, por cada amanecer y cada caída.  Por verla de nuevo. Y la Virgen pasó sobre los hombros de los jóvenes de Almonte.

De nuevo se le quedó a Lázaro el alma encogida cuando la Virgen pasó. La imagen se adentraba por aquella calle almonteña, mostrándole ahora su manto de apóstoles, llevándose preso su corazón prendido a la saya. Entonces, cuando la Virgen se marchaba Lázaro, despacito, pronunció por dentro esta súplica…

“Madre mía del Rocío, si es que me vas a curar, dímelo de alguna forma, una señal…”

En Ella esperaba. Fue uno de esos momentos de plenitud. Se despidió de la Virgen.  “Hasta la próxima, sea donde sea”. Ya se daban la vuelta para echar a caminar calle abajo en busca de un café. Pero he aquí que… de repente… escucharon a la espalda de nuevo el compás de tres por cuatro de los vecinos de Almonte. Palmas en alto. Un bullicio. ¡Olé, olé!… Las andas habían cambiado de rumbo, como si hubieran mudado de opinión. La Virgen del Rocío en ese tumulto de brazos y esfuerzos, de sudor y polvo, sobre las camisas verdes y las cabezas rubias de Almonte… se había vuelto hacia ellos. Como si respondiera a sus requerimientos y quisiera dejar atado este asunto.  Y ahora ya la Reina de las Marismas avanzaba implacable hacia el punto en que Lázaro y su mujer permanecían atónitos. Al filo de ellos, la Blanca Paloma se detuvo a mirarlos, y a decirles que sí, que lo había curado.

Por eso, al lunes siguiente, a Lázaro no le hizo falta abrir la carta.

A esta misma hora, hermanos del Cerro a Lázaro, hoy vivo por la mediación de la Santísima Virgen del Rocío,  ya se le abren las carnes preparando el camino para llegar a Ella, mediadora de los dones, también de la gracia de la Vida y de la Unión.

Así, pues Madre ya que para tu hijo todo es posible, ya que eres nuestra abogada, pide para nosotros el don de la vida, y el de la Unidad.

Madre Nuestra, mediadora
Virgen que nos pastoreas
Por el camino a la aldea
De Almonte. Corredentora:
Tú conoces nuestra hora
Guardanos de Corazón
Unido siempre el rebaño
Y haz renacer con los años,
El Rocío de la Unión.

ANTE LA BLANCA PALOMA

Todo se va terminando,
como un sueño que se aleja…
Romeros de la Puebla

Y en el Rocío, la presentación. Sólo por ti.

La Virgen desde el retablo
De la ermita marinea
Divisa al Cerro cantando
Mientras la tarde mayea

La luz muere en la marisma
Y le parece al romero
Que cuando nace es la misma
Y que el sol… es embustero

Este pregón llega al final, se acerca el último folio, aunque desde el primero, pasado por su manto cuando estaba en blanco, hasta el final, todo está bendecido con sus cosas. Ayudadme hermanos a concluir.

Cuando el Simpecao ocupa el lugar convenido en el acebuchal. ¡Viene la Virgen! ¡Viene la Virgen! Y efectivamente, la Madre de Dios se acerca a hombros de sus hijos almonteños.

¿Dónde está el cura? La providencia nos procura uno. Los hombres del Cerro lo suben sobre sus hombros. La bulla lo hace tambalearse. El Cerro hace palmas en alto. El cura mueve los brazos hacia sí. La estamos llamando… Y cuando parece que se va hacia otro lado, o que se entretiene en otro punto, entonces, inesperadamente, nos viene de frente. Y ahí se queda.

Y es tanta la emoción que fluye cuando nos encontramos bajo su mirada, que, incapaz de poder contároslo, os dejo imaginarlo…

La Virgen es entonces para nosotros. Y JUNTOS rezamos la Salve.

UNA SALVE PARA EL CERRO

Dios te Salve, Rocío
Madre del barrio mío
Soberana, Pastora y Señorío
Dulce Virgen María
Razón del Rociero
Bendito Azucarero
Norte, Victoria, Estrella del Romero
Y flor de Andalucía

A tí ahora llamamos
Y a ti te suspiramos
Los hijos que gemimos y lloramos
Tú, Cerro del contento
En Valle de Dolores
Primor de los primores
Que ves el arenal de sinsabores
De nuestro sufrimiento

Repite y te jalea
El Eco por tu aldea
¡Bendita sea la flor de Galilea!
Ea…
Pues Señora
Envuelve con tu pliegue
Al Cerro cuando llegue
La luz de esos tus ojos no le niegues
Sencilla mediadora
Regazo de las almas pecadoras

Y tras este destierro
Al cabo de los yerros
Jazmín lunero en flor de nuestro Cerro
Al fruto de tu Vida
Enséñanos, Clemente
Pastora tan prudente
Piadosa protectora de mi gente
Salud de las heridas

Así te lo imploramos
Así te lo cantamos
Así podremos ver cuando muramos
Marismas prometidas


¡VIVA LA VIRGEN DEL ROCÍO!
¡VIVA ESA BLANCA PALOMA!
¡VIVA LA REINA DE LAS MARISMAS!
¡VIVA EL CERRO!
¡QUE VIVA LA MADRE DE DIOS!
¡VIVA!

HEMOS DICHO

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