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Coronación franciscana. Mario Rodríguez Balbotin. ABC Sevilla.


La historia de la Hermandad del Buen Fin, cuya titular, la Virgen de la Palma, será hoy coronada canónicamente por el cardenal arzobispo de Sevilla, está indisolublemente ligada a la de los Franciscanos de Sevilla quienes, prácticamente desde la fundación de la Hermandad a comienzos del siglo XVII han permanecido unidos a ella. La corporación supo permearse del carácter humilde y sencillo de una comunidad de religiosos admirada y querida por el pueblo sevillano, no en vano, el Centro de Estimulación Precoz «Cristo del Buen Fin» es el mejor ejemplo de ello.

La Hermandad del Buen Fin se fundó en 1590 en la iglesia de San Juan Bautista -de la Palma- y quince años después, en 1605, recaló en el convento de San Antonio de Padua, de la collación de San Lorenzo, donde los Franciscanos habían inaugurado, pocos años antes, la primera iglesia, toda vez que acababan de tomar posesión de la Enfermería puesta bajo protección del santo paduano.

Será el 25 de marzo de 1605 cuando se suscriba un documento entre la Comunidad Franciscana y el Buen Fin para erigir esta cofradía en una capilla del templo, donde convivirían hasta la extinción de la hermandad a finales del siglo XVII. A pesar de los avatares propios de la Historia, la Hermandad del Buen Fin y la Comunidad Franciscana de Sevilla volverán a coincidir -tras una refundación de la primera y la desamortización sufrida por la segunda-en el año 1935, y desde entonces se potenciarán los lazos ya existentes entre una y otra.

Los «antoñitos» de Sevilla

La Comunidad Franciscana que desde 1601 reside en San Antonio de Padua ha sido muy querida por el pueblo sevillano que, fiel a su costumbre de renombrar aquello que considera le pertenece, pronto bautizó a los humildes frailes como los «antoñitos».

Seguidores de la doctrina de Francisco de Asís, -aquél para quien la la humildad y la sencillez, además del «hermano sol, el hermano lobo o la adoración por la naturaleza», vienen a ser la coronación del espíritu franciscano-, conforman la idiosincrasia de la comunidad Franciscana, que desde que se estableció en la congregación, y en especial tras su vuelta a ella en 1935 tras la desamortización, atendió con cariño las llamadas «Escuelas de San Antonio», donde eran educados los niños del barrio, hasta que los cambios introducidos por la legislación educativa de los años setenta obligó a clausurarlas.

Hoy en día, los Franciscanos que residen en el convento de San Antonio de Padua se esfuerzan por reflejar en sus quehaceres diarios el legado espiritual que San Francisco dejó, Hoy, al igual que durante toda la existencia de la Hermandad del Buen Fin, el espíritu y la Comunidad Franciscana estarán junto a los titulares de la corporación del Miércoles Santo.

En este día, tan grande para la Hermandad y para Sevilla, será un cardenal franciscano, fray Carlo Amigo Vallejo, el que corone a la Virgen de la Palma, y serán frailes franciscanos los que acompañen a la imagen hasta que cruce las puertas del convento de San Antonio de Padua, también franciscano.

Mario Rodríguez Balbotin. ABC Sevilla. La Historia los unió hace ya exactamente cuatro siglos, y Sevilla los entiende, desde entonces y por siempre, indefectiblemente unidos en su quehacer diario. Así, el Centro de Estimulación Precoz debe ser considerado testimonio vivo, presente, de que no sólo en el color de su túnica la Hermandad del Buen Fin ha sabido imitar la labor, siempre humilde, siempre sencilla, de los Franciscanos de Sevilla.

Cuatro siglos de la mano en San Antonio

Este año se cumple el cuarto centenario -1605-2005- de la ubicación de la Hermandad del Buen Fin en la iglesia conventual de San Antonio de Padua.

No han sido, ni mucho menos, cuatro siglos en los que ambas, hermandad y corporación Franciscana, han permanecido unidas.

En 1671 la del Buen Fin deja de ser una hermandad penitencial, y se refundará como tal en 1883, en el propio convento de San Antonio. Después de un forzado traslado a la parroquia de San Pedro, la hermandad regresa en 1909 a San Antonio de Padua, donde reside hasta la actualidad.

Por su parte, la desamortización de 1835 propició en España la dispersión de los religiosos, incluídos los Franciscanos de San Antonio, que no pudieron volver al convento de la calle San Vicente hasta el año 1935, justo un siglo después, cuando el cardenal Ilundáin hizo entrega a la Provincia Franciscana de Andalucía de la iglesia de San Antonio.










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