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Puerta Osario. Leyenda artillera. Álvaro Pastor Torres


 Ángel María de Castro, natural de Sevilla, collación de San Bernardo, “hijo legítimo del legítimo matrimonio” entre Pablo Villegas y Antonia María de Castro - menestrales, cristianos viejos y temerosos de Dios-, decidió el día de Santa Bárbara de 1763 ingresar como soldado, al igual que habían hecho muchos chavales del barrio; el resto acabaron siendo banderilleros o matadores de toros, la otra ocupación natural de las gentes del lugar, pues el matadero y la fundición de cañones articulaban la vida de este arrabal, extramuros de la Puerta de la Carne. Por la relación laboral de su madre con la casa de Vallehermoso, el muchacho fue reclamado como auxiliar de don Antonio María Bucarelli y Ursúa, teniente general de los reales ejércitos, tras el nombramiento de éste como gobernador de la isla de Cuba.

Allí vio reconstruir las fortalezas del Príncipe y del Morro, para evitar una nueva invasión inglesa, como la acaecida durante la guerra de los 7 años. Y también fue testigo de la ascensión de su protector al virreinato de Nueva España, un cambio que para el joven resultaría fatal pues murió nada más desembarcar en el puerto de Veracruz. Era el 23 de agosto de 1771. El virrey, sabiendo que en su ciudad natal se estaba terminado una nueva fábrica de artillería en San Bernardo, mandó a su hermano José Francisco, III marqués de Vallehermoso y V conde de Gerena, una apreciable cantidad de reales en “monedas de busto” (de Carlos III) acuñadas en la ceca de México con plata de Zacatecas para que encargara el forjado de una veleta policromada con destino a ese edificio, en recuerdo de tan fiel servidor, siguiendo una condiciones muy concretas: “e deverá tener la silueta de un soldado de artillería, con su chupa de color rojo, casaca e calzón azules, medias blancas, zapatos negros con hebillas doradas, sombrero de tres picos con galón de oro y escarapela encarnada, espada al cinto e fusil con llave de chispa e bayoneta calada”.

Por ello el alma del artillero, traspasando mares, volvió siglos después a una Sevilla muy  cambiada, y se instaló en un inmenso edificio fabril abandonado donde también vaga entre el  polvo y los cristales rotos de los viejos talleres el espíritu de una muchacha de bronce con cara de diosa griega que fundió allí mismo la familia Morell para coronar la torre que con el paso del tiempo se acabaría llamando giralda. Ha escuchado decir a los guías que enseñan estos días el lugar que va a dársele nuevo uso, pero en La Habana aprendió con el viejo Bucarelli que las cosas de palacio van muy despacio.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía, Edición Sevilla, el Sábado 19-VI-2010

Foto: Álvaro Pastor Torres.










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