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Liturgia. La Plegaria Eucarística. Jesús Luengo Mena


 La Plegaria Eucarística, también llamada anáfora o canon, es la oración central de la Misa, que el presidente proclama en nombre de toda la comunidad. Es el ápice de la celebración. En esta parte se llega a la máxima plenitud de expresión la acción de gracias y la alabanza. Es una oración de bendición que consta de los siguientes elementos:

- La acción de gracias del Prefacio
- La aclamación del Sanctus
- La epíclesis o invocación al Espíritu Santo
- El relato de la institución y la consagración
- La anámnesis o memorial
- La obligación
- Las intercesiones
- La doxología final

Comienza con un bellísimo diálogo introductorio entre sacerdote y pueblo. El sacerdote saluda al pueblo con “El Señor esté con vosotros” respondiendo el pueblo “Y con tu espíritu”. A continuación se nos invita a la alegría: “Levantemos el corazón” –sursum corda– y el pueblo contesta “Lo tenemos levantado hacía el Señor”. Ahora el sacerdote nos invita a dar gracias: “Demos gracias al Señor, nuestro Dios”  y le respondemos con un “Es justo y necesario”. El sacerdote toma nuestra última afirmación, ratificándola, y comienza el prefacio con las misma palabras: “En verdad es justo y necesario –tenéis razón–, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar...”.

El prefacio es una alabanza a Dios Padre. Existen muchos prefacios, propios de cada tiempo litúrgico, fiestas y solemnidades. Algunas Misas lo tienen propio. En cualquier caso son siempre piezas bellísimas, que deben oírse siempre con gran atención para apreciar su riqueza teológica y poética.

A continuación viene el Sanctus, aclamación al Señor que siempre debería cantarse. Con esta aclamación nos asociamos a los ángeles y a todo el cosmos en la alabanza a Dios.

En la epíclesis o invocación al Espíritu Santo se pide para que transforme los dones del pan y el vino. Menos la Plegaría I –llamada Canon romano– las demás contienen dos epíclesis: una antes y otra después de la consagración. Continua con el relato de la institución y la consagración, repitiendo las mismas palabras que Jesús pronunció en la Última Cena. Estas palabras son siempre las mismas en todas las plegarias eucarísticas y sería una acción grave cambiarlas por otras. La anámnesis o memorial hace memoria de la donación de Jesús (muerte y resurrección), segunda epíclesis y se termina con las intercesiones (pidiendo por la Iglesia, por los difuntos, por nosotros). Se remata con la llamada doxología final: “Por Cristo, con Él y en Él...” que debe ser pronunciada sólo por el presidente y los concelebrantes, si los hubiera.

¿Cómo participa el pueblo en la Plegaria eucarística? Además de oírla atentamente y sumarse a ella, el pueblo va subrayando con sus aclamaciones los diversos momentos de la oración.

Así, tras la alabanza al Padre del Prefacio el pueblo entona el Sanctus, tras la memoria pascual de Cristo se subraya con “Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección. Ven Señor Jesús” u otras de las que propone el Misal. Finalmente, el pueblo remata con un rotundo AMEN la doxología final. No es amen borreguil, es una amen de afirmación, de sumarse con una rúbrica a toda la oración que acaba de proclamarse. Es un amen que compromete. Se cuenta que en los primeros siglos del cristianismo este amen más que decirse se gritaba por parte del pueblo como signo de aceptación. Es, sin duda, el amen más importante de la Misa.

Hasta la reforma litúrgica del Vaticano II en la misa tridentina sólo existía una Plegaria Eucarística, la ahora denominada con el número I (Canon romano). Hoy día hay cuatro formularios (incluida la anterior) que son las más usadas aunque existen otras para ocasiones especiales (misas con niños, reconciliación, etc). En cualquier caso esta plegaria no puede inventarse por parte de los sacerdotes y son las Conferencias episcopales de cada país las autorizadas a introducir nuevas.

Jesús Luengo Mena, Lector instituido

Foto: Cartel Año Eucarístico 2005, de Fernando Aguado










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