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Opinión. Siete años no son nada. El Diputado de Cruces


La Semana Santa es momento de reencuentro de amistades. Ya les conté la historia de aquel amigo con la hermandad de Bellavista, que aún me resuena en el alma. Hoy les voy a hablar de otro amigo, asturiano él. Hace siete años se pasó uno trabajando en Sevilla y tuvimos la enorme suerte de conocerle. Hombre de gran cultura, practicante católico y, sobre todo, buena gente. Tanta lata le dimos con la Semana Santa que, pese a decirnos muchas veces que no comprendía esto de la religiosidad popular, aceptó quedarse. Y tuvo la suerte de vivir varias experiencias (la salida del Gran Poder, fundamentalmente) que le hicieron cambiar de opinión y llevarse un gran recuerdo. Por ello, tenía muchas ganas de volver y, hasta ahora, no había tenido la oportunidad. Llegó en la tarde del Miércoles Santo y, por diferentes problemas, no pude encontrarme con él hasta el Sábado Santo, aunque no se preocupen, estuvo muy bien atendido, como siempre se hace en esta Sevilla nuestra.

Pasamos una tarde muy agradable y, viendo cofradías, pudimos hablar de todo lo humano y lo divino. Como es natural, le pregunté por cómo había encontrado la ciudad siete años después. De lo que me dijo, bueno en general, sólo les voy a destacar una cosa: mucho más limpia, lo cual viniendo de alguien de Oviedo (ciudad que ha ganado varios premios en este tema) es un gran elogio (hay que felicitar y mucho, a los empleados de Lipasam que, pese a las dificultades, hacen un trabajo fantástico). Pero respecto a la Semana Santa, ¡ay, la Semana Santa! Estaba absolutamente decepcionado….

En la Madrugá se había ido a San Lorenzo, a ver salir al Señor. Y me contó que aquello había sido dantesco, debido a los flashes de las cámaras de fotos y a las lucecitas de los móviles en alto (con su correspondiente disminución de la visión), unidos a los ruidos de los disparadores (curiosamente, unos días después, en un programa de televisión, un ortodoxo cofrade se felicitaba por esto mismo, calificándolo de impresionante salida). “¿Para qué pedís que se apaguen las calles, si se pierde el ambiente de oscuridad con tanto fogonazo y lucecita?”, me preguntó. Me contó que la gente sólo se calló y no del todo, con los pasos. Él lo recordaba de otra manera. Como anécdota, les cuento que, hablando de este asunto, estábamos en San Pedro viendo el paso del Santísimo Cristo de las Cinco Llagas, cuando un señor, tableta en ristre, se nos pone delante, levanta su cacharro y se pone a hacer foto tras foto, ocultándonos totalmente el paso, en una falta de educación enorme. La mirada de mi amigo fue muy significativa. De San Lorenzo y tras ver a la Macarena en la Alameda, se fue al Salvador a ver al Silencio y también le resultó decepcionante: la botellona en la rampa y los escalones y la falta de respeto de esas personas hacia la procesión. Ya no quiso más esa noche y se fue a su alojamiento.

¿Es posible que en siete años todo haya degenerado tan rápidamente? Quizás, nosotros, con menos perspectiva, no nos damos cuenta, pero el resumen de este año es bastante penoso. Lo peor, un paso a las cuatro y media de la mañana en la calle. Y no me cuenten historias de las ganas de la gente por ver cofradías que no le dejaban andar. Los pasos cuando quieren andar, andan, como se demostró en la mañana del Viernes Santo. El problema es cuando no quieren y/o el fiscal de paso no está tampoco por la labor. El problema es, que a esas horas, el personal (por ser amable) que está en las calles no tiene como principal objetivo ver cofradías, no se engañen. Todavía, si la cofradía pasa compacta y sin cortes, casi se aguantan, pero en el momento que desaparecen los nazarenos de la calzada, ocupan ésta para hacer lo que siempre hacen (con permiso de la autoridad), que suele ser bastante desagradable. Ahí, los responsables de las hermandades deberían ser, eso, más responsables, para evitar situaciones no deseadas.

Pero el ambiente del Domingo de Ramos tampoco fue el mejor. Al no salir las primeras cofradías, cuando las últimas empezaron a procesionar había más de uno con bastante alcohol en el cuerpo, especialmente jóvenes. Parece que no saben divertirse sin beber. Y, claro, luego es muy difícil controlar. Este es un problema que debiera preocuparnos mucho, no sólo en lo referente a la Semana Santa.

Y un tercer botón de muestra. Si usted quiere ver una cofradía y está lloviendo, por favor cierre su paraguas o retírese un poco. Por sevillanía, pues hay una hermandad mojándose. Por solidaridad, pues la persona que está a su lado no ve con su paraguas y, además, le chorrea su agua. Por seguridad, pues una persona con paraguas ocupa más volumen que sin él. Todavía recuerdo, no hace tantos años, un traslado del paso del Beso de Judas desde Santa Catalina, todavía abierta, a su iglesia, otro Lunes Santo de agua. En cuanto aparecieron los nazarenos se cerraron casi todos los paraguas, todos cuando asomó el paso. El pasado Lunes Santo, en la Magdalena hubo bastantes altercados por este asunto, casi un problema de orden público. Y, gracias a Dios no ocurrió una desgracia. Hubo muchos nervios que se sumaron a los lógicos que traía la hermandad.

El problema, como he escrito varias veces, es que cada vez hay menos gente que sabe a lo que va. Mucha culpa la tenemos los cofrades, que hemos puesto demasiada atención en lo secundario, música, bandas, costaleros, capataces, flores, vestidores, bordados,…,  olvidándonos de lo esencial. Y también, los medios de comunicación, muy obsesionados en ocasiones en conjugar el verbo disfrutar. Hay un déficit enorme de formación cofrade y no estoy hablando de cuestiones de fe, que también. Me refiero a eso que nos transmitieron nuestros mayores (además del patrimonio artístico), que la Semana Santa tiene sus tradiciones, sus tiempos, sus silencios, su respeto, en definitiva, su saber comportarse. Muchas veces y perdónenme la barbaridad, tengo la impresión que si, en los pasos, en vez de representarse escenas de la pasión de Cristo, lo fueran de la revolución francesa, la cosa cambiaría bastante poco, siempre que se mantuviera el chimpún y los izquierdos. Y que conste, una vez más, que no estoy pidiendo que desaparezca la componente lúdica de la celebración para convertirla en un velatorio, ni mucho menos. Soy el primero que disfruta (sí, también uso este verbo, pero no sólo él) en la calle, pero echo de menos ese saber estar de antaño.

Como me decía mi amigo, el asturiano, es cuestión de hacer pedagogía, a través de las redes sociales, a través de los medios de comunicación, a través de las hermandades. Y urge hacerlo. Si no, la cosa seguirá degenerando para convertirse en algo que da miedo, mucho miedo. Y la pérdida será irrecuperable.

diputadocruces@yahoo.es

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