Arte Sacro
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La ciudad de las procesiones. Javier Ramos Sáez.


 Sin duda, Sevilla, ciudad ancestral de tipo costumbrista, se la puede definir como la ciudad de las procesiones, extraordinarias y ordinarias (y a ordinarias me remito a sus dos acepciones).

¿Necesita Sevilla de estas artimañas para mantener la fe en el pueblo en tiempos tan contrarios? Yo creo que no, aunque otros que piensen lo que quieran.

La fe está y ha estado tan arraigada en este pueblo, el hispalense, desde los tiempos fernandinos, que no creo necesario sacar toda la muestra cofrade y religiosa que se halla en los templos como si fueran mercados ambulantes.

Parece que queramos saquear los templos y exponerlos en las calles; cada mes del año tienen lugar diferentes procesiones de muy distintos tipos. Eso de las procesiones por el simple hecho de procesionar era ya una costumbre de otros tiempos en donde el pueblo era pueblo (plebs) y en donde los señores eran señores, elevados en un pedestal casi sacrosanto.

Las imágenes, en sus hornacinas, que para eso fueron encargadas y que sólo sea procesionar cuando la liturgia eclesial lo pide: en el tiempo de la Pasión de Cristo y en el Corpus Christi, fiesta religiosa más importante de la ciudad en el que Dios mismo está presente por las calles de Sevilla encarnado en el pan del Verbo.

Parece que la Iglesia y el pueblo se alían en sacar en demasía procesiones que muchas veces carecen de algún carácter. La Iglesia sevillana se escuda en las procesiones como principal baluarte evangelizador y están tremendamente equivocados pues esto tiene un significado de doble filo. Se evangeliza, sí, pero sólo en las facultades del placer, del esteticismo, de lo pasajero, en lo que sólo el ojo se recrea. Se expone solamente el arte sacro pero el verdadero significado que se esconde en el fondo está sólo expuesto de una manera muy oscura y superficial. Solamente preguntarse estas cuestiones: ¿Cuántos de los devotos a una imagen van a misa los domingos, sabiendo que es una obligación?, ¿Cuántos hermanos van solamente a su hermandad el día de la procesión?, ¿Cuántos hermanos hacen protestación de fe pública cada día en su ambiente, en su familia y en su trabajo?, ¿Cuántos cristianos actúan según su código católico haciendo vida caritativa?

Al fin y al cabo, son muy pocos los que cumplen y se permiten el privilegio de ver procesiones sabiendo lo que significa lo que se expone en la calle. Mucha procesión y devoción pero poca evangelización y actuación cristiana. Un ejemplo muy claro lo tenemos en nuestras hermandades, en donde gobierna la envidia entre las hermandades y en donde es una norma no escrita la prepotencia de los gobernantes. El retroceso de la fe en nuestro país, en nuestra ciudad, en nuestro ambiente es culpa nuestra, quienes no damos ejemplo de Cristo, quienes nos refugiamos en el relativismo moral y nos acomodamos en la satisfacción de nuestras necesidades.

Si las procesiones fueran proporcionalmente adecuadas a la verdadera fe de los creyentes habrían muy pocas, poquísimas. Cambiar el lado de esta balanza (procesión-caridad) nos afecta directamente a nosotros, en donde la caridad, que es el amor a Cristo y principal valor positivo en el que empezar los cimientos de nuestra conciencia, tiene que sobresalir en nuestro carácter para ser verdaderos y trasparentes con lo que somos.

Correo: jramosaez@yahoo.es

Foto: Detalle de Las Postrimerías de Valdes Leál / Francisco Santiago










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