Arte Sacro
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Una historia bordada en oro y escrita en seda. Francisco Correal. Diario de Sevilla.


Fernández y Enríquez son los apellidos de una sociedad jurídica y artística. El binomio de dos amigos, dos socios, casi dos hermanos. Hijos a su vez de otros Fernández y Enríquez que sin ese nexo jurídico también fueron y lo siguen siendo, ya lejos de la vorágine de los trabajos, tan amigos, tan socios, tan hermanos como sus propios hijos. Rafael Fernández Marchena (Brenes, 1964)) y Fernando Enríquez (Zamora, 1961) son los artífices de esta historia bordada en oro y escrita en seda.

Acaban de terminar en Brenes las fiestas en honor de la Virgen del Rosario, patrona de la localidad. La calle Real ha estado una semana pletórica de banderitas, quizás las únicas colgaduras que no se hacen en el antiguo casino que Fernández y Enríquez tiraron abajo conservando la fachada para convertirlo en un majestuoso emporio del bordado. Con un escalera en sierpe propia de Lo que el viento se llevó y una insólita sala de espera con sillones iguales a los que decoran para su importante cartera de clientes árabes.

Aunque no es temporada alta, que llegará en Cuaresma con los pedidos de las hermandades –un 80 por ciento de la producción–, la efervescencia laboral es compatible con el sosiego monástico de este museo cotidiano de faldones, respiradores, dalmáticas y bambalinas. Se dice pronto, pero en este pueblo que dio un alcalde maoísta y una primera dama de Honduras se realizan desde hace una veintena de años todos los bordados, colgaduras y demás enseres afines para la Casa Real, de lo que hay sobrada constancia documental y fotográfica. Fernández y Enríquez han conseguido que Mariana Pineda se haga monárquica, aunque entre sus tareas figura la restauración de una bandera republicana del Alcázar de Segovia.

Todo empieza en 1971 con el sueño común de un librero y un zapatero. En primera generación, Fernando Enríquez padre llegó desde Zamora a la base aérea de Morón. Abrió una librería en Brenes, donde conoció a Rafael Fernández padre, propietario de una tienda que era zapatería y perfumería, hombre muy manitas con la tela y la aguja. Rafael, o sea, el padre de Rafael, le enseñó a Fernando, o sea, al padre de Fernando, el palio que le estaba haciendo a la Virgen de la Amargura de Brenes. Un decorador, admirado de su minuciosa habilidad, les retó a realizar un repostero para un encargo en la Costa del Sol. Los padres de Fernández y Enríquez se pusieron manos a la obra, con la colaboración fugaz e irrepetible de Carmelita y María Concepción, sus respectivas esposas, y así nació la primera parte de esta historia. La segunda la escriben a diario sus vástagos.

"Talleres que se llaman de bordado hay muchos; talleres de bordado, muy pocos", dice Fernando Enríquez, que se encarga de la parte comercial y administrativa, mientras que Rafael está más pendiente de los aspectos técnicos y relativos al personal, a una plantilla que profesionalmente creció en paralelo con ellos. Con otros dos patronos, crearon la Fundación de los Reales Oficios –se llama así por la inveterada relación que esas tareas han tenido con la Corona– y son pioneros en abrir las puertas del bordado en oro para la promoción personal y reinserción laboral de personas discapacitadas.

Fernández y Enríquez no son dos empresarios al uso. Como sus padres, los dos aprendieron a bordar. "En los siglos XVII y XVIII, era un oficio de bordadores, pero ahora lo hacen sólo mujeres", dice Enríquez. La relación que mantienen con las hermandades, sus principales clientes, no es estrictamente comercial. "No somos capillitas, sino cofrades. Hay que serlo para entender este mundo", apunta Fernández. Los dos son hermanos de la Amargura de Brenes, de la Estrella de Sevilla y de la Pastora de San Fernando. Dentro del casino, está el propio taller donde se realizan los encargos y una enorme sala que parece un museo, uno de sus proyectos, aunque en realidad es un almacén de mantenimiento donde los trabajos permanecen durante un periodo de tres años después de su estreno en ese gran teatro del mundo que es la calle en Semana Santa. El visitante puede apreciar la cohabitación de los mantos de la O, la Esperanza de Triana y la Candelaria, la convivencia de los mantos de las Cigarreras y de las Siete Palabras. En soledad casi mística, se adivina el mantolín de San Juan de Pasión.

En el taller están todos los materiales con los que la idea se transforma en obra de arte, arte cotidiano y callejero, del taller a la calle. La seda es mucho más asequible que el oro, ya que Andalucía no cuenta con ningún tirador del metal que desató la fiebre americana. La vida del terciopelo es mucho más corta que la del oro, y normalmente lo consiguen en Alemania.

Fernández y Enríquez han hecho de Brenes un topónimo fundamental en la Casa Real. Desde 1987, cuando a la mismísima Real Fábrica de Tapices le ganaron un concurso para realizar una réplica del escudo de Carlos III, se convirtieron en suministradores casi en exclusiva de todos los reposteros de Palacio, secuelas medievales de los estandartes o escudos de armas que distinguían a los señores. De todos esos cometidos, el que más satisfacciones les dio fue la joya de la corona del bordado, todo el ornato de materiales para el Salón de Gasparini, personaje que Carlos III se trajo de Italia y revolucionó la estética de la vida palaciega. Ese encargo les obligó a aprender una técnica en espiral inédita en el bordado andaluz. También hicieron los reposteros de la Guardia Real, del Salón de Trono o para la boda del Príncipe de Asturias. Sus trabajos para la Corona merecieron una felicitación personal del jefe del departamento de Restauración de la Zarzuela, Fernando Fernández-Miranda, hijo de don Torcuato, muñidor de la transición.

En los talleres de Brenes se ha trabajado para una distinguida clientela internacional: la carroza de los Océanos del Museo de Lisboa; la carroza del rey de Marruecos y su tumba, que así se llama el asiento que ocupa el chófer de dicho carruaje; un príncipe de Arabia Saudí les encargó toda la repostería doméstica –colchas, manteles, servilletas– con destino a un palacio que se construyó cerca de Ryad sobre una isla artificial. Tienen clientes de Emiratos Árabes, Qatar, Adén, Yemen, Bahrein. Sin menospreciar la colgadura que para las fiestas del Rosario regalaron al Ayuntamiento de Brenes, el pueblo natal de Fernández y adoptivo de Enríquez. Detalle que agradeció don Marcelino, el alcalde.

No hay signos de una tercera generación. Rafael tiene tres hijas: Nieves, Carmen, Marta. Fernando, el zamorano, tocayo y paisano del rey que reconquistó Sevilla, es padre de María Jesús y de Fernando. Se da la circunstancia de que padre e hija ingresaron al mismo tiempo en la Universidad: él está en tercero de Historia del Arte, su hija en tercero de la combinada de Derecho y Dirección de Empresa en la Universidad Pablo de Olavide. "Igual que te digo que es importante que nosotros sepamos bordar, también lo es que alguien tuviera conocimientos artísticos". Se refiere Enríquez a los conocimientos canónicos, académicos, porque lo que en su taller se aprende no se enseña en la más completa de las Escuelas de artes y oficios.

En la planta baja, junto al mini-bar en el que agasajan a las visitas, el padre de Fernando le pregunta a Rafael por el padre de Rafael. Dejaron el negocio en muy buenas manos. Como le consta a sus clientes. En la última Semana Santa, las lluvias del Miércoles Santo frustraron el estreno de la túnica y los faldones que hicieron para las Siete Palabras. También realizaron unos faldones para San Gonzalo y San Benito y una saya para la Esperanza de Triana.

Hasta llegar al casino como epicentro de su sociedad, dieron muchos tumbos. Su primera sede fue la casa paterna de Rafael, después su propio domicilio; hubo un tiempo rayano en la paranoia en el que los hijos trabajaban en un local de Sevilla capital, en la calle Azafrán, y sus padres en el taller de Brenes. "Era un follón tremendo, doble material, viajes continuos. Fue cuando decidimos comprar este edificio del casino y rehabilitarlo". Se liberaron del estrés de la urbe, pero admiten la desventaja de la lejanía con una clientela mayoritariamente ubicada en la capital. Entre los proyectos, cuidan con mimo un palio para el Cristo de los Favores de Granada y unos faldones innovadores que estrenará la hermandad de la Estrella con la que ambos mantienen una relación muy especial, altavoz preferente de su atención al mundo de los discapacitados y su integración.

En una fotografía se ve a la duquesa de Alba dando la puntada simbólica al manto que Cayetana le regaló a la Virgen de su hermandad de los Gitanos. La puntada simbólica es un ceremonial que suele tener el remate del refrigerio en un casino que como todos los casinos del mundo está junto al Ayuntamiento y a la iglesia. Bordado en oro. Escrito en seda.










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